“Periodismo en peligro: entre el desprecio del poder y la esperanza de la palabra”

“Periodismo en peligro: entre el desprecio del poder y la esperanza de la palabra”

Por el Prof. Jorge Lindon


I. De Moreno a Milei: el largo viaje del periodismo argentino

Un 7 de junio, allá por 1810, Mariano Moreno fundaba La Gazeta de Buenos Ayres como herramienta revolucionaria, como espada ilustrada para combatir la ignorancia colonial. Era, entonces, el periodismo, un acto de coraje. Un oficio libertario. Una práctica humanista. Hoy, 214 años después, esa misma vocación es arrojada al descrédito con furia y sistematicidad. Quienes deberían garantizar su supervivencia lo estigmatizan. Quienes deberían respetarlo lo ridiculizan. Quienes deberían leerlo… lo desprecian.

El presidente Javier Milei declaró sin rubor que “a los periodistas todavía no se los odia lo suficiente”. No fue una humorada ni un exabrupto: fue una consigna. Desde entonces, cada periodista es sospechoso. Cada pregunta es una traición. Cada pluma es un sobre. ¿Qué queda de aquel oficio digno cuando el poder, en vez de criticar al medio, manda a destruir al mensajero?


II. El ocaso de los templos: la TV se apaga, la radio no suena, el diario ya no cruje

Durante décadas, la cocina política nacional tenía tres platos fijos: café, periodistas y off the record. Hoy, las redacciones vacías son el reflejo de una industria tambaleante. La televisión, cada vez más convertida en griterío de panelistas sin datos ni decoro, ya no convoca ni a los jubilados. Las radios agonizan bajo el algoritmo de Spotify. Y el diario de papel, ese dinosaurio romántico, yace como recuerdo melancólico en los bares de barrio.

Ya no hay espectadores, apenas usuarios. Ya no hay audiencias, sino burbujas cognitivas. El periodista que antes dialogaba con una comunidad hoy compite contra un meme o un hilo de X. Lo trágico no es que cualquiera pueda opinar: lo grave es que muchos ya no distinguen entre opinión y hecho. La verdad se ha vuelto incómoda, subjetiva, maleable. Y quien la defiende, se vuelve blanco de odio.


III. Mercenarios del relato, mártires del silencio

No negamos lo evidente: hay periodismo ensobrado. Hay operadores disfrazados de cronistas. Hay coberturas armadas por estudios jurídicos y lobbies corporativos. Hay líneas editoriales que no son más que negocios. La pauta oficial, sin una ley que la regule con justicia y transparencia, ha sido históricamente la zanahoria del domesticador.

Pero también hay periodistas con hambre de verdad, no de pauta. Que no tienen micrófono pero sí ética. Que no tienen pantalla pero sí agallas. Que no abdicaron a la vocación de contar, de indagar, de gritar cuando todos callan. Que siguen creyendo que una buena crónica puede encender una chispa en la oscuridad. Que escriben sin certezas, pero con el corazón del pueblo latiendo en las teclas.


IV. Red de redes: cuando el receptor se volvió emisor

La crisis de credibilidad del periodismo no es solo culpa del poder ni de los empresarios mediáticos. También la sociedad juega su rol. El lector ya no busca saber: busca confirmar lo que cree. Ya no quiere ser desafiado: quiere ser validado. Las redes sociales —ese gran confesionario narcisista— permiten opinar sin estudiar, acusar sin pruebas, descalificar sin consecuencias. ¿Y qué periodista puede competir contra 100.000 retuits de una mentira?

La gran tragedia del periodismo moderno es que el rigor perdió frente a la velocidad. La noticia es lo que impacta, no lo que importa. Y sin embargo, aún hay trincheras. Aún hay medios autogestivos, cooperativas, newsletters, podcasts independientes, emprendimientos digitales que se reinventan para sostener la palabra viva. Hay un nuevo ecosistema narrativo que respira fuera de los márgenes de Clarín y La Nación. Pequeño, pero vibrante.


V. ¿Profesión en extinción o en metamorfosis?

Quien hoy elige ser periodista en Argentina —de verdad, no de utilería— lo hace por pasión o por locura. Nadie se enriquece preguntando lo que molesta. Nadie escala diciendo lo que incomoda. El periodista es, más que nunca, una figura entre el desgaste y la esperanza. Una especie en vías de reinvención. Quizás el nuevo periodismo ya no hable desde un noticiero, sino desde un celular. Quizás no escriba desde una oficina, sino desde el living. Pero su deber sigue siendo el mismo: contar con honestidad lo que pasa. Interpretar. Resistir.

No somos inocentes: el oficio está herido. Pero aún no está muerto. Mientras exista alguien que investigue en soledad, que verifique datos mientras el trending topic incendia la verdad, que no se calle frente al poder ni repita como loro la propaganda oficial, habrá periodismo.


VI. En defensa del periodismo necesario

Hoy, Día del Periodista, no hay nada que celebrar si callamos frente al linchamiento simbólico promovido desde el poder. Pero sí hay que recordar —y honrar— a quienes siguen creyendo que otra comunicación es posible. No se trata de idolatrar a la prensa. Se trata de defender su función. Porque sin periodismo, la democracia es un espejismo. Y sin periodistas, los poderosos escriben la historia a su antojo.

A los colegas honestos: gracias. A los lectores lúcidos: no renuncien a la duda. A los gobiernos: no maten al mensajero. Mejor, escuchen el mensaje.

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