Clima preelectoral en llamas, soberanía en juego y un gobernador que dice basta
Buenos Aires ya no espera. La provincia más grande y compleja de la Argentina entró en erupción política. Con una economía en ruinas, una Justicia colonizada y un embajador norteamericano que actúa como virrey, Axel Kicillof rompió el cerco: no solo le dijo “no” a Lamelas, también puso en juego su proyección nacional. La consigna se impone en redes, pasillos y encuestas: “Axel se queda”.
En paralelo, el gobierno nacional acelera concesiones escandalosas. Esta semana se publicó en el Boletín Oficial la prórroga por 10 años a la empresa NCA de uno de los principales ferrocarriles del país. Una decisión negada por el propio Alberto Fernández en 2021 por incumplimientos, hoy reactivada por decreto, sin licitación, sin control, sin vergüenza. ¿Qué cambió? Que ahora el único plan es manotear lo que quede antes de que explote todo.
El dólar se escapa, la tasa toca el 80%, el consumo se derrumba mes a mes y los argentinos viven en un Estado ausente: sin rutas, sin medicamentos, sin futuro. El 40% de los nuevos monotributistas son asalariados precarizados, obligados a facturar para que sus empleadores no paguen cargas sociales. Las cifras de tuberculosis son las más altas desde 1984. Y ni siquiera hay retrovirales para VIH. Esto no es ajuste, es abandono sistemático.
En medio de este derrumbe, el embajador Peter Lamelas, designado por Trump, se presenta en el Congreso estadounidense como guardián de la justicia argentina. Agradece denuncias contra Cristina Fernández de Kirchner, acusa sin pruebas, amenaza a los gobernadores y advierte que recorrerá provincias para disciplinarlas. Kicillof no tardó en responder: lo tildó de injerencista, revivió la Doctrina Monroe y le cerró las puertas de La Plata. La escena es tan fuerte como clara: Axel encarna hoy el límite político a la entrega nacional.
¿La reacción de Milei? Silencio. El Presidente que se pasea por fiestas de Trump, llama “traidora” a su vice y se pelea con medio país, no se atreve a enfrentar al embajador que lo coloniza. Su desesperación es tal que ahora, a través de Majul —su vocero oficioso—, instala la idea de un posible fraude electoral, anticipando la excusa por si cae derrotado. Manual de Trump. Manual de Bolsonaro. Manual de los que no aceptan la voluntad popular.
La provincia de Buenos Aires se convierte así en el epicentro del duelo final: entre un modelo de entrega total y una resistencia institucional que busca frenar el desguace. Las encuestas empiezan a mostrarlo: Milei ya no arrasa, la curva del peronismo sube y Axel Kicillof lidera imágenes y preferencias. El escenario electoral mutó. Ya no se discute una banca o una ley: se disputa la última trinchera de la soberanía.
Buenos Aires arde. Y en ese fuego, Axel deja de ser un gobernador para convertirse en un símbolo.