Se viene el huracán: ¿Está la Argentina preparada para lo que viene?

Se viene el huracán: ¿Está la Argentina preparada para lo que viene?


Julio trajo calma. Una calma tramposa. Porque lo que se avecina no es una tormenta, sino un huracán económico que amenaza con arrasar la precaria estabilidad que el gobierno de Javier Milei logró improvisar con alambres, parches monetarios y un blindaje de expectativas alimentado por slogans más que por solvencia. El tercer trimestre de 2025 será la prueba definitiva: el momento en que los errores cometidos se hagan carne y se traguen a la economía real, comenzando por los bolsillos de las familias y siguiendo por la supervivencia de las empresas.

¿Por qué? Porque no hay dólares. Porque el esquema montado sobre adelantos de exportaciones, ventas excepcionales y ventanas fiscales ya se agotó. Porque el gobierno liberó pesos sin control, creyendo que podía desmontar las LELIQs y los pasivos remunerados del Banco Central como si la economía fuera un aula de teoría. Porque falló en la programación monetaria, dejó 10 billones de pesos sueltos, y cuando el sistema intentó absorberlos, estalló la tasa, el dólar amagó con fugarse y las expectativas se pudrieron.

Y lo más grave: porque llegan las elecciones. Y en Argentina, eso significa dolarización masiva. Desde el pequeño comerciante que cambia su capital de trabajo por billetes verdes hasta los grandes fondos que se cubren con futuros, títulos linkeados y fuga legalizada. Todos juegan al mismo juego: salir del peso.

Mientras tanto, la inflación baja, sí. Pero no por mérito estructural, sino porque la economía está en pausa, la demanda está estrangulada, y los salarios siguen planchados por decreto. Las paritarias al 1% mensual, vendidas como «ancla antiinflacionaria», no son más que una guillotina al poder adquisitivo. El consumo no repunta porque no hay plata. El crédito tampoco, porque las tasas activas son de usura. Y encima, la morosidad sube, sobre todo en los sectores más vulnerables, donde las fintech ya registran tasas impagables.

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En ese contexto, el norte argentino y provincias como Jujuy sufrirán aún más. ¿Por qué? Porque la matriz productiva local depende de transferencias nacionales, obra pública paralizada, PYMEs sin crédito, y un consumo interno colapsado. No hay dólares que entren por exportaciones, y no hay ahorro que amortigüe la tormenta. Las economías regionales, con el tabaco, la caña y el comercio informal como sostén, quedarán al borde del colapso si el tipo de cambio vuelve a dispararse.

Y lo peor es que el gobierno lo sabe. Y aún así avanza. Eligió sostener el dólar con sangre, sacrificando tasas, congelando salarios, dejando la construcción en coma y celebrando un tipo de cambio real alto como si fuera un logro estructural. Pero todo ese castillo de naipes se construyó con alambres ideológicos y fe ciega en un ajuste eterno que ya no aguanta más.

Hoy, las familias argentinas destinan el 20% de sus ingresos solo al pago de deudas. Los salarios formales cayeron más del 5% en términos reales este año. La deuda en pesos se volvió un campo minado, con vencimientos gigantes justo antes de las elecciones. Y los bancos, cada vez más cautos, exigen más liquidez y pagan menos por los depósitos. ¿Quién invierte así? ¿Quién consume? ¿Quién aguanta?

Lo que viene es durísimo. Porque no se trata solo de un error de timing. Se trata de un modelo de país que está chocando con sus propias fantasías. Y en ese choque, no solo se destrozan planillas: se destruye empleo, se destruye el tejido social, se destruye la esperanza.

Argentina ya no necesita épica. Necesita lucidez. Liderazgo real, no de Twitter. Un programa económico que entienda que sin salarios no hay consumo, sin consumo no hay mercado, y sin mercado no hay economía que aguante.

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