Milei y la agenda de «desinfección institucional»: Un país donde «el que las hace, las paga»

Milei y la agenda de «desinfección institucional»: Un país donde «el que las hace, las paga»

Redacción Perico Noticias // El presidente Javier Milei ha dejado en claro su postura frente al Estado desde su discurso inaugural: “Tengo un profundo desprecio por el Estado”. Esta declaración, lejos de ser un simple posicionamiento ideológico, parece haber calado hondo en la mayoría de los argentinos, que comparten su frustración con las instituciones públicas percibidas como corruptas e ineficientes. En este marco, los últimos acontecimientos en el Congreso, donde se busca expulsar y detener al senador Edgardo Kueider tras un oficio judicial de la jueza Sandra Arroyo Salgado, son un reflejo del nuevo clima político que Milei está consolidando.

El efecto Milei: la casta bajo presión

La irrupción de Milei en el poder no solo ha sacudido las estructuras políticas tradicionales, sino que también ha impuesto una agenda que podría describirse como una “desinfección institucional”. Su discurso contra la “casta política” ha encontrado eco en un electorado cansado de los escándalos de corrupción y la impunidad. Esto ha obligado a los propios actores políticos a alinearse, sacrificando incluso a sus pares cuando las circunstancias lo exigen.

El caso del senador entrerriano Edgardo Kueider es paradigmático. Acusado de graves delitos y con un pedido de desafuero y detención por parte de la justicia, Kueider se encuentra en el ojo de una tormenta que pone a prueba los principios de la clase política. Lo que antes podría haberse manejado con maniobras dilatorias ahora enfrenta una observación implacable del electorado. Los bloques legislativos, incluidos sectores del kirchnerismo y el PRO, han comprendido que la tolerancia social hacia la corrupción se ha reducido al mínimo.

Un Congreso en modo supervivencia

En los pasillos del Congreso, la tensión es palpable. Los movimientos para desalojar el despacho de Kueider y la discusión sobre su desafuero son vistos como un intento de la clase política de adaptarse a la nueva realidad que Milei ha instalado. La mayoría de los senadores parecen dispuestos a votar su expulsión, conscientes de que oponerse a esta medida podría ser interpretado como complicidad y tener un alto costo político.

El temor de los legisladores no es solo por la suerte de Kueider, sino por el precedente que este caso podría sentar. Si el Congreso decide avanzar con la expulsión, otros funcionarios investigados por causas federales podrían ser los próximos en la lista. El bloque de Juntos por el Cambio, dividido entre el pragmatismo y las presiones internas, refleja este dilema. Mientras figuras como Luis Juez intentan justificar sus posiciones, el riesgo de un “efecto cascada” se vuelve una preocupación latente.

El cambio cultural: “el que las hace, las paga”

El impacto del discurso de Milei trasciende lo político y se instala en lo cultural. Su idea de un país donde “el que las hace, las paga” empieza a tomar forma en las decisiones de las instituciones. La justicia, históricamente cuestionada por su lentitud y falta de independencia, encuentra en este nuevo clima un respaldo tácito para avanzar en causas sensibles. Esto no significa que la corrupción haya desaparecido de la noche a la mañana, pero sí indica un cambio en la percepción pública y la presión sobre quienes ocupan cargos de poder.

Hipótesis: ¿una purga o un reordenamiento?

Es legítimo preguntarse si este proceso representa una verdadera purga institucional o simplemente un reordenamiento para garantizar la supervivencia de la clase política en un contexto hostil. Los movimientos en el Senado podrían interpretarse como un intento de sacrificar piezas menores para proteger el tablero completo. Sin embargo, el riesgo de que este mecanismo se descontrole y termine arrastrando a figuras de mayor peso no es menor.

En el mediano plazo, Milei podría consolidar un modelo en el que las instituciones sean evaluadas no solo por su eficacia, sino también por su limpieza ética. Esto, por supuesto, dependerá de la capacidad del propio presidente para sostener su discurso y de la sociedad para exigir coherencia entre las palabras y los hechos.

El futuro de las instituciones bajo la lupa

La expulsión de Kueider, si se concreta, será más que un episodio aislado. Representará un mensaje claro de que el nuevo clima político no tolera desviaciones graves. Pero también pondrá a prueba la profundidad del cambio que Milei propone. ¿Es posible refundar el Estado sobre la base de un rechazo frontal a sus estructuras corruptas? ¿O el sistema encontrará formas de adaptarse sin transformarse realmente?

Por ahora, lo cierto es que el desprecio de Milei por el Estado no es un capricho individual, sino un síntoma de un descontento colectivo que exige un país diferente: un país donde, finalmente, “el que las hace, las paga”.

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