La frase apareció en The Atlantic y corrió como pólvora: “Maduro estaría abierto a una salida negociada si Estados Unidos le otorga amnistía a él y a su cúpula, levanta recompensas y facilita un exilio confortable… si hay suficiente presión —y suficiente ‘caramelo’ en el plato— todo está sobre la mesa”. El eco de esa versión —recogida y amplificada por medios como Latin Times— vuelve a instalar la pregunta que desvela a la diplomacia hemisférica: ¿estamos ante el primer bosquejo serio de transición pactada en Venezuela o es otra maniobra de presión psicológica en una guerra de nervios que ya lleva una década?
Más allá del tono incendiario, el telón de fondo es concreto. Tras años de sanciones, alivios parciales y nuevas sanciones, la Casa Blanca y sus aliados europeos vienen modulando un combo de castigo e incentivos: licencias temporales al petróleo y al oro cuando hay gestos de apertura, y reinstalación de castigos cuando el chavismo cierra el juego. Estados Unidos ya mostró que ese interruptor existe: habilitó respiros en 2023 ligados a una “hoja de ruta electoral” y volvió a endurecer en 2025 con paquetes coordinados con UE y Reino Unido, además de elevar recompensas sobre la cúpula venezolana. Es decir, zanahoria y garrote según el comportamiento del régimen.
En paralelo, la oposición intenta sostener la presión internacional. Incluso figuras duras como María Corina Machado han respaldado a la administración estadounidense cuando canceló licencias petroleras que daban oxígeno a PDVSA, bajo la premisa de que cada dólar que entra sin control “financia represión”. Esa postura alimenta la tesis de que la palanca energética seguirá siendo el instrumento principal para forzar concesiones reales en Caracas.
¿Qué significa, en geopolítica realista, una “salida negociada”?
- Arquitectura de garantías. Ningún autócrata abandona el poder sin blindaje personal y de su círculo. “Amnistía + levantamiento de recompensas + exilio seguro” es la tríada típica en transiciones frías. El problema: parte de esas garantías chocan con causas federales y con el principio de justicia para víctimas, lo que exige una ingeniería jurídica y política muy fina entre Washington y socios regionales.
- Secuencia verificable. El hemisferio ya aprendió que los gestos deben ser reversibles. Cualquier alivio económico tendría que atarse a cronogramas, observación internacional y triggers automáticos que reimpongan sanciones ante incumplimientos. Eso ya ocurrió con licencias temporales; la novedad sería anclarlo a un calendario de salida con actores militares incluidos.
- Interés estratégico de EE. UU.. Una transición ordenada en el principal reservorio de crudo del hemisferio, en un año de volatilidad energética y reconfiguración del mapa petrolero, vale oro para Washington. Reduce la dependencia de actores OPEP+, contesta la influencia rusa/iraní en Caracas y estabiliza migraciones. De ahí que el rumor de The Atlantic no sea fantasía: responde a incentivos reales.
Impacto en mercados
- Bonos y riesgo país: cualquier señal creíble de negociación dispara apuestas de recovery sobre deuda venezolana —aunque hoy sigue bajo un entramado sancionatorio— y mejora beta regional. Cuando las licencias se aflojaron, ya se vio compresión de spreads; cuando se endurecieron, se evaporó. Expectativas, no flujos, mueven precios en el corto. (AP News)
- Petróleo: una ruta de normalización ordenada agrega oferta potencial futura (upstream + services) y reduce primas de riesgo geopolítico. Si, por el contrario, el régimen se atrinchera y crece la presión, prevalece el escenario volátil.
¿Es creíble que Maduro “se vaya”?
Sí, pero sólo si:
- la amnistía es multilateral (EE. UU., UE y países ancla de la región),
- la Fuerza Armada recibe garantías corporativas mínimas,
- y la oposición acepta un aterrizaje institucional con controles desde el día 1 (TSJ, CNE, seguridad).
Sin esos tres pilares, el incentivo racional del régimen es ganar tiempo y seguir canjeando concesiones tácticas por alivios temporales.
Por qué esto importa más allá de Venezuela
Una salida pactada en Caracas sería un precedente hemisférico: mostraría que la presión económica con diseño puede forzar aperturas, que el petróleo vuelve a ser palanca de poder y que Washington aún puede coordinar coaliciones sancionatorias efectivas frente a rivales que explotan vacíos (Rusia, Irán, China). Si esa operación falla, el mensaje inverso también sería rotundo: el autoritarismo aprende a sobrevivir al costo de sanciones crecientes.
