Milei dinamita el puente con México: el insulto que puede costarle caro a toda América Latina

Milei dinamita el puente con México: el insulto que puede costarle caro a toda América Latina

Cuando un presidente insulta públicamente a otro jefe de Estado, no es “libertad de expresión”: es diplomacia en llamas. Las recientes descalificaciones de Javier Milei hacia la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, cruzan una línea roja que ningún líder responsable debería traspasar. No se trata de una frase desafortunada: es un gesto político de alto voltaje que pone en riesgo relaciones diplomáticas, acuerdos comerciales y equilibrios regionales ya frágiles.

Milei tiene antecedentes. Sus ataques verbales a Gustavo Petro y a Pedro Sánchez ya derivaron en llamados a consultas de embajadores y tensiones serias con Colombia y España.(infobae) Repite ahora el mismo libreto con México, pero esta vez el tablero es todavía más sensible: hablamos de una potencia regional que articula comercio, migración, inversión y cooperación en prácticamente toda América Latina. Convertir esa relación en rehén del ego presidencial es una irresponsabilidad de proporciones históricas.

El eje del problema no es ideológico, es institucional. Que a Milei no le guste el proyecto político de Sheinbaum es legítimo; lo que no es legítimo es descalificarla a ella y al Estado mexicano en términos que, en la práctica, son una deshonra al voto de millones de ciudadanos. El agravio no se queda en el plano personal: hiere la investidura presidencial mexicana, la dignidad del país y la noción básica de respeto entre naciones soberanas.

Cada palabra de un presidente tiene precio. Y aquí el costo potencial es altísimo. México y Argentina sostienen un intercambio comercial de miles de millones de dólares anuales, cadenas productivas cruzadas, inversiones recíprocas y una historia de cooperación cultural, académica y diplomática que lleva décadas. Dinamitar ese capital político por una entrevista “picante” o por contentar a una tribuna ideológica es, en términos de gestión de Estado, lisa y llanamente suicida.

La crisis también expone una contradicción brutal del discurso “liberal” de Milei. El mismo gobierno que dice querer atraer inversiones privadas, integrarse al mundo y abrir mercados, se dedica a incendiar públicamente puentes con socios clave. Ningún inversor serio mira con buenos ojos a un país donde el jefe de Estado convierte cada micrófono en un misil diplomático. La volatilidad política se traduce en prima de riesgo, fuga de capitales y pérdida de oportunidades concretas.

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Del lado mexicano, la reacción firme no es “susceptibilidad”, es defensa básica de la soberanía. Llamar al orden, exigir respeto y evaluar medidas diplomáticas más duras no es opcional cuando la jefatura del Estado es atacada en términos personales. México no puede –ni debe– normalizar que un presidente extranjero use a su mandataria como punching ball retórico para resolver problemas de política interna o para cohesionar a su base radical.

El daño, además, trasciende a México y Argentina. Lo que está en juego es la arquitectura política de América Latina. En un contexto de endeudamiento externo, condicionalidades del FMI, presiones geopolíticas de Estados Unidos y reconfiguración del poder global, una ruptura grave entre dos países relevantes de la región implica más fragmentación, menos capacidad de negociación conjunta y más vulnerabilidad frente a actores extra–regionales.

Hay, por último, una dimensión moral que no puede maquillarse con tecnicismos diplomáticos. La presidencia no habilita el insulto impune; lo agrava. Cuando quien ocupa la Casa Rosada decide convertir el agravio en método, está enviando un mensaje hacia adentro y hacia afuera: que el conflicto permanente es su forma de gobernar. Y cuando el conflicto se traslada a la política exterior, ya no hablamos de “estilo”, hablamos de riesgo estratégico.

Argentina necesita un presidente que construya credibilidad, no que la licue en cada entrevista. México necesita un interlocutor serio, no un provocador profesional. Y América Latina necesita menos guerras de egos y más acuerdos concretos para enfrentar pobreza, desigualdad y crisis climática. Cada minuto que esta crisis se prolongue sin rectificación, será un minuto más de desgaste para una región que ya no tiene margen para errores infantiles en la cumbre del poder.

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