Perico Noticias // Argentina está discutiendo la reforma laboral al revés. El Gobierno vende la reforma como la llave mágica para el empleo, la competitividad y la modernización. Pero hay una línea roja que la política no quiere decir en voz alta: una reforma laboral sin un plan serio de creación de empleo registrado es apenas una transferencia de poder desde el trabajador hacia el empleador. No es política de desarrollo. Es política de dominación.
Seamos concretos.
1. El corazón del problema no es la ley laboral. Es la falta de empleo formal.
Cuando un país tiene alta informalidad, no es porque “hay demasiados derechos laborales”. Es porque su economía no genera trabajo de calidad suficiente para absorber demanda. Es decir: sobra mano de obra, falta demanda de mano de obra.
En ese marco, bajar derechos (indemnizaciones, licencias, negociación colectiva, estabilidad) no genera empleo automáticamente. Lo único que hace es abaratar el costo de despedir al que ya está dentro. Eso es distinto a crear nuevos puestos de trabajo.
Si no hay crecimiento económico sostenido, nueva obra privada, crédito productivo, industria en expansión, consumo interno que traccione actividad, la empresa no contrata más personal sólo porque ahora le resulta más fácil despedirlo. No es así como funciona la inversión privada productiva. La empresa contrata cuando tiene más demanda que capacidad instalada. No cuando tiene más libertad para precarizar.
Traducido en jerga ejecutiva: el cuello de botella no es el convenio. Es la macro.
2. La reforma laboral, en teoría, protege; en la práctica, se está usando para ajustar
Una reforma laboral tiene sentido civilizatorio cuando sube el estándar: regula nuevas formas de trabajo (plataformas, teletrabajo, economía de cuidados), corrige zonas grises y blinda a los más vulnerables frente al abuso.
Lo que hoy se intenta vender como “modernización”, en cambio, apunta a otra cosa:
- Fragmentar la negociación colectiva (rompemos convenios por actividad y forzamos convenios por empresa).
- Bajar el costo de desvincular.
- Flexibilizar jornadas mediante “bancos de horas”.
- Reducir la responsabilidad del empleador en ciertas contingencias.
Eso no es modernización. Es desprotección estructurada.
Y acá aparece el riesgo sistémico: si primero se baja el piso laboral sin expandir empleo privado genuino, el resultado no es más trabajo. Es el mismo volumen de trabajo, pero más barato y más frágil para el que vende su fuerza laboral.
3. Crecer primero, ordenar después
Existe una secuencia racional que el Gobierno está ignorando (o evitando decir en público, porque no le conviene transparentar su hoja de ruta):
- Primero: políticas activas de empleo formal.
- Estímulo a sectores que generan trabajo registrado en escala: construcción, industria pyme, agro con valor agregado, energía, economía del cuidado, servicios basados en conocimiento.
- Crédito productivo direccionado.
- Incentivos a la contratación formal inicial (reducción transitoria de cargas sociales sobre nuevas altas registradas, por ejemplo).
 
- Segundo: consolidación de la demanda agregada.
- El empleo formal crece cuando hay actividad económica interna y externa: obra, consumo, exportación industrializable. Si no hay mercado, no hay toma de personal.
 
- Tercero: reforma laboral con objetivos claros.
- Regular nuevas formas de trabajo para que no sean basurero regulatorio.
- Simplificar lo administrativo para la pyme sin destruir garantías básicas.
- Formalizar lo que ya existe en negro (rubro textil, reparto, changa calificada), dándole protección mínima y aportes reales.
 
Esa es la secuencia sana: crecimiento → formalización → modernización regulatoria.
Lo que se está proponiendo es la secuencia tóxica: flexibilización → abaratamiento → “tal vez después aparezca el trabajo”. Esa promesa ya la escuchamos en los 90. Sabemos cómo termina: informalidad alta, salarios reales destruidos y un mercado laboral precarizado que después es muy difícil recomponer.
4. Riesgo directo: más informalidad, no menos
Hay un punto técnico que se está subestimando y que debería ser motivo de alarma sindical, judicial y social.
Si el mensaje que recibe el empleador es “ahora podés ajustar más fácil, ahora estás menos atado”, muchos van a leerlo así: “puedo tercerizar más, puedo contratar eventual sin compromiso a futuro, puedo quedarme en la zona gris del medio, sin pasar todo a libro”.
El resultado puede ser exactamente el contrario al discurso oficial:
- No más empleo formal.
- Más empleo precario disimulado.
¿Por qué? Porque el empleador que opera en borde de la ley entiende que, si el Estado está flexibilizando, también está relajando el ojo fiscal/laboral. Y se anima a quedarse en el gris en vez de blanquear.
Esto es clave: una reforma laboral mal planteada puede aumentar la precariedad que dice combatir.
5. Formalizar lo que ya existe debería ser prioridad número uno
Hoy, millones de personas trabajan todos los días, producen valor, sostienen cadenas completas… y no existen en términos de registro laboral. Son repartidores, choferes a comisión, personal de comercios chicos, trabajadoras de cuidado que sostienen familias enteras, mano de obra en rubros estacionales.
Es mentira que “no hay trabajo”. Trabajo hay. Lo que no hay es relación laboral formalizada en términos de aportes, cobertura y derechos básicos.
Una reforma laboral útil debería empezar ahí:
- Forzar a registrar lo que ya es vínculo laboral permanente disfrazado de “servicio puntual”.
- Incorporar figuras especiales que reconozcan modalidades reales (turnos flexibles, polivalencia horaria, multitarea), pero con derechos mínimos, no con vacío legal.
- Penalizar la simulación crónica de relación encubierta.
Eso ordena el mercado laboral abajo. Y ordenar abajo sube recaudación, sube seguridad social, sube previsibilidad macro. Es desarrollo, no romanticismo sindical.
6. Lo que no quieren decir en voz alta
El proyecto libertario (y sus satélites “modernizadores” que se suman con entusiasmo empresario) te vende la reforma como el inicio del derrame. “Si liberamos costos laborales, vendrá la inversión, habrá empleo y el salario va a mejorar por productividad”. Esto suena bien en un power point. Pero no cierra con la realidad argentina actual:
- Alta recesión en sectores internos.
- Caída del consumo.
- Industria funcionando muy por debajo de capacidad.
- Miles de pymes operando al límite del cierre.
- Brecha brutal entre el salario y el costo de vida.
En ese contexto, flexibilizar protecciones laborales no genera empleo nuevo. Genera margen de maniobra para ajustar más barato. Ajuste que, en la práctica, se descarga sobre el último eslabón de la cadena: la persona que vive de su salario.
Si usted abarató despedir, pero no amplió mercado, el saldo neto no es “más empleados”. Es “menos costo por cada despedido”.
7. ¿Qué necesitamos en serio?
Necesitamos primero reactivar empleo registrado y después tocar la arquitectura laboral, no al revés. Eso es política pública seria, no marketing.
Concretamente:
- Programa agresivo de empleo formal joven, con reducción transitoria de cargas sociales a cambio de alta en blanco, no a cambio de nada.
- Plan sectorial de obra pública y obra privada inducida en infraestructura útil (vivienda, logística, energía local), que tracciona empleo intenso y rápido.
- Incentivos fiscales a la pyme que exporta valor agregado y contrata en blanco.
- Mesa técnica para modernizar convenios donde haga falta, sí; pero con sindicatos, Estado y productivo sentados como pares, no con la doctrina “rompo el sindicato y después negocio suelto con cada trabajador aislado”.
Eso es estrategia de desarrollo.
Lo otro es pedirle al trabajador que se vuelva barato para que la macro cierre en Excel.
Conclusión
La pregunta no es “¿estás a favor o en contra de la reforma laboral?”. Esa es una falsa dicotomía útil al relato del ajuste.
La pregunta seria es:
¿Querés un país que primero genere empleo formal y después discuta cómo actualiza reglas, o querés un país que primero recorte derechos y después prometa que, algún día, quizá, aparezca el trabajo?
El primer camino es desarrollo.
El segundo camino es disciplinamiento social.
Y si elegimos disciplinamiento social como política de Estado, no lo llamemos modernización. Llamémoslo por su nombre: precarización estratégica.


 
       
 
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