Una marcha de jubilados que termina con heridos. Un sacerdote tirado al piso por siete uniformados.
Un país donde rezar puede ser considerado un acto subversivo. Una sociedad que ve esto… y sigue de largo. Esto es Argentina hoy. Y eso debería helarnos la sangre.
La represión del último miércoles en el Congreso no es una anécdota. No es una excepción. Es una rutina. Una coreografía del poder. Cada semana, el Estado despliega un escuadrón militarizado —Gendarmería, Prefectura, Policía— para aplastar con escudos y gases a los cuerpos debilitados de quienes exigen una jubilación digna. Sí, en este país, se caga a palos a los jubilados y no pasa nada.
La brutalidad ya no choca: se administra
Lo que antes era escándalo, hoy es paisaje. La violencia ya no genera reacción: genera rating.
Padre Paco Olveira, arrojado al suelo por rezar. Curas golpeados por ponerse al frente de los más débiles.
Jubilados sangrando, gaseados, detenidos.
¿Y cuál fue la respuesta del aparato mediático?. Demonizar al que reza. Ridiculizar al que protesta. Justificar al que reprime. Porque hoy, en Argentina, la sensibilidad es un estorbo y la empatía es subversiva.
Un presidente sin alma y un pueblo sin reflejo
Javier Milei no es “excéntrico”. No es “inusual”.
Es el primer presidente con prácticas fascistas elegidas por las urnas.
Insulta, grita, margina, disciplina, dispara.
Gobierna con odio y promueve la deshumanización. Y eso es lo más peligroso: el odio como doctrina de Estado.
Cuando el poder político convierte a los periodistas en “prostitutas”, a los opositores en “parásitos”, a los migrantes en “delincuentes”, a los pobres en “planeros”, y a los jubilados en “carga estatal”, lo que se siembra es una Argentina sin comunidad. Una Argentina sin alma.
El fascismo no avisa: se normaliza
Primero fueron los recortes. Luego los insultos. Después vinieron los palos. Las balas de goma. Los gases. Las detenciones. Y ahora, el silencio social. Ese es el paso final del proceso: que ya no duela. Que ya no importe. Como advirtió Gramsci: “Odio a los indiferentes. La indiferencia es el peso muerto de la historia.”
Y es esa indiferencia la que hoy sostiene a este modelo.
¿Dónde está la dirigencia?
¿Dónde están los que dicen representar al pueblo?
¿Dónde están los que juran por la patria?
¿Dónde están los que firmaron sus bancas con la sangre de los que pelearon por la democracia?
El Congreso —el que debería proteger— permanece mudo. Los gobernadores calculan en lugar de denunciar. Los jueces esperan para actuar. Y los medios hegemónicos fabrican enemigos internos para distraer. Pero los cuerpos heridos están en la calle. Las pruebas están a la vista. Y la verdad grita en cada imagen.
No es un gobierno duro: es un gobierno peligroso
Milei no es un estadista. Es un fanático con poder. Cada día erosiona las bases mismas del pacto democrático. No gobierna para todos: gobierna contra muchos.
Contra los jubilados, contra los docentes, contra los trabajadores, contra los periodistas, contra los curas, contra los estudiantes. No es una exageración: es un síntoma. Y quien no lo ve, es parte del problema.
Argentina no puede acostumbrarse
Porque si hoy aceptamos que se reprima a los jubilados, mañana será cualquier otro. Porque si hoy se demoniza al que cuida, mañana se silenciará al que denuncia. Y porque ningún precio económico vale la pérdida de humanidad.
La democracia no se mide en votos: se mide en dignidad. Y cuando hay más escudos que argumentos, más camiones que propuestas, más sangre que respuestas, entonces ya no hay democracia: hay sometimiento.