Por Jorge A. Lindon – Occidente se enfrenta al espejo de su decadencia. Mientras las deudas públicas se disparan, la solución que las élites proponen es tan vieja como injusta: que trabaje más quien menos tiene, que se sacrifique quien ya vive ajustado. Francia es hoy el laboratorio más nítido de esta hipocresía estatal. El primer ministro François Bayrou decidió suprimir días festivos —sí, quitarle al pueblo los pocos momentos de respiro— para achicar el déficit. ¿Y la clase política? Intacta. Con sueldos blindados, prebendas aseguradas y nula vocación de compartir el esfuerzo que le exige a la sociedad.
En la otra punta del mundo, la Argentina copia ese guion con fidelidad vergonzosa. Javier Milei encarna el relato del ajuste épico, del orden restaurado. Pero el bisturí solo corta donde no hay defensas: en los hogares humildes, en las clases medias endeudadas, en los municipios sin recursos. ¿Y las provincias? Hasta ahora, el ajuste ha sido selectivo y parcial. Jujuy, por ejemplo, sigue siendo un ejemplo de Estado bobo, ineficiente y políticamente hipertrofiado, donde la clase dirigente —provincial y municipal— ni siquiera se da por aludida ante el grito social por transparencia y eficiencia.
Las cifras no mienten: se recortan subsidios al transporte, se congelan salarios docentes, se ajustan partidas sociales. Pero los asesores legislativos, los contratos innecesarios, los gastos de representación y las cajas negras de la política siguen vivas. ¿Quién le pone el pecho al déficit estructural del gasto político? Nadie. Porque el Estado argentino no se ajusta: se reinventa para protegerse a sí mismo.
Lo que ocurre en Francia no es un caso aislado. Es un síntoma global. El neoliberalismo de laboratorio ya no convence, y la socialdemocracia agotada no ofrece respuestas. Los gobiernos, atrapados entre deudas y tecnocracia, descargan el peso sobre las espaldas del pueblo. Trump amenaza con dinamitar el equilibrio global desde su regreso posible a la Casa Blanca, mientras presiona a la Reserva Federal como si fuera un peón de campaña. Powell podría caer. Y si la Fed se sacude, el dólar sube, las tasas también, y América Latina —incluida Jujuy— vuelve a pagar con recesión, inflación importada y fuga de capitales.
Este escenario global debería ser un llamado de urgencia para revisar el Estado argentino desde sus cimientos, pero no con motosierra demagógica, sino con inteligencia, coraje y justicia. ¿Cuánto pesa el Estado jujeño en la vida real de su gente? ¿Cuánto cuesta mantener un aparato político que no resuelve, no escucha y no innova?
El Norte necesita otro tipo de Estado. Un Estado flaco en privilegios, pero musculoso en servicios, justicia, conectividad y producción. Hoy, en nombre del orden, se está desmontando lo poco que funcionaba, sin tocar lo mucho que sobra.
La pregunta que deberíamos hacernos no es si hay que ajustar, sino a quién y para qué. Porque el verdadero déficit no es fiscal, sino ético. Y si la política no se ajusta primero a sí misma, lo hará la historia… con dolor y con furia.