El siglo XXI volvió obsoleta la idea de que la pobreza es un destino. Hoy, una hectárea conectada, un dato bien utilizado y una red de emprendedores pueden multiplicar productividad, empleo y arraigo. Si el Estado —en todos sus niveles— tiende puentes operativos entre tecnología y producción primaria, la juventud deja de mirar la salida y empieza a mirar la cadena de valor.
El NOA tiene un portafolio único: tabaco, caña, citrus, legumbres, baba de tuna, vitivinicultura de altura, camélidos, litio y renovables. El problema no es la falta de recursos; es la brecha entre potencial y ejecución. Esa brecha se cierra con conectividad rural, datos abiertos, crédito previsible y reglas simples que premien al que invierte y contrata.
La juventud es la pieza crítica. No por romanticismo, sino porque posee la ventaja tecnológica: maneja sensores, drones, riego inteligente, ERPs, trazabilidad, biotecnología aplicada y comercio electrónico. Si articulamos escuelas técnicas + institutos agroindustriales + empresas en trayectos formativos de 6–12 meses con prácticas pagas, cada temporada deja competencias instaladas en territorio.
La agenda es concreta. Primero, conectividad total en corredores productivos: 4G/5G o satelital donde haga falta. Sin red, no hay dato; sin dato, no hay precisión. Segundo, kits de modernización para pequeños y medianos: estaciones meteorológicas, sensores de humedad, software de gestión y capacitación in situ. Tercero, laboratorios de valor agregado: inocuidad, deshidratado, aceites esenciales, biomateriales, biogás y biofertilizantes.
Cuarto, logística competitiva. El corredor bioceánico no es un slogan: es costo por kilómetro. Depósitos fiscales interiores, bitrenes donde sea viable, ferrocarril operativo y ventanillas únicas que no castiguen el flete del NOA. Con logística resuelta, el precio en tranquera deja de ser sentencia y pasa a ser negociación.
Quinto, normas pro-empleo enfocadas en formalizar sin precarizar: créditos con garantía pública para primer empleo joven, reducción transitoria de contribuciones por alta de trabajadores formados en trayectos duales, amortización acelerada para inversiones tecnológicas y plazos administrativos ciertos. La previsibilidad es capital productivo.
Sexto, alivio al endeudamiento de familias y microempresas para desactivar la trampa del mínimo de la tarjeta: consolidación regulada, tope de punitorios y período de gracia. Sin oxígeno doméstico, el consumo regional —motor de comercios y servicios— no despega aunque el campo produzca más.
Séptimo, salud mental y bienestar como infraestructura blanda. Programas de apoyo psicosocial en polos productivos, guarderías comunitarias y transporte seguro para turnos estacionales reducen abandono, rotación y accidentes. La productividad también es un entorno que cuidá a su gente.
Por último, gobernanza con tableros públicos: hectáreas conectadas, jóvenes certificados, toneladas procesadas, tiempos de habilitación, empleo creado. Lo que no se mide no mejora; lo que no mejora, se corrige. La tecnología no reemplaza a la política, pero la obliga a rendir cuentas.
El futuro no se promete: se produce. Si el Estado tiende puentes y la juventud los cruza, del silicio al surco hay trabajo digno, empresas nuevas y paz social. En el NOA —y en Jujuy— es irrazonable la pobreza frente a tantas herramientas disponibles. Conectar, formar, financiar y exportar: esa es la hoja de ruta.
