Sin brújula y contra la pared: el plan que compra tiempo y vende futuro

Sin brújula y contra la pared: el plan que compra tiempo y vende futuro

La película ya la vimos. Se prometió “dólar flotante” y “emisión cero”, pero el guion real fue otro: intervención por todos los canales (futuros, bonos, encajes, tasas impagables) y ahora, además, ventas directas de dólares del Tesoro para que el tipo de cambio llegue “presentable” a la próxima parada electoral. Cuando el propio Gobierno avisa que saldrá a “dar liquidez” al mercado, no está celebrando la salud del sistema: está confesando fragilidad. Es el equivalente a atar con alambre una compuerta que ya perdió presión.

Bajo el discurso antiintervencionista se montó un esquema de intervención permanente. Se trasladó el “problema pesos” del Banco Central a la Tesorería, se multiplicó la deuda de corto plazo, se pagaron tasas que sólo cierran si el dólar no se mueve y se alentó un carry trade que no crea una sola fábrica ni un empleo productivo. Eso también es emisión: no por la maquinita, sino por la vía cuasifiscal y de pasivos del Tesoro que mañana alguien deberá honrar. La consecuencia es obvia: primero se comprime el dólar con esteroides, después llega la corrección. Y cuando el tipo de cambio se corrige de golpe, el costo lo paga la economía real.

La evidencia está a la vista: caída de actividad, pymes en pausa, industria apagando máquinas, salarios licuados y un riesgo país que sube porque afuera nadie compra promesas si no ve reservas y un ancla creíble. La devaluación “por las malas” no es una teoría conspirativa: es la salida de emergencia de todo plan que pretende desafiar la aritmética con relato. Podrán negar la palabra, pero no el fenómeno: desvalorización del peso. Si la política no ordena, el mercado ordena. Y el mercado no usa anestesia.

¿Por qué es especialmente grave? Porque el Gobierno eligió sostener el dólar con dólares que no sobran, en vez de usar la escasez para ordenar precios relativos y reconstruir reservas. Y porque la señal que envía a los “iniciados” es transparente: “aprovechen ahora”. Cuando el árbitro avisa la jugada, no hay “libre flotación”, hay subsidio a la salida. Mientras tanto, las economías regionales pagan el plato roto: insumos dolarizados, fletes dolarizados, tasas en el aire y un tipo de cambio efectivo que, por brechas y costos, nunca compensa.

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El problema de fondo no es comunicacional ni judicial; es macro. Y la macro—cuando se la administra a golpes de parche—siempre termina igual: o devaluás ordenadamente con un programa creíble, o devaluás desordenadamente porque te quedaste sin nafta. No hay tercera vía.

Lo que haría un plan serio (y aún posible)

  1. Decir la verdad y ordenar el régimen cambiario. Unificar etapas con un esquema de flotación administrada de verdad (no de nombre), eliminar la “defensa” electoral del techo y preanunciar bandas que se cumplan. Sin credibilidad, no hay ancla.
  2. Recomponer reservas sin rifarlas. Prioridad: saldo comercial, retenciones inteligentes y transitorias que premien valor agregado, y un puente con el FMI que blinde el uso de divisas para producción (energía, salud, alimentos) y no para financiar salidas especulativas.
  3. Bajar la tasa mientras sube la inversión. La tasa real positiva no puede ser una guillotina perpetua. Gradualismo contractivo, sí; asfixia financiera, no. El crédito productivo debe sobrevivir a la estabilización.
  4. Fisco creíble con piso social. Orden del gasto y reglas, pero preservando jubilaciones mínimas, medicamentos, discapacidad y educación. Ajustar sin red destruye demanda y mata el programa en la calle.
  5. Transparencia total. Publicar cada intervención y cada pasivo cuasifiscal. Sin datos, todo es sospecha; con datos, se recupera precio y tiempo.

El costo de seguir igual

Seguir atando el dólar al calendario no evita la corrección: la atrasa y la encarece. Cada dólar del Tesoro que se tira para “dar liquidez” hoy es un dólar menos para estabilizar mañana. Cada punto de tasa que se promete para sostener el carry es más recesión y más deuda a reconocer cuando cambie el viento. Y cada negación pública (“flota”, “no emitimos”) erosiona el único ancla que queda cuando faltan reservas: la confianza.

No se trata de “quién gana” en una mesa de dinero; se trata de quién pierde cuando la realidad vuelve: trabajadores con salarios que no alcanzan, pymes que no pueden reponer stock, provincias y regiones que operan con costos importados y precios de venta deprimidos. Esa es la ruta segura a otra devaluación, con menos músculo productivo para absorberla.

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La política tiene todavía una ventana: ordenar antes de que la orden llegue por las malas. Digan lo que digan los micrófonos, la economía ya habló. Y cuando la economía habla, el rumbo sin brújula no es rumbo: es deriva. La pregunta no es si habrá corrección; es cómo y para qué. Si la usamos para estabilizar y producir, será dolor breve y salida. Si se insiste en comprar tiempo y vender futuro, la cuenta volverá—como siempre—con intereses.



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