Javier Milei prometió dinamitar el Banco Central y erradicar la inflación, pero la realidad lo desmintió con crudeza: hoy, el Congreso aprobará una nueva toma de deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), consolidando el fracaso de su experimento libertario. Lo que el presidente vendió como un ajuste virtuoso terminó siendo una agonía económica sin horizonte. A menos de cinco meses de gestión, Argentina se enfrenta a una nueva devaluación, con los precios de la canasta básica ya actualizados en previsión de un nuevo golpe al bolsillo popular.
El relato oficial se desmorona con la evidencia empírica. La inflación no está bajo control, sino que se encuentra contenida artificialmente mediante la licuación del salario y la recesión más brutal desde 2002. El argumento de Milei de que el mercado resolvería mágicamente los desequilibrios no resistió el choque con la realidad: sin dólares y con una economía paralizada, el gobierno se vio obligado a recurrir nuevamente al FMI, en un giro que expone la debilidad estructural del modelo.
Pero lo más grave es el destino de esos fondos. Según confirmó el propio Banco Central, los dólares del FMI no se utilizarán para fortalecer reservas ni para financiar inversiones productivas, sino para intervenir el mercado y evitar una espiralización de la crisis. Es decir, Milei usará el préstamo para frenar una hiperinflación que él mismo contribuyó a incubar con su megadevaluación del 50%. La famosa “bomba de la casta” era, en realidad, su propio ajuste descontrolado, que ahora necesita un salvataje de emergencia para no estallar en tiempo récord.
Lo que era una promesa de transformación se ha convertido en una decepción brutal para su núcleo duro de seguidores. La ilusión de un nuevo modelo se deshace en las mismas fórmulas del pasado: ajuste, recesión y endeudamiento. El mismo Milei que criticaba la “emisión descontrolada” ahora apuesta a quemar dólares prestados para evitar el colapso. Su programa económico se parece más a una gestión de emergencia que a un plan de gobierno.
Este escenario abre un dilema en el tablero político. Mientras Milei se desmorona bajo el peso de su propio dogmatismo, el peronismo, aunque devaluado, empieza a parecer el mal menor para un país que necesita un mínimo de estabilidad. La gran promesa de la “revolución liberal” terminó siendo otro ciclo de crisis y ajuste, con el agravante de que esta vez el margen de maniobra es aún menor.
La pregunta ahora no es si Milei fracasó, sino cuánto tiempo tardará su gobierno en admitirlo. Su base social, que lo sostenía con fervor mesiánico, empieza a percibir que lo que vendió como un shock de corrección no era más que un ajuste sin plan. Y cuando el descontento se traduzca en números, la legitimidad de su experimento libertario podría colapsar más rápido de lo que cualquier consultor político hubiese imaginado.