La ciudad de Perico, conocida durante décadas como el corazón agrocomercial del norte argentino, atraviesa una de las peores crisis de su historia reciente. Las ferias —esa trinchera cotidiana de verduleros, changarines, acopiadores y pequeños comerciantes— hoy se han convertido en un símbolo brutal del colapso del poder adquisitivo de la población, la descomposición de la cadena productiva y el desdén institucional que alimenta la recesión.
Ferias sin compradores: el síntoma de una economía paralizada
En la Feria Mayorista de Frutas y Verduras, los vendedores resumen la situación con dos palabras: “No se vende”. Las operaciones han caído en más de un 40%, mientras los productos, muchos de ellos dolarizados e impuestos mediante, se pudren por falta de rotación. ¿Cómo competir cuando el cajón de manzana se ofrece a $28.000, la jaula de espinaca a $18.000 y el de morrón rojo a $24.000? Imposible. Más aún cuando, además, deben pagar un “peaje” de $1.000 por unidad de transporte, un impuesto encubierto que no solo erosiona márgenes sino que desalienta a compradores.

Los feriantes lo dicen sin vueltas: “Nos están matando. Los mismos de acá ya no vienen porque no conviene ni para el consumo propio”. Las frutas y verduras llegan con precios atados al dólar, al transporte que se paga con gasoil caro, y a la incertidumbre de un mercado que ya no responde ni a precios bajos ni a ofertas de volumen. La lógica del derrumbe es total.
Feria minorista: una coreografía de miradas vacías
En la Feria Minorista, donde antes las familias hacían cola por una bolsa de papas o un kilo de tomates, ahora reina el silencio. Los vendedores se miran entre ellos en un loop de resignación: “Traemos poco porque no se vende. Antes vendíamos todo, hoy ni la mitad”. Las ofertas son claras —2kg de papa, cebolla o tomate por $1.000— pero ya ni eso alcanza. La lechuga a $2.000 el kilo y el morrón rojo a $4.000 son precios que duelen. Nadie los paga, no porque no quiera, sino porque no puede.
La caída del consumo minorista es pavorosa. Lo que se ve en Perico es una postal ampliada de lo que ocurre en todo el país: salarios congelados, inflación persistente y un sistema de distribución que colapsa. Los precios, lejos de reflejar abundancia, demuestran escasez y descontrol. Los mercados populares, en vez de ser garantía de acceso, hoy son terreno de resistencia.
La Saladita y el contrabando manufacturado
En zonas como La Saladita, la otra periferia comercial de Perico, el panorama no mejora. Las ventas de productos manufacturados —ropa, calzados, plásticos y artículos del hogar— han caído en picada. A la falta de efectivo local se suma la competencia feroz de productos provenientes de Bolivia, Paraguay y Chile, muchos de ellos ingresados sin control, lo que genera una presión imposible de resistir para los vendedores locales. El mercado informal que alguna vez fue dinamizador, hoy es reflejo de una economía desarticulada.
Campo colapsado: tabacaleros y cañeros, víctimas del mismo sistema
La crisis no termina en los galpones de frutas ni en las mesitas de venta ambulante. La periferia agrícola de Perico —donde conviven cañeros, tabacaleros, hortícolas y productores de estación— también sangra por dentro. La exportación se ha vuelto una trampa: el dólar oficial, las retenciones, los fletes carísimos, la inflación de insumos, y la falta de políticas activas hacen que producir no sea rentable. Muchos han empezado a endeudarse o abandonar. El sistema productivo jujeño se autodestruye por falta de herramientas, financiamiento y conducción política.
Sin ventas, sin Estado, sin salida
Lo más alarmante no es la caída de ventas. Lo más grave es el abandono institucional. No hay plan de promoción, no hay crédito accesible, no hay líneas de emergencia, ni políticas para sostener el comercio o la producción. Lo único que hay son más tasas, más controles asfixiantes y una política fiscal que aprieta más cuanto menos se puede pagar. La motosierra nacional se ha replicado en versión mini por los municipios, con efectos catastróficos.

Perico, que fue llamada “la ciudad mercado”, hoy parece más una ciudad en desahucio. Sin consumidores, sin productores rentables, sin planificación. La economía real se ha detenido, y en su lugar solo queda un reflejo roto de lo que alguna vez fue una de las principales capitales agrocomerciales del norte argentino.
Un grito urgente
Los feriantes no piden subsidios. Piden trabajar, vender, subsistir. Pero sin consumo interno, sin políticas inteligentes, sin estrategias regionales y sin articulación entre productores y comerciantes, Perico seguirá en caída libre.
O se atiende la crisis, o se entierra el modelo.