En la sesión maratónica donde el oficialismo logró la media sanción del Presupuesto nacional, el verdadero partido se jugó en un punto clave: el capítulo XI, el paquete de recortes que pulverizaba actualizaciones de la AUH, asignaciones familiares, beneficios de zonas frías, apoyos a universidades y políticas para personas con discapacidad. Su caída fue un golpe político directo al corazón del mileísmo. Y allí, en primera fila, quedaron retratados dos jujeños: Jorge Rizzotti y María Inés Zigarán.
Ambos eligieron la maniobra “prolija” de la abstención. Pero cuando el capítulo XI se cayó, la máscara técnica se rompió: los dos saltaron de sus bancas, brazos en alto, gritos, aplausos, alivio. Esa escena vale más que mil comunicados. La abstención, en este contexto, fue un voto político contra el núcleo más brutal del ajuste libertario. Y ellos lo saben.
La foto dialoga con otro episodio reciente en Jujuy: la reunión en la Federación de Básquet donde Gerardo Morales reunió a todo el gabinete y “marcó la cancha”, tomando distancia explícita del proyecto de Milei y su ataque a la educación, a la salud, a las provincias y a los sectores vulnerables. Lo de Rizzotti y Zigarán en el Congreso no es un gesto aislado: es la continuidad legislativa de la línea política que el ex gobernador bajó en público.
La situación de Carlos Sadir es más compleja. Gobernar una provincia con solo 2 de 6 diputados nacionales en sintonía con el gobierno local y sin peso propio en el Senado obliga a un malabarismo permanente. No puede romper puentes con Nación, pero tampoco puede suicidarse políticamente convalidando el desguace del Estado y la destrucción del tejido social jujeño. Por eso aparece esta coreografía: abstenciones “técnicas” para no dinamitar relaciones formales con el mileísmo, combinadas con festejos explícitos cuando se frena el hachazo sobre las mayorías.
La lectura es clara: el gobierno de Jujuy es, en los hechos, anti-libertario, aunque todavía rehúya decirlo con todas las letras. Sabe que un presupuesto hecho a la medida de Milei implica más recesión, menos obra pública, más pobreza y menos federalismo. Sabe que si se desfinancia la AUH, las asignaciones familiares, las universidades o las políticas para discapacidad, el impacto se siente primero en el interior profundo, en los barrios de Alto Comedero, en La Quiaca, en Perico, no en Puerto Madero.
El capítulo XI condensaba esa lógica inhumana: orden fiscal a costa de mutilar derechos básicos. Era el intento de cuadrar las cuentas sacrificando el ascenso social, la educación como movilidad, el abrigo estatal para los más vulnerables. Que haya caído gracias a una mayoría heterogénea –peronismo, radicales díscolos, provinciales, izquierda– muestra que todavía hay límites democráticos al experimento libertario.
Por eso la foto de Rizzotti y Zigarán es mucho más que una anécdota. Es la evidencia de una fractura interna en Juntos por el Cambio y de un punto de no retorno para el radicalismo jujeño: ya no puede venderse como socio dócil de un proyecto que desprecia la universidad pública, el federalismo fiscal y la protección a los que menos tienen. Si acompañara ese camino, arrastraría consigo su propia historia y la de miles de militantes que construyeron capital político precisamente defendiendo lo contrario.
De cara a lo que viene –eventual veto presidencial, nueva negociación en el Senado, retorno del proyecto a Diputados– Jujuy está obligado a definirse con claridad. O se planta de manera consistente contra un modelo que recorta derechos y abandona provincias, o termina atrapado en la ambigüedad de los doble discursos: decir una cosa en Buenos Aires, susurrar otra en San Salvador y terminar pagando el costo político en los barrios.
El mensaje que dejó la sesión es contundente: cuando se trata de defender la AUH, las universidades, los discapacitados y las familias trabajadoras, no hay espacio para tibiezas ni para contabilidad creativa. El pueblo jujeño ya tomó nota de quién levantó la mano, quién se abstuvo y quién aplaudió hasta quedarse sin voz.
