Elon Musk lanzó en X una frase que encendió todas las alarmas: “La guerra es inevitable en los próximos 5 o 10 años”. No aclara cuál, pero el mensaje se inscribe en un contexto de tensión simultánea: Rusia-OTAN por Ucrania, Israel-Irán y sus proxies, el pulso estratégico EE.UU.–China en el Indo-Pacífico, la militarización del ciberespacio y la irrupción de la inteligencia artificial en la ecuación bélica.
Tomemos la frase como lo que es: una hipótesis de máximo riesgo formulada por un actor que controla satélites, plataformas de comunicación, inteligencia artificial y una parte crítica de la infraestructura tecnológica global. No es un académico opinando en un seminario; es uno de los pocos privados con poder material para inclinar la balanza en un conflicto.
Del “beneficio” de la Segunda Guerra a un mundo donde nadie queda al margen
Argentina, neutral en las guerras mundiales, vendió alimentos y materias primas a los aliados y acumuló reservas históricas que luego sostuvieron el experimento industrialista del primer peronismo.
Ese “beneficio colateral” fue posible porque:
- El conflicto estaba concentrado en Eurasia.
- El comercio se hacía por rutas controlables.
- La economía argentina era básicamente proveedora de carne, granos y cueros a pocos compradores.
Hoy el tablero es otro:
- Las cadenas de valor son globales y fractales: un smartphone mezcla litio jujeño, chips asiáticos, software norteamericano y ensamblado mexicano.
- La guerra ya no es solo tanques y aviones: es ciberataque, sabotaje de satélites, bloqueo financiero y guerra de datos.
- América Latina dejó de ser periferia pasiva: alberga litio, agua dulce, alimentos, energía y biodiversidad crítica para la transición verde y la industria tecnológica.
Pensar que Argentina podría “ganar” de rebote como en 1940 es un espejismo peligroso. En una guerra global 5.0 la región no sería espectadora: sería insumo estratégico y posible teatro de presión híbrida (financiera, tecnológica, política).
¿Qué significa una guerra global en 5–10 años?
Sin caer en alarmismo barato, un escenario de escalada bélica entre grandes potencias implica:
- Disputa por recursos críticos
- Litio, cobre y tierras raras del NOA y la Puna;
- Gas y petróleo del sur (Vaca Muerta, cuencas patagónicas);
- Agua, suelos y agroindustria de la región pampeana.
- Armamentización de la logística
- Puertos, corredores bioceánicos, rutas y ferrocarriles se vuelven piezas de ajedrez para asegurar flujos de granos, minerales y energía.
- Cualquier corte en esas cadenas impactaría precios, empleo y estabilidad social en las provincias exportadoras.
- Guerra de narrativas y captura de élites
- Influencia sobre partidos, gobernadores, empresarios y sindicatos para asegurar alineamientos.
- Financiamiento de think tanks, ONGs y medios que empujen agendas funcionales a uno u otro bloque.
- Ciberataques y sabotaje silencioso
- Sistemas eléctricos, redes de transporte, bancos provinciales y registros públicos son objetivos blandos.
- Un ataque digital bien dirigido puede paralizar una provincia sin que haya disparos.
Latinoamérica entre la neutralidad y la irrelevancia
Si Musk tiene razón y vamos a una gran guerra, Latinoamérica enfrentará un dilema brutal:
- Mantener una neutralidad activa, defendiendo recursos, soberanía tecnológica y cohesión regional;
- O fragmentarse en micro-alineamientos: provincias y países tironeados por créditos chinos, bases estadounidenses, inversiones europeas “verdes” y plataformas tecnológicas privadas que manejan datos y opinión pública.
Brasil ya se piensa como potencia bisagra. México juega su propio partido pegado a EE.UU. Chile y Perú miran al Pacífico. Si Argentina no define pronto su estrategia, será territorio de disputa, no jugador.
Agenda mínima para Argentina y sus provincias
Si aceptamos que el riesgo de guerra sistémica sube, la pregunta es: ¿qué hacemos hoy, aquí?
Propongo una hoja de ruta concreta:
a) Blindaje de recursos estratégicos
- Leyes nacionales y provinciales que definan al litio, el agua, la energía y la infraestructura crítica como activos de seguridad nacional, con reglas claras para inversión extranjera y límites a la concentración.
- Fondos de estabilización provinciales que capten renta de estos recursos para inversión productiva, no solo gasto corriente.
b) Soberanía tecnológica básica
- Centros regionales de ciberseguridad que integren Nación, provincias y universidades.
- Auditoría de dependencias críticas: ¿de quién dependen los satélites que usamos, los sistemas de gestión tributaria, los data centers que sostienen salud, educación y policía?
- Acuerdos regionales (Mercosur/Unasur 2.0) para compartir infraestructura digital y protocolos de defensa cibernética.
c) Resiliencia productiva
- Planes provinciales de diversificación exportadora: que Jujuy no sea solo litio, que Chubut no sea solo petróleo, que Santa Fe no sea solo soja y acero.
- Reservas estratégicas de alimentos, combustibles y medicamentos a nivel regional para soportar shocks de comercio o bloqueos.
d) Cultura estratégica en la política local
- Formación en geopolítica y seguridad internacional para gobernadores, intendentes y cuadros técnicos.
- Mesas provinciales de análisis de riesgo global que integren a fuerzas armadas, sistema científico, universidades y sector privado.
e) Diplomacia subnacional inteligente
- Provincias con plan propio hacia Brasil, Chile, la UE, EE.UU. y Asia; no tours improvisados para la foto.
- Acuerdos de cooperación tecnológica y científica que reduzcan dependencia de un solo bloque.
Conclusión: entre Musk y Perón
Después de la Segunda Guerra, Perón leyó bien que el mundo iba a reordenarse y utilizó el superávit generado por la neutralidad para intentar un salto de industrialización y “soberanía económica”. El plan fue contradictorio, a veces desordenado, pero al menos partía de una visión estratégica.
Hoy, ante la advertencia de Musk, la dirigencia argentina parece moverse en la lógica opuesta:
corto plazo absoluto, provincias compitiendo por migajas de inversión y cero debate sobre escenarios de conflicto global.
Si la guerra global es “inevitable” o no, es secundario. Lo central es que:
- El tablero se está militarizando.
- Nuestros recursos ya están en la mira.
- Y la ventana para diseñar una estrategia propia se está cerrando.
La Argentina que alguna vez supo aprovechar (con luces y sombras) el reordenamiento mundial del siglo XX, hoy corre el riesgo de llegar al próximo choque geopolítico sin plan, sin consensos y sin reflejos.
El desafío para Nación y provincias es simple y brutal:
o construimos una neutralidad inteligente, tecnológicamente soberana y regionalmente coordinada,
o quedaremos reducidos al papel de territorio de extracción en la próxima guerra de otros.
