Por Jorge A. Lindon – La política argentina avanza hacia octubre con el vértigo de una película de catástrofe. Pero en esta cinta no se trata de terremotos o asteroides, sino de una economía que ya está semihundida en arenas movedizas. Y no hay actor de reparto: el plan Milei se juega su propia existencia en cada voto. En especial, en la madre de todas las batallas: la Provincia de Buenos Aires. Si el oficialismo no obtiene allí un resultado decoroso en las elecciones de septiembre, el “león libertario” podría verse reducido a un rugido sin eco, empujando a su programa económico a una implosión inevitable.
Según el último informe de Zuban Córdoba, más del 53,6% del electorado ya se identifica como “antimileísta”, un dato escalofriante para un gobierno que apenas cumple un año y cuya imagen negativa (57,5%) ya supera el rechazo que sufrió el último tramo del kirchnerismo. El libertarismo, que fue novedad, hoy roza el desgaste acelerado. Pero atención: el presidente aún mantiene buena imagen en el norte argentino, y Jujuy figura como uno de los bastiones simbólicos de su narrativa del “ajuste moralizador”.
Sin embargo, las placas tectónicas se están moviendo también en el Norte Grande. En Jujuy, el viejo caudillo Gerardo Morales ha comenzado su retorno. Nunca dejó realmente el poder, pero ahora vuelve en clave de campaña, recorriendo las segundas y terceras líneas, sosteniendo reuniones con intendentes y sellando pactos silenciosos. En los corrillos jujeños ya se escucha: “Morales quiere ser el antimileísmo ordenado y provincial”. La frase no suena a disparate. Con un peronismo deshecho y una izquierda que no logra unificarse, el radicalismo jujeño busca pararse como pivote del equilibrio.
No se trata solo de recuperar votos: se trata de evitar la pulverización. Morales sabe que, si Milei se desbarranca en Nación, habrá que ofrecer gobernabilidad de algún tipo. Un frente antimileísta con sectores peronistas no sería tan impensable. Y aquí, el gobernador Carlos Sadir quedaría relegado al rol de administrador de planillas, como siempre fue. El verdadero timón político lo volvería a tener quien hoy, entre risas amargas, sostiene que “alguna vez escupí para arriba, pero este tipo no tiene techo ni suelo”.
En este esquema, la izquierda jujeña tiene una chance histórica. Su consolidación en la última década le da estructura, pero le falta voluntad de unidad. Si logra convocar al voto independiente y enfocar su discurso no solo en la crítica, sino en el recambio generacional, podría morder con fuerza. El problema no es solo Milei: es el régimen de privilegios cruzados que la sociedad empieza a detestar, de izquierda a derecha.
Las encuestas lo dicen: el 52,8% de los argentinos planea castigar al gobierno con su voto. Y si Buenos Aires se convierte en el primer acto de esa reprimenda, octubre podría ser la estocada final. Por eso, la elección bonaerense de septiembre ya no es una prueba: es un referéndum.
Morales lo huele, Milei lo teme, la oposición lo entiende. Y Jujuy, como siempre, es el laboratorio político donde el siglo XXI juega sus cartas más rudas.