El Congreso de la Nación aprobó el decreto que habilita el nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), consolidando el sometimiento de Argentina a la misma receta de siempre: endeudamiento, ajuste y más dependencia financiera. El gobierno de Javier Milei, incapaz de generar recursos genuinos y atrapado en su propia parálisis económica, apostó todas sus fichas a este pacto con el organismo internacional, exponiendo la fragilidad de su modelo y el fracaso de su promesa de independencia económica.
Con este acuerdo, Milei repite el ciclo crónico que ha definido la historia argentina en los últimos 50 años: gobiernos que recurren al FMI como último salvavidas, mientras el país se desangra entre recesión, inflación y una crisis social que se profundiza. Lo que el presidente vendió como una transformación libertaria terminó reduciéndose a un ajuste ortodoxo sin horizonte, con un Estado sin capacidad de maniobra y una población cada vez más empobrecida.
La reacción del mercado es el próximo enigma. Si bien la aprobación legislativa era un paso institucional clave, la llegada efectiva de los desembolsos no es inmediata, y en el interín la economía argentina sigue en estado crítico. En las últimas semanas, la inflación volvió a acelerarse, los precios de la canasta básica se dispararon y la incertidumbre sigue golpeando a la clase media y los sectores populares. En la calle, la efervescencia social crece: sindicatos, movimientos sociales y hasta sectores decepcionados del propio electorado libertario empiezan a cuestionar la falta de resultados concretos en la gestión de Milei.
La pregunta central es: ¿qué sigue después de este acuerdo? El gobierno asegura que esto permitirá estabilizar la economía, pero los antecedentes indican lo contrario. El FMI no es garantía de crecimiento ni de desarrollo sostenible; es solo un parche financiero que históricamente ha servido para evitar colapsos inmediatos, pero a costa de profundizar la recesión y precarizar aún más la estructura productiva del país.
El blindaje político del Congreso le otorga a Milei una victoria momentánea, pero no resuelve el problema de fondo: la economía argentina sigue sin crecimiento, sin dólares y con una sociedad que no soporta más sacrificios sin resultados. El peronismo, debilitado pero aún con capacidad de movilización, observa de cerca el desgaste del oficialismo, mientras la oposición de derecha interna —incluyendo aliados como Patricia Bullrich— empieza a marcar distancia ante un gobierno que, lejos de ser la “solución final” al problema argentino, se está convirtiendo en otra repetición del mismo drama.
El verdadero desafío para Milei no es haber logrado la aprobación del Congreso, sino sostener una economía que, incluso con el respaldo del FMI, sigue al borde del abismo. Si su única respuesta sigue siendo el ajuste sin crecimiento, el espejismo de la dolarización y la promesa de una salvación a futuro, su gobierno podría enfrentar un desgaste prematuro e irreversible.