“Sucursal en Washington”: ¿quién gobierna la economía argentina y qué haremos el 26?

“Sucursal en Washington”: ¿quién gobierna la economía argentina y qué haremos el 26?

Hay una frase que condensa el clima: “Pusieron la sucursal del Ministerio de Economía en Washington”. Más allá de la hipérbole, el punto es claro: si —como afirman versiones públicas y analistas— el Tesoro de EE. UU. “compra pesos”, arma un swap a gran escala y condiciona la política cambiaria local, estamos frente a un experimento inédito: tercerizar palancas críticas de nuestra macroeconomía en nombre de una “paz” cambiaria preelectoral.

¿Estabilización o tutela?
Atribuido a funcionarios y comentaristas, el guion sería así: dólares oficiales para respaldar reservas, compras de pesos para “planchar” el tipo de cambio, y un shock de “confianza” que frena la corrida. Si eso ocurriera, el alivio inmediato sería real: baja de dólares paralelos, bonos al alza, acciones rebotando. Pero el otro lado del mostrador importa: ¿quién define el precio del dólar, la velocidad de las devaluaciones y el ritmo de tasas? Si la respuesta deja a la Argentina como tomadora de decisiones y no hacedora, entonces no es solo estabilización: es tutela.

El precio “barato” de un país caro
Un tipo de cambio planchado abarata importaciones, viajes y plataformas. Pero también abarata activos argentinos: empresas, campos, recursos. Ese abaratamiento no es inocuo: facilita compras a “dos mangos” y acelera la extranjerización cuando la recesión obliga a vender. Lo vivimos en los ’90: el alivio de corto se pagó con capacidad productiva de largo. Si el esquema se apoya además en rentas financieras (carry) con pesos comprados “afuera”, la rueda gira mientras entran dólares; cuando se corta, el costo se reabsorbe acá en salarios, empleo y crédito.

Geopolítica, no beneficencia
Otra arista del relato: reemplazar el anclaje chino (swap, compras, infraestructura) por un anclaje estadounidense que, explícitamente, “desplace” a China en energía, comunicaciones y tecnología. No es ideología; es interés nacional… de ellos. La pregunta que importa es la nuestra: ¿qué exigimos a cambio? Transferencia tecnológica, encadenamientos productivos, participación en el valor, reglas de contenido local. Si no, la “alianza” se vuelve asimétrica: nos quedamos con materias primas y volatilidad; ellos con tecnología, logística y márgenes.

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El “plan Donald Trump” no es el Plan Marshall
El Plan Marshall reconstruyó capacidad productiva con obra pública, crédito largo y know-how. Lo que se sugiere aquí —si ocurriera como se comenta— luce más bien como ancla financiera con condicionalidades. Puede ordenar expectativas, sí. Pero sin inversión real, sin industria, sin ciencia y sin mercado interno, la estabilización es una meseta que termina en bajada.

Salarios y provincias: la factura oculta
Cualquier estabilización “dura” que no contemple recomposición salarial y financiamiento federal se paga con poder adquisitivo y caja provincial. Un dólar quieto con inflación que cede lentamente deja a los sueldos más bajos en dólares; un ajuste fiscal sin obra pública liquida empleo de PyMEs. Si, además, la letra chica traslada costos a las provincias, veremos recortes y más dependencia del centro. Estabilidad sin distribución es paz contable y conflicto social.

Instituciones: quién firma y quién controla
Si el anuncio central lo hace otro país, la legitimidad democrática exige algo básico: transparencia y control parlamentario. ¿Cuáles son los montos, plazos, garantías y métricas de salida? ¿Qué se compromete Argentina en arbitrajes, legislación y regulación? ¿Qué umbrales activan revisiones? Sin respuestas escritas, cualquier “acuerdo histórico” es, en rigor, cheque en blanco.

Las dos Argentinas posibles del día después

  1. Estabilización con agenda productiva: tipo de cambio administrado pero competitivo, crédito productivo, obra pública, ciencia y contenido local; reglas pro-exportación y salarios que se recomponen.
  2. Estabilización financiera sin producción: dólar barato, activos baratos, carry, recesión administrada y salarios devaluados. Orden breve y otra vez la cornisa.

Solo una de esas sendas construye prosperidad sostenible.

Entonces, 26 de octubre: ¿qué se vota?
No se trata —o no solo— de nombres propios. Se vota modelo de inserción internacional, quién manda sobre el tipo de cambio, cómo se distribuye el costo de la estabilización y qué contraprestaciones exigimos cuando alguien “ayuda”. Se vota si la Argentina es plataforma de valor agregado o simple proveedora barata. Se vota si la estabilidad es puente a la producción o tapón antes de otra crisis.

Un criterio simple para decidir
Cualquier propuesta —oficialista u opositora— que no incluya:

  • metas de empleo formal y salarios reales en alza,
  • un plan explícito de transferencia tecnológica y contenido local,
  • financiamiento para PyMEs y provincias,
  • reglas para que la inversión externa compre más trabajo argentino que activos argentinos,
    no es un programa de país: es un interludio.
  • La Argentina no necesita “milagros”; necesita gobernar sus palancas. Si la estabilización viene, que sea propia, productiva y con futuro. Si viene “desde afuera”, que sea con condiciones nuestras: tecnología, trabajo, obra y valor local. Lo demás es alquiler de soberanía por una calma que, cuando vence el contrato, se paga siempre en pesos… y con angustia. El 26 no elegimos un salvavidas: elegimos quién sostiene el timón.
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