Por el equipo editorial de Perico Noticias
La Corte Suprema condena. Los mercados celebran. El oficialismo respira. El peronismo se reacomoda. Y una vez más, Argentina parece atrapada entre los escombros de su propia historia. Pero esta vez —y quizás por primera vez en décadas— el fuego no arrasó todo: entre las brasas humeantes, alguien pronunció la palabra prohibida. Una palabra simple, olvidada, acaso redentora: desarrollo.
Fue Osvaldo Jaldo, gobernador de Tucumán y peronista no kirchnerista —aunque alguna vez lo haya sido—, quien en medio de la euforia sorda por la proscripción de Cristina, desvió la mirada del castigo y la venganza, y puso sobre la mesa lo que realmente importa. «Argentina necesita un camino de desarrollo», dijo. Y con esa frase, encendió la mecha de algo que puede ser mucho más grande que una interna o una elección: la necesidad de una nueva épica fundadora.
Entre el ocaso de una líder y el peso muerto de una ilusión
Cristina Fernández de Kirchner, más allá de los fallos judiciales y las escenografías de la resistencia, ya pertenece a la historia. Su biografía se ha fundido, para siempre, con la tradición de lucha y persecución del peronismo. Su figura será revisitada como se recuerda a Evita o Perón en sus exilios: entre el mito, la culpa y el amor popular.
Javier Milei, en cambio, todavía está entre nosotros. Pero cada día que pasa, se vuelve más una hipérbole que un proyecto. Es el presidente de una economía sin consumo, de un país con salarios congelados, con PBI cayendo y calles vacías. Su épica de ajuste eterno solo genera frío —literal y metafórico—. El supuesto libertarismo que prometía un nuevo pacto con el futuro se reduce a planillas de Excel, conferencias anacrónicas y una inflación que baja a fuerza de parálisis.
Ambos, en sus extremos, representan los límites simbólicos de un modelo que ya no da más.
Superar la crisis no es elegir entre dos fracasos
Aquí está el nudo del problema: salir a defender a uno u otro es el error estructural de nuestra época. Porque el peronismo, librado finalmente del dedo ungido y de la obediencia vertical, tiene una oportunidad histórica de repensarse sin condenas ni veneraciones. Y porque el mileísmo, una vez comprobada su impotencia para generar prosperidad real, dejará abierta una avenida para lo nuevo.
Este momento no es ni kirchnerista ni libertario. Es partero. Está preñado de algo que todavía no tiene nombre, pero que pide nacer: una nueva cultura política que se atreva a dejar de elegir entre el castigo y el colapso, y comience a construir futuro desde otro paradigma.
El mensaje pastoral como hoja de ruta
Decía el Papa Francisco —y lo ratifica el nuevo Pontífice en su línea de continuidad ética— que la política debe ser la forma más alta de caridad. Hoy, en una Argentina donde la caridad se convirtió en billetera virtual, planes atomizados o dádivas algorítmicas, urge recuperar el sentido pastoral de la política: sanar, acompañar, dignificar.
Ese nuevo modelo no puede nacer de los escritorios del establishment ni de las usinas del odio. Tiene que brotar de los márgenes: desde los barrios, los clubes, las cooperativas, los artistas, los docentes, los programadores, los emprendedores de triple impacto. Es tiempo de fundar una nueva democracia económica, que garantice renta básica universal, libertad financiera real, y la sumisión de la tecnología al servicio del ser humano —y no al revés—.
¿Qué vendrá? Un nuevo gran consenso
No será una coalición electoral. Tampoco un frente ideológico. Será algo más profundo: una espiritualidad de país, un acuerdo transversal que supere los binarismos y se atreva a pensar la prosperidad compartida como meta política. Será el tiempo de las plataformas descentralizadas, de los activos culturales y deportivos tokenizados, de las monedas comunitarias y los derechos digitales como nuevos pilares de ciudadanía.
Será, en fin, el tiempo de una patria inteligente, sensible y justa, que no se conforme con no ser Venezuela ni aspire a ser Miami. Una patria que se anime a ser ella misma, pero mejor.
Conclusión: desensillar hasta que aclare… y mientras tanto, sembrar
No estamos en un fin de ciclo. Estamos en el inicio de algo inédito. Por eso, como decía Perón, hay que “desensillar hasta que aclare”. Pero también hay que sembrar mientras esperamos, porque el tiempo no perdona a los que no se preparan.
El peronismo sin Cristina ya no tiene excusas para no reinventarse. El mileísmo pronto mostrará su verdadera cara: la de un modelo que no incluye, no calienta, no alimenta. Lo que venga después dependerá de si somos capaces de romper el discurso binario, dejar de repetir lemas ajenos y animarnos a construir una Argentina que todavía no existe, pero está ahí —al alcance de nuestra imaginación política—.