Con brutal frialdad, el presidente Javier Milei comparó la imposibilidad que tienen millones de argentinos de llegar a fin de mes con la supervivencia: “Si la gente no llegara a fin de mes, debería caminar por la calle y estaría llena de cadáveres”. La frase, una afrenta a quienes luchan por cada peso, fue respondida con contundencia por Margarita Barrientos, fundadora del comedor Los Piletones.
Barrientos, que alimenta diariamente a 9 mil personas, se planta como antídoto de la insensibilidad: “La gente no llega a fin de mes… porque no aumentan los sueldos. Un abuelo no llega ni a una semana”, advierte (Ambito). Y añade, con la voz quebrada de quien está en la trinchera social: “La gente hace cola en comedores, farmacias y hospitales… lo vemos todos los días”.
Contra la fórmula de la crueldad, ejemplos vivos:
- La mamá que endeuda sus ahorros para permitir que su hijo mantenga sus terapias semanales, porque el aumento de aranceles en salud no llega y la ayuda estatal tarda en aparecer. Esa persona no está muerta, está exhausta, pidiendo auxilio.
- El abuelo que espera su pensión y se queda sin remedios a mitad de mes, y debe decidir entre comer o medicarse. Tampoco está protegiendo su vida: la está administrando.
- El comedor que recibió una factura de luz por $500.000, con el hambre pisándole los talones a quienes organiza. “Si tengo que juntar esa plata, lo hago para carne, no para pagar la luz”, confesó Barrientos .
- Madres y abuelas que cocinan con lo que tienen, con mecherito si hace falta, para alimentar a un nieto que nació con desnutrición. No están muriendo: están sobreviviendo con amor y voluntad.
- Comedores que cerraron seis meses porque no pudieron sostenerse. No se saturaron de muertos: se cerraron por falta de recursos, por una estructura que el Estado desmanteló (Ambito).
La retórica de Milei niega la existencia de una realidad palpable: la pobreza no mata, la indiferencia sí lo hace. No son cadáveres los que llenan la calle; son familias que la caminan con dignidad, sufriendo, sobreviviendo, reclamando comida, salud, futuro.
El Presidente podría mirar esos comedores como lo que son: la prueba viva de que su lógica está muerta. Y la dignidad de miles de argentinos, le pese a quien le pese, sigue de pie.