En una provincia golpeada por el descreimiento, la resignación y el voto vacío, Monterrico encendió una llama colectiva que estremeció a todo Jujuy. El cierre de campaña del intendente Luciano Moreira no fue solo el más multitudinario de la provincia: fue una manifestación de amor político real, sin estructuras forzadas ni acarreos, nacida del vínculo genuino entre un líder y su gente.
Miles y miles de vecinos coparon cada rincón, cada calle, cada acera para abrazar a quien transformó su ciudad y les devolvió algo más que obras: les devolvió el orgullo de pertenecer.

Cuando la gestión reemplaza a la promesa
Hace poco más de un año, Monterrico era parte del largo catálogo de ciudades olvidadas. Hoy, gracias a una gestión sin tregua, abierta, humana y transversal, la ciudad se convirtió en símbolo de eficiencia, progreso y dignidad.
Luciano Moreira no prometió. Cumplió. Y esa diferencia es la que detonó un fenómeno social y político inédito: la gente no fue a aplaudirlo, fue a decirle “gracias”. Porque en Monterrico ya no se reclama con bronca, se vive con transformación.

Desde el barrio más alejado hasta el corazón urbano, el cambio es tangible, visible, emocionante. Se hicieron en un año las obras que no se hicieron en décadas. Y no solo calles, veredas o sistemas de salud. Se tejió una nueva cultura de la gestión, donde el vecino dejó de ser espectador y se convirtió en protagonista.
Una comunión arrolladora
La magnitud del acto no puede medirse en números. Puede sentirse en los rostros, en las miradas, en la energía vibrante que recorría la multitud. Porque Luciano Moreira no gobierna desde una oficina: lo hace desde la calle, el barrio, el corazón de su comunidad.
Por eso pidió el acompañamiento a Álvaro Moreira, su candidato a concejal, no para tener un Concejo sumiso, sino para consolidar una visión compartida, alineada con los sueños del pueblo. Un Concejo que no bloquee, no frene, no mezquine, sino que controle, proponga y acompañe la nueva era de Monterrico.

Una ciudad modelo para la Argentina que viene
En un país que parece condenado a repetir fracasos, Monterrico se convirtió en excepción luminosa. En un lugar donde el vecino ya no espera milagros, porque vive conquistas. Donde la política ya no huele a promesa vieja, sino a trabajo diario. Y donde las nuevas generaciones ven en el Estado una herramienta, no un obstáculo.
Lo que sucedió anoche no fue un cierre de campaña. Fue una ceremonia de renovación del contrato social entre un pueblo y su líder. Fue la consagración de un modelo donde gobernar es servir, escuchar, gestionar.
Y lo más importante: fue la prueba de que todavía se puede creer.