Monterrico y el Norte despiden a una maestra de ruta larga: el faro de Liliana Noemí Gutiérrez

Monterrico y el Norte despiden a una maestra de ruta larga: el faro de Liliana Noemí Gutiérrez

Hay vidas que se miden en años. Y hay vidas, como la de Liliana Noemí Gutiérrez, que se miden en aulas, en pizarrones gastados, en guardapolvos blancos y en nombres de niños que hoy son hombres y mujeres de bien. Treinta y seis años de servicio parecen una cifra. En realidad son otra cosa: son una historia de amor silencioso con la escuela pública jujeña.

Oriunda de Monterrico, hija de un pueblo trabajador, Liliana eligió un camino que no ofrece riquezas materiales ni aplausos fáciles: eligió la docencia. Desde 1989 hasta 2025 su porte, su voz y su presencia recorrieron buena parte de la geografía de Jujuy, como una maestra itinerante que fue dejando luz donde otros apenas veían distancia y polvo.

Fue maestra en la Escuela Nº 38 “Juanita Stevens” de San Salvador; en las escuelas Nº 224, 30, 34, 54 y 399 nocturna de Monterrico; en la Escuela Nº 24 “Gral. Cornelio Saavedra” de Perico; y en la Nº 322 “Luis Agostini” de Los Alisos. Cada destino fue una estación en un mismo viaje: el de formar personas, ordenar letras, encender conciencias, poner en palabras el mundo para aquellos que recién lo empezaban a descubrir.

Su último cargo, como directora de la Escuela Nº 315 de Cochinoca, en Potrero de la Puna, no fue un destino más: fue la síntesis perfecta de su trayectoria. Terminar su carrera en la altura, en esa Puna áspera y hermosa, fue también una declaración de principios: la educación no se abandona en los márgenes, se honra justamente allí, donde más falta hace, donde el viento parece querer borrar las huellas y la escuela insiste en escribir futuro.

Liliana no solo enseñó contenidos. Enseñó maneras de estar en el mundo.
En cada aula, en cada escuela, fue mucho más que una “señorita”: fue guía, fue contención, fue ese adulto firme y afectuoso que enseña a decir “buenos días”, “por favor” y “gracias” con la misma importancia con la que enseña a sumar o a leer. Cientos de alumnos recibieron el hambre y el hambre de sus enseñanzas: el hambre de aprender, de superarse, de ser mejores que ayer. Allí donde otros veían solo un programa, ella veía un puente.

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Su figura fue, para muchos niños y niñas, el primer faro. Un faro humilde, sin estridencias, que no hace ruido pero que está siempre encendido. Un faro que alumbró patios de tierra, salones de madera, galerías heladas de invierno y veranos interminables. Sus palabras fueron como tiza sobre el pizarrón: trazos que se borran en la superficie, pero que quedan grabados para siempre en la memoria de quienes escucharon.

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Ser docente en el norte no es una mera profesión. Es, muchas veces, una vida sacrificada e itinerante: caminos largos, sueldos cortos, escuelas distantes, problemas sociales que entran al aula cada mañana. Es llegar temprano cuando el frío cala los huesos, esperar al niño que camina kilómetros para llegar a clase, sostener familias desde una palabra, un llamado, un informe, un gesto. Liliana eligió todo eso, lo sostuvo dignamente y lo honró hasta el último día de su servicio.

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Por eso hoy su jubilación no es una simple “baja administrativa”. Es un acto colectivo. Es Monterrico abrazando a una de las suyas. Es Jujuy entero reconociendo, a través de su historia, a miles de docentes anónimos que recorren rutas de ripio y cerros para que nadie quede fuera del derecho más poderoso: el de la educación.

En la emotiva despedida en Potrero de la Puna, la acompañaron la directora actual de la institución, Blanca Soledad Rioja; la supervisora de nivel inicial, Carmen Albornoz; la supervisora de nivel primario, Rita Soruco; docentes y personal de servicio. Estuvieron allí quienes conocen de cerca lo que significa sostener una escuela en territorio: saben que cada maestra que se va con la frente alta es un capítulo que se cierra en la historia de la educación pública jujeña.

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A su lado, como en tantos años de camino, estuvo también su compañero de vida, José Antonio “Champy” Ramos. Porque detrás de cada larga carrera docente hay una familia que acompaña, espera, entiende horarios extendidos, preocupaciones por los alumnos, reuniones, actos, viajes y cambios de escuela. La jubilación de Liliana también reconoce ese sostén silencioso que hizo posible que ella estuviera siempre donde tenía que estar: frente a sus alumnos.

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La comunidad educativa, desde Monterrico hasta la Puna, hoy se conmueve.
No es fácil despedir a una maestra que se entregó al aula durante más de tres décadas. No es sencillo ver bajar por última vez a alguien que supo llevar con orgullo la llave de la escuela. Pero hay una certeza que calma la nostalgia: Liliana deja huellas profundas. Deja adultos que fueron sus alumnos y hoy educan a sus hijos con valores que aprendieron en esas aulas. Deja generaciones que recuerdan su tono de voz, sus desafíos, sus llamados de atención, sus palabras de aliento.

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La labor docente es un arte y una vocación inconmensurables. Es un acto de fe en el otro. Liliana creyó en cada niño que tuvo adelante, incluso cuando la vida le ponía al chico dificultades enormes. Creyó en la capacidad de aprender del hijo del tabacalero, del trabajador golondrina, del empleado, de la ama de casa, del desocupado. Creyó en los chicos del barrio y en los chicos de la Puna. Y esa fe, sostenida durante 36 años, es la mayor de sus victorias.

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Hoy Monterrico puede decir con orgullo que una de sus hijas se convirtió en maestra de toda la provincia.
Y Jujuy puede mirarse en el espejo de su trayectoria para recordar que, incluso en tiempos difíciles, hay personas que hacen grande lo público desde el silencio, sin cámaras, sin discursos grandilocuentes, solo con una tiza, un cuaderno y una vocación irrenunciable.

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Liliana Noemí Gutiérrez se jubila. Pero su trabajo no se jubila: sigue viviendo en cada exalumno que lleva su marca, en cada aula que heredará su ejemplo, en cada maestro joven que entienda que enseñar no es solo un empleo, sino una manera de estar en el mundo y de transformarlo.

Que esta despedida emotiva no sea solo una noticia de ocasión, sino un compromiso: cuidar a nuestros docentes, reconocerlos en vida, valorar su entrega y entender que sin ellos no hay futuro posible para Jujuy.

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