“Solo no se salva nadie”: Ricardo Darín, el Eterno Argentino y el poder de la cultura frente al odio

“Solo no se salva nadie”: Ricardo Darín, el Eterno Argentino y el poder de la cultura frente al odio

En una Argentina golpeada por la crisis, donde el salario perdió más del 85% de su poder adquisitivo y el hambre vuelve a ser un fantasma cotidiano, el actor Ricardo Darín, símbolo de talento y compromiso, se convirtió inesperadamente en el blanco de una avanzada política y mediática que pretende disciplinar incluso al arte. La reacción del presidente Javier Milei y su círculo más cercano contra el intérprete de El Eternauta —la serie emblema del audiovisual argentino actual— es mucho más que un cruce: es un choque frontal entre dos visiones de país.

El ataque no es casual. Llega en un momento en que Darín representa un símbolo vivo de la resistencia cultural, del relato colectivo, de una sensibilidad que trasciende el marketing o la posverdad. Su personaje en El Eternauta, el héroe barrial que organiza a los vecinos en plena catástrofe, se volvió un espejo doloroso para una sociedad que siente que “solo no se salva nadie”, como repite el guion con potencia profética. En contraposición, el modelo libertario de Milei propone un “sálvese quien pueda” como doctrina de Estado.

El enfrentamiento tiene tintes ideológicos y simbólicos. Mientras desde el oficialismo se banalizan los debates con disfraces de empanadas, memes de anime o discursos que promueven la deshumanización del adversario, el actor más internacional del país elige hablar de hambre, desigualdad y cultura como derecho. Lo hace desde un lugar incómodo para el poder, el del sentido común argentino que aún respira en la memoria colectiva.

El ataque hacia Darín se produce en un contexto donde los sueldos no alcanzan, la inflación en dólares es una trampa, las importaciones de productos esenciales crecen y la cultura nacional es tratada como un gasto innecesario. Pero el arte, como decía Leonardo Favio, “no se puede ajustar con motosierra”. La cultura resiste, interpela y une.

Lo que está en juego no es solo el prestigio de un actor. Lo que se discute es la capacidad de un país de reconocerse en sus artistas, en sus relatos, en su sensibilidad. La avanzada contra Darín es también un intento de disciplinar a quienes se atreven a hablar desde otro lenguaje, más humano y más profundo. Como ocurrió en otras etapas oscuras de la historia argentina, el que piensa, crea o incomoda, pasa a ser “sospechoso”.

Pero hay algo que Milei y sus asesores no entienden: la cultura no se cancela, no se humilla, no se domestica. La cultura popular tiene memoria y corazón. Si Darín sigue siendo admirado en el mundo no es solo por su talento, sino porque encarna una Argentina posible: reflexiva, empática, solidaria.

Este no es solo un actor ni este es solo un gobierno. Esta es una batalla por el alma del país. En un rincón, la Argentina del cálculo financiero, la especulación, la deshumanización y la fuga. En el otro, la Argentina del cine que sueña, que trabaja, que denuncia, que abraza.

Y como en El Eternauta, la nieve tóxica caerá. Pero si hay algo que esta tierra ya aprendió es que cuando la patria tiembla, los vecinos se organizan, los artistas hablan y la historia sigue viva.


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