El peronismo jujeño llegó a la elección fracturado en dos sellos —Fuerza Patria y FPJA— y terminó firmando el desenlace más costoso: tercero en la cuenta decisiva y sin retener la banca que Unión por la Patria ponía en juego. No fue azar ni “mala suerte”: fue gestión. Gestión de la interna, gestión de los tiempos y, sobre todo, gestión del vacío. La responsabilidad política recae, en primer término, en los interventores que no lograron la unidad y condujeron el proceso a una primaria de hecho sin reglas ni horizonte, y en segundo término, en la presidencia partidaria que no ofreció un gesto de grandeza para ordenar.
La discusión por expulsiones o extensión de internas llega tarde y mal. Leila Chaer transita los últimos días de su mandato sin la autoridad política —ni moral— para distribuir sanciones. Pudo declinar su candidatura y habilitar una síntesis; eligió competir y el resultado fue un empate en daño: la otra lista, con un candidato del sector privado, obtuvo casi el mismo caudal. La aritmética es cruel: divididos, ambos perdieron; sumados, quedaron segundos, pero sin banca. Se escribe con números, pero se explica con conducción.
Tampoco Cristina Fernández de Kirchner mostró la muñeca necesaria para resolver las miserias intestinas de un peronismo jujeño que pedía cirugía mayor. La intervención se convirtió en una administración de parches y en una gestión de silencios. Cuando la política deja de ordenar conflictos, los conflictos ordenan la política. Y en Jujuy, el orden lo impuso el hartazgo social, que premió la novedad violeta y castigó a un oficialismo provincial agotado y a un peronismo ensimismado.
El resultado tiene un mensaje inequívoco: el PJ jujeño perdió calle, perdió épica y perdió compromiso. Perdió, en suma, la capacidad de representar. Mientras la agenda real —empleo digno, salarios, seguridad, tarifas, economía regional— ardía, la dirigencia discutía pliegos, sellos y sillas. El electorado respondió como responde cuando lo subestiman: se fue.
La pérdida de la banca no es un episodio; es una advertencia estratégica. Sin voz en el Congreso, Jujuy pierde capacidad de negociación y defensa de intereses concretos (litio, tabaco, energía, conectividad, fondos para infraestructura). Y el peronismo pierde la última trinchera institucional desde la cual reconstruir confianza.
¿Qué hacer? Cortar la hemorragia ya. Tres movimientos, sin épica pero con eficacia:
- Normalización breve y con fecha cierta: padrones auditados, arbitraje neutral y reglas aceptadas por todos.
- Unidad programática mínima: 10 compromisos verificables (empleo, pymes, regalías del litio, educación técnica, seguridad, federalismo fiscal, salud, tarifas, jóvenes, primera infancia). Sin esto, la unidad de sellos es papel mojado.
- Vuelta a la base: recorrer sindicatos, cooperativas, clubes, parroquias, comedores, barrios y economías regionales. Escuchar, corregir, prometer poco y cumplir todo.
La LLA capitaliza el momento y la UCR provincial acusa desgaste; pero creer que el 2027 caerá por gravedad es un error táctico. Si Fuerza Patria y FPJA no curan la herida y no se subordinan a un método, quedarán sin altura moral para pedir la confianza de las mayorías. La sociedad no premia capillas: premia soluciones.
El peronismo nació para interpretar dolor social y transformarlo en ascenso. En Jujuy, hoy, no interpreta ni transforma. Aún hay tiempo, pero no sobra. La próxima interna debe ser una herramienta de reencauce, no el velorio de una etapa. O la dirigencia reordena al peronismo desde la base hacia arriba, o el peronismo jujeño seguirá mirando la elección desde la tribuna.
