Milei en Rojo: El Dólar Atrasado y un Déficit que Grita “Default”

Milei en Rojo: El Dólar Atrasado y un Déficit que Grita “Default”

Argentina registró en el primer trimestre de 2025 un déficit de cuenta corriente de 5.000 millones de dólares. La cifra, alarmante por donde se la mire, desnuda una verdad que desde el oficialismo intentan esquivar: el atraso cambiario es ya insostenible, y si no se corrige pronto, puede empujarnos al abismo económico. La libre flotación, que en los papeles se pregona, está lejos de ser real. La represión de precios —dólar, salarios y tarifas— es el recurso desesperado de un gobierno que prioriza el marketing electoral por sobre la salud estructural del país.

¿Qué significa este rojo externo? En términos simples, gastamos muchos más dólares de los que generamos. La diferencia no se cubre con producción ni exportaciones, sino con deuda o reservas —y ambas fuentes están agotadas o peligrosamente exigidas. ¿Las causas? Una de las más significativas: el turismo emisivo, que en mayo creció un 46% interanual. Más de un millón y medio de argentinos viajaron al exterior, motivados por un dólar artificialmente barato que hace que hasta comprar zapatillas en el extranjero resulte más económico que en Buenos Aires.

El diagnóstico es claro: el atraso cambiario no solo desalienta exportaciones, también subsidia el consumo externo. ¿Quién puede sostener una economía que le paga al turista para que gaste en el extranjero? Solo un país dispuesto a hipotecar su futuro por una narrativa inflacionaria temporaria. Y ese país hoy se llama Argentina.

Pero lo grave no termina ahí. Este dólar controlado se combina con tarifas de servicios pisadas artificialmente y salarios en modo “licuadora”. La consecuencia es un escenario inestable donde el déficit se oculta bajo la alfombra del endeudamiento interno y los compromisos con el Fondo Monetario Internacional se administran según el calendario electoral. A esto se le suma otro dato clave: el gobierno intentó renovar deuda en pesos a tasas estratosféricas y solo logró cubrir el 60%, una señal amarilla que no puede ser ignorada.

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¿Qué se está priorizando? La estrategia oficial es evidente: evitar que la inflación escale en plena campaña electoral. Para lograrlo, Milei y Caputo aplican un mix de precios reprimidos, intervención en el mercado de futuros, atraso del tipo de cambio real y postergación de ajustes tarifarios. La «libertad» prometida se transforma en un cepo de conveniencia. Pero las consecuencias de este “veranito fiscal” las pagaremos todos después de octubre.

Mientras tanto, el relato libertario choca con la aritmética: un país no puede gastar más dólares de los que genera indefinidamente. No hay forma de mantener este ritmo sin acceder a más deuda, sin agotar reservas, sin aumentar la fragilidad de todo el sistema. El ajuste, si no es ahora, será brutal después. Y será con dolor.

A esto se suma un problema estructural que el gobierno no quiere mirar: el sobreprecio local causado por la carga impositiva, las regulaciones y los costos internos hace que los bienes importados sean más baratos en los países limítrofes que en Argentina. Sumado al dólar atrasado, el resultado es un éxodo de consumo. La clase media que aún conserva ahorros, los gasta afuera.

En este contexto, el déficit externo no es solo un número rojo: es una alarma encendida, una señal de que la estrategia actual solo gana tiempo al costo de perder soberanía económica. Y si el tiempo que compran es para las elecciones, lo que comprometen es la estabilidad del día después.

Argentina necesita sincerar su economía, dejar de pisar precios artificialmente y diseñar un modelo que premie la producción, la exportación y el desarrollo interno. Todo lo demás es populismo con acento liberal, un oxímoron que tarde o temprano estalla en la cara del pueblo.

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