La estabilidad no se decreta: se construye. Y el ladrillo fundamental de esa construcción es la producción con empleo digno. Cuando una economía genera trabajo formal, salarios que rinden y cadenas de valor que pagan mejor por cada kilo producido, baja la conflictividad, mejora el humor social y se ordenan las cuentas públicas.
Argentina tiene una ventaja que muchos envidian: abundancia de recursos y diversidad productiva. El NOA resume esa promesa: tabaco, caña, citrus, legumbres, litio, energías renovables, turismo cultural y paisajístico. El desafío no es producir más de lo mismo, sino vender mejor: transformar materia prima en alimentos, fibras, bioproductos, químicos y tecnologías que capten más valor por tonelada; esa orientación no es para burócratas, es para entendidos.
Ese cambio de escala exige leyes nacionales enfocadas en empleo y productividad: alivio fiscal temporal a la inversión nueva, créditos previsibles, amortización acelerada de bienes de capital, protección de la competencia para PyMEs, plazos de reintegro a exportadores que no ahoguen el capital de trabajo y un régimen laboral que formalice sin precarizar. No es ideología: es diseño institucional que premie a quien produce y contrata.
El valor agregado es paz social en cuotas. Una planta que clasifica, procesa y empaca citrus o tabaco de manera moderna multiplica puestos frente al esquema primario; un parque de biocombustibles o biomateriales encadena proveedores; una red logística que abarata el flete devuelve rentabilidad a la chacra. Cuando la familia ve trabajo en su ciudad, disminuye el endeudamiento defensivo y se recomponen hábitos de consumo cercanos.
La logística es el talón de Aquiles. Un corredor bioceánico bien articulado—un sistema de rutas, pasos y ferrocarril que conecte Atlántico y Pacífico—no es solo un mapa: es costo por kilómetro. Si el productor del NOA llega al puerto chileno o a los hubs del litoral con tarifas competitivas, sus productos entran a nuevos mercados y rompen la trampa del flete que hoy licúa márgenes.
La innovación aplicada también ordena la vida cotidiana. Agricultura de precisión, riego eficiente, trazabilidad digital y energías renovables de sitio permiten producir más con menos agua, combustible y pérdidas poscosecha. En cadenas como el tabaco, la caña o las legumbres, el salto tecnológico se traduce en salarios más previsibles y menos estacionalidad.
Pero la producción no despega sin capital humano. Formación técnica dual, pasantías en empresas, becas para oficios con rápida inserción (soldadura, mantenimiento industrial, operadores de procesos, programadores PLC) y salud mental comunitaria en los municipios productivos son inversiones tan necesarias como una planta nueva. La paz social también se cultiva en aulas y centros de salud.
En paralelo, hace falta un alivio al endeudamiento de hogares y comercios con reglas claras: consolidación de saldos a tasa regulada, tope de punitorios, período de gracia y educación financiera práctica. El objetivo es sacar a millones del modo supervivencia para que vuelvan a planificar, consumir y emprender. Sin ese reseteo, la producción no derrama porque el consumidor está endeudado y asustado.
Por último, el Estado debe cumplir: seguridad jurídica, plazos administrativos ciertos, ventanilla única y datos abiertos. Si las jurisdicciones coordinan controles, tributos y trámites, el productor invierte; si la norma cambia cada mes, se refugia. La paz económica es, antes que nada, previsibilidad.
No existe atajo. Solo la producción traerá paz porque pone a las familias en el centro: empleo formal, ingresos que alcanzan, proyectos a mediano plazo. Para regiones como el NOA—y para Jujuy en particular—ese es el único camino sostenible: trabajar más y mejor, vender más lejos y más caro, y convertir recursos en bienestar. Todo lo demás son intermitencias.
