Hay un clamor que recorre silencioso los salones del poder económico argentino. No es el grito desesperado de los sectores empobrecidos, ni la protesta bullanguera de los trabajadores desbordados. Es un susurro en voz baja, casi vergonzante, que nace desde las entrañas del establishment productivo: la Argentina ya no ofrece garantías.
La reciente nota de La Política Online sobre el almuerzo de empresarios con el ministro Luis Caputo y el jefe de Gabinete Nicolás Posse, en el marco del ciclo “Mayo Institucional” del CICyP, puso en evidencia una verdad incómoda: ni el kirchnerismo ni La Libertad Avanza convencen a los industriales. Ni Sergio Massa en 2023, con su pragmatismo licuador y promesas incumplidas, ni Javier Milei en 2024, con su discurso rupturista y su aversión al Estado, ofrecen el republicanismo previsible que la clase empresarial suplica como condición mínima para invertir.
Los mismos empresarios que se entusiasmaban con Mauricio Macri en 2015, que jugaron a dos puntas en 2019 y que temblaron en silencio durante el 2020, ahora se encuentran frente a un vacío. Se abrazaron a Milei con la esperanza de un shock ortodoxo, pero el desdén del presidente por el Congreso, su guerra contra gobernadores y su constante amenaza de vetarlo todo los llenan de inquietud. ¿Cómo confiar en un país donde las reglas cambian por decreto, donde el derecho laboral es blanco de furia libertaria y donde la negociación política es tratada como traición?
Luis “Toto” Caputo intentó calmar las aguas durante el encuentro: habló de déficit cero, de anclas nominales, de baja del riesgo país. Pero la palabra que más repetía el auditorio era otra: “institucionalidad”. Esa palabra que no cotiza en los mercados, pero sin la cual no hay ni crédito, ni contratos sostenibles, ni democracia operativa. Una palabra que para muchos de esos empresarios ya no es propiedad ni de un sector ni de otro, sino un bien escaso, casi exótico.
Es revelador que los mismos industriales que aplaudieron a Menem, acompañaron a Duhalde, financiaron a Kirchner y especularon con Milei, hoy se encuentren en un impasse existencial. Saben que sin previsibilidad jurídica y equilibrio de poderes, la economía no se estabiliza. Pero también saben que ninguna de las dos fuerzas que dominaron la última elección presidencial les garantiza eso. ¿Dónde quedó la república? ¿Quién garantiza hoy la división de poderes, la independencia judicial, la solidez del Parlamento?
La casta, parece, no es sólo política. También hay una casta empresarial que ahora empieza a mirarse al espejo. Que sospecha que las reglas no las dicta ni el mercado ni el Estado, sino un caos institucional que se ha vuelto estructural. Los aplausos tibios a Caputo no fueron por entusiasmo, sino por resignación. Como si dijeran: esto es lo que hay. Pero el empresariado sabe que “esto” no alcanza.
El verdadero peligro para la Argentina no es que haya ajuste o que haya populismo. Es que no haya normas claras, mecanismos de control, contrapesos, ni consensos básicos. Que no haya república. Y eso, como bien dejó entrever el presidente del CICyP, no lo garantiza ni el kirchnerismo ni el mileísmo. La tragedia institucional de Argentina es que ha quedado atrapada entre dos extremos que, aunque opuestos en estética y retórica, comparten un desprecio funcional por los procedimientos republicanos.
El empresariado lo huele, lo sabe, lo teme. El problema es que aún no sabe qué hacer con esa certeza.