Mientras en Jujuy, Perico y todo el NOA los gobiernos aún discuten sobre colectoras, pisos electorales y obras menores, el mundo económico y geopolítico se ha puesto en un estado de conmoción. Y esta vez, no habrá refugios seguros.
La advertencia es clara: China avanza, el dólar comienza su derrumbe lento pero irreversible, y los mercados tradicionales que sostenían a nuestras economías regionales, desde los valles de Perico hasta los ingenios del NOA, están desapareciendo ante nuestros ojos.
La reciente denuncia del periodista Lorenzo Ramírez revela que en Estados Unidos, Donald Trump —con su desesperado enfrentamiento contra la FED— ha pasado del tono amenazante al ruego explícito. ¿Por qué? Porque ya no puede frenar el cambio de ciclo global: el Tesoro estadounidense mismo se convirtió en un arma de presión insostenible, y los aranceles de guerra contra China solo aceleraron su propio debilitamiento.
Peor aún: el verdadero riesgo para el sistema financiero mundial no es China, sino Japón, cuyos desequilibrios ocultos amenazan con provocar una nueva crisis de dimensiones históricas. Lo que sucede en Tokio no es tan diferente de lo que ya empieza a sentirse en Washington… y lo que inevitablemente golpeará a las periferias como Argentina.
¿Y qué hacemos nosotros?
En el NOA, seguimos anclados a una matriz productiva pensada para el siglo pasado. Pensar que el tabaco, la caña o el litio en manos de grandes extractoras chinas nos salvarán es suicida. El dólar fuerte que nos protegía comienza a evaporarse. El comercio regional tradicional se achica. La competitividad será absoluta. Y sólo quienes tengan estructuras productivas, tecnológicas y políticas modernas podrán sobrevivir.
Los gobiernos provinciales y municipales parecen no advertirlo. Continúan atrapados en pequeñas disputas, incapaces de diseñar infraestructuras económicas nuevas, abrir mercados alternativos o integrar verdaderamente la revolución tecnológica que ya manda en el mundo.
La realidad es brutal:
- Sin un salto hacia la economía del conocimiento.
- Sin un mercado local fortalecido por tecnología, blockchain, tokens, bonos de carbono y producción energética limpia distribuida.
- Sin democratización real de los beneficios productivos.
- Sin descentralización del poder económico y político.
No habrá futuro para los pueblos del NOA.
Si la política no entiende el giro de paradigma, la sociedad lo hará sola. Nuevas formas de organización social basadas en plataformas tecnológicas, redes de intercambio, sistemas de financiación descentralizada y proyectos cooperativos digitales emergerán con o sin permiso.
La tecnología ya no es una opción. Es una condición inevitable.
No se trata solo de instalar fibra óptica o apps de trámites: se trata de un rediseño completo de la infraestructura de poder y producción para sostener la vida misma en la región.
Todavía hay tiempo. Hay oxígeno. El superávit fiscal proclamado puede ser la chispa inicial para transformar el modelo productivo hacia el siglo XXI. Pero la ventana de oportunidad se está cerrando rápido. Y no esperará por burocracias ni por caudillos.
El mundo cambió. El NOA debe cambiar.
La única alternativa al cambio es la irrelevancia.
Y esta vez, no habrá marcha atrás.