Reforma laboral sin retroactividad, pero con efecto boomerang: el golpe viene para los trabajadores de hoy

Reforma laboral sin retroactividad, pero con efecto boomerang: el golpe viene para los trabajadores de hoy

La discusión pública sobre la reforma laboral gira alrededor de una frase que suena tranquilizadora: “no será retroactiva”. El mensaje oficial es simple y seductor: si ya tenés trabajo, nadie te va a tocar tus derechos. El nuevo régimen sería sólo para las futuras contrataciones.
Suena razonable. Es, justamente por eso, peligroso.

Porque el problema no es jurídico, es político y económico: aunque la norma no “borre para atrás” derechos adquiridos, sus efectos futuros caen de lleno sobre los trabajadores de hoy. No en abstracto, sino en su próxima paritaria, en su próximo cambio de empleo, en la próxima crisis de la empresa que hoy los tiene en planta.

La letra chica de la “no retroactividad”

El gobierno omite explicar algo elemental:

  1. Casi nadie se jubila en el mismo puesto donde empezó.
    La enorme mayoría de los trabajadores cambiará de empleo, de categoría, de empresa o de encuadre en los próximos años. Cada uno de esos movimientos abre la puerta a ser contratado bajo el nuevo régimen más barato y más flexible.
  2. Las empresas tienen memoria y calculadora.
    Si despedir mañana será más barato que despedir hoy, el incentivo es clarísimo: aguantar, precarizar por otras vías, esperar el nuevo marco legal y recién ahí hacer el “ajuste fino”. La supuesta protección actual es un paraguas de papel.
  3. El “techo” indemnizatorio funciona como referencia general.
    Aunque la norma se aplique sólo a nuevos contratos, los topes a las indemnizaciones y los fondos de cese se terminan filtrando a toda la negociación colectiva. Cuando el piso baja para los que entran, baja el poder de fuego de todos a la hora de discutir convenios y recomposiciones.

Del derecho individual a la rebaja colectiva

El diseño que impulsa el establishment empresario persigue tres objetivos estratégicos:

  • Abaratar el despido para convertirlo en un costo más de la planilla Excel.
  • Desarmar la estabilidad psicológica que hoy –aunque debilitada– todavía pesa sobre la decisión de echar gente.
  • Debilitar a los sindicatos al fragmentar regímenes y abrir la puerta a convenios a la baja, empresa por empresa.

Nada de esto requiere retroactividad. Alcanza con instaurar un sistema dual:
trabajadores “viejos” con derechos plenos; trabajadores “nuevos” con derechos recortados.
Después, la propia dinámica del mercado se encarga de hacer el resto: retiros “voluntarios”, reestructuraciones, cierres parciales, reingresos con nuevas condiciones. El resultado final es un solo modelo: el más barato.

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La narrativa de la modernización y la realidad del empleo

La otra gran mentira es que la reforma, por sí sola, “va a crear empleo”.
La evidencia local desmiente ese mantra: con las mismas leyes laborales se generaron cientos de miles de puestos de trabajo en años de crecimiento y se destruyeron en los ciclos recesivos. El factor decisivo no es la LCT; es la macroeconomía, el crédito, la demanda interna, la política industrial.

Cambiar la ley del trabajo en medio de una recesión profunda implica, en los hechos, otra cosa: socializar el costo del ajuste sobre el lado más débil de la mesa, el trabajador. Menos indemnización, más inseguridad, más facilidad para despedir… en un país donde conseguir trabajo ya es una odisea.

El silencio más elocuente

Hay una pregunta que el gobierno no responde y que desenmascara la trampa:

Si la reforma es tan buena, si de verdad protege a los trabajadores y genera empleo,
¿por qué no la aplican también a los contratos actuales?

La respuesta es obvia: porque el conflicto sería inmediato y masivo.
Entonces eligen una estrategia más lenta, pero igual de corrosiva:
construir una Argentina laboral de dos velocidades y dejar que el tiempo haga el trabajo sucio.

Lo que está en juego hoy, no mañana

Discutir la reforma laboral como si sólo afectara a “los que vengan” es funcional al relato del poder.
En realidad, lo que se está definiendo ahora es:

  • El valor de la indemnización que vos vas a cobrar si dentro de tres años tu empresa decide “reorganizarse”.
  • El margen de maniobra que tendrá tu sindicato para negociar aumentos frente a un ejército de nuevos contratados con menos derechos.
  • El mensaje cultural que se le manda a toda la sociedad: el trabajo estable ya no es un objetivo, es un privilegio en vías de extinción.

La verdad que no se está contando es sencilla y brutal:
la reforma puede no ser retroactiva en los papeles, pero es retroactiva en la vida real.
Se aplica hacia adelante, sí, pero su sombra cae sobre el presente de millones.

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Aceptar este debate en los términos del gobierno –como si fuera un ajuste quirúrgico que no te toca– es entregar la partida antes de jugarla. El verdadero punto de inflexión no será cuando se publique en el Boletín Oficial, sino cuando cada trabajador entienda que lo que está en riesgo no es “el futuro de otros”, sino su propia capacidad de sostener un proyecto de vida con trabajo digno.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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