Rescate con condiciones: Washington actúa para evitar el default e interviene la economía argentina

Rescate con condiciones: Washington actúa para evitar el default e interviene la economía argentina

La jornada trajo una confirmación inédita: el Departamento del Tesoro de Estados Unidos intervino de forma directa en el mercado argentino y cerró un marco de swap de divisas por USD 20.000 millones con el Banco Central. La razón explícita, según el propio secretario del Tesoro, Scott Bessent, es “una aguda iliquidez” en la economía local. Traducido: el país bordeaba el default operativo —incapacidad de enfrentar pagos inmediatos— y necesitaba un salvavidas ya.

Bessent anunció que el Tesoro “compró pesos argentinos” como parte de una estrategia de estabilización de corto plazo. Es un movimiento extraordinario: analistas consultados lo catalogan como “inaudito” para un país emergente con moneda no convertible. La señal es doble: primero, que la tensión cambiaria demandó intervención externa; segundo, que Washington decidió involucrarse de manera directa en la microcirugía del mercado local.

El paquete se gestó tras cuatro días de reuniones en Washington entre la comitiva de Luis Caputo y funcionarios estadounidenses. En paralelo, se prometen incentivos a inversiones privadas “alineadas” con la reconfiguración geopolítica que impulsa la Casa Blanca. No es un préstamo blanco y neutro: es un puente financiero con objetivos estratégicos, que exige disciplina fiscal y un anclaje cambiario bajo tutela.

En los hechos, el swap por USD 20.000 millones y la compra de pesos buscan evitar un evento de crédito y calmar el dólar en la superficie. Pero debajo, dejan planteada una pregunta mayor: ¿cuánta soberanía cede la Argentina cuando otro Tesoro define el ritmo de intervención, los plazos y la orientación del programa? Por ahora, el diseño y el pulso son de Washington; la ejecución, también.

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¿Alcanza para cambiar el humor macro? A corto plazo, sí: descomprime la demanda de cobertura, baja el pulso del dólar y ofrece oxígeno de aquí a las elecciones. El objetivo político es evidente: que no haya sobresaltos antes del 26 y que la narrativa oficial llegue con viento de cola. Pero el oxígeno no es crecimiento; es tiempo comprado. Y el tiempo tiene precio.

Porque toda estabilización importada trae condicionalidades: tipo de cambio más bajo de lo que requiere el tejido productivo, tasas altas para sostener el carry y un ajuste que corre más rápido que los ingresos. Es probable que, pasado el comicio, el dilema reaparezca: o se corrige de golpe —con devaluación y rediseño de anclas— o se extiende el esquema a costa de actividad y salarios. El salvataje evita el golpe hoy, no lo resuelve mañana.

El tablero geopolítico tampoco es inocuo. Estados Unidos busca desplazar a China de áreas clave (energía, comunicaciones, minería) y este esquema financiero es la palanca. Para las economías regionales que hoy venden o se financian con Asia, la “paz cambiaria” podría venir acompañada de cerrojos comerciales y de inversión. El alivio de corto plazo puede traducirse en pérdida de mercados, si no hay una estrategia industrial propia que compense.

La conclusión es incómoda, pero clara: el rescate llegó para esquivar un default inminente y garantizar gobernabilidad financiera en el muy corto plazo. Celebrarlo como “milagro” es ingenuo. Entenderlo como una ventana de tiempo para rehacer el programa —con prioridad en empleo, ingresos y producción— es lo único responsable. Si la política usa este puente para más ajuste y timba, el país volverá a la cornisa en semanas; si lo usa para producir y exportar más (con salarios que acompañen), quizá el salvavidas se convierta en plan.

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