En la Argentina de Javier Milei, la palabra presidencial se ha vuelto un arma de doble filo: afilada para golpear con afirmaciones rimbombantes, pero hueca al momento de enfrentar una interpelación seria. El mandatario repite consignas como si fueran dogmas, pero cuando se le exige fundamento, el discurso se derrumba y deja al descubierto una estructura débil, carente de sustento fáctico. No es sólo una cuestión de estilo: esta fragilidad discursiva se traduce en políticas públicas peligrosas, porque lo que se proyecta desde la mentira y la desinformación, se ejecuta sobre el terreno real donde viven las personas.
En esta lógica, Milei ha convertido la política en una suerte de ingeniería del descarte. Quien no encaja en su ecuación de “eficiencia económica” es prescindible. El tejido social, que debería ser protegido, se convierte en una tabla de Excel donde las celdas con “pérdidas” se eliminan. Es un modelo que desprecia la inversión en educación, cultura y desarrollo comunitario, justamente las áreas que permiten a un país salir de la pobreza y generar prosperidad duradera.
Frente a este panorama, resulta doblemente revelador contraponer la narrativa del descarte con iniciativas como el Taller de Inteligencia Deportiva para Niños que se realizará en Jujuy. Un espacio donde se invierte tiempo, conocimiento y recursos en formar no sólo atletas, sino personas integrales. Allí se enseña equilibrio emocional, confianza y disciplina: valores que el actual gobierno parece despreciar en su política pública.
El contraste es brutal: mientras el poder central siembra incertidumbre y desmantela la estructura social, en las provincias se gestan experiencias que priorizan el desarrollo humano, el juego y la inclusión. No hay “descartables” en el deporte formativo; cada niño es una promesa que merece ser cultivada, no un gasto que debe ser recortado.
La debilidad de Milei no es sólo retórica: es moral y política. Y cada vez que un presidente elige la mentira como método y el descarte como destino, erosiona el contrato social y habilita un futuro más excluyente. Por eso, es urgente que la sociedad reclame políticas que fortalezcan a las personas en lugar de descartarlas, y que promueva proyectos que, como el taller jujeño, demuestren que la inversión en humanidad nunca es un gasto.