Por Jorge Lindon // Javier Milei llegó a la Rosada prometiendo dinamitar el “modelo Kuka”, entendido como control de cambios, cepo, Súper Estado regulador y economía intervenida. Un año después, la ironía es brutal: conservó el cepo (liberación parcial), endureció los controles a las empresas, aumentó la presión fiscal con nuevos impurstos (combustibles), pero además depende de la venia de Washington para no chocar la calesita algo que los Kuka jamás harían; y sostiene el tipo de cambio con un combo clásico de recesión, endeudamiento y tasas usurarias -temas que tampoco los kukas harían-. La diferencia con el kirchnerismo no está en la macro, sino en algo más grave: copia algunos instrumentos que el mismo condenó en campaña, pero sin ningún amortiguador social. Es decir, más “Kuka” que los Kuka, pero sin red debajo.
El presidente contra el economista
Lo que desnuda su Conferencia en el Cronista días pasados, es la interna en la cabeza del propio Milei: el presidente político contra el economista de manual.
El economista ortodoxo sabe que:
- Con este nivel de apertura importadora,
- Con salarios pulverizados,
- Con tasas reales demenciales,
- Y con la actividad en caída libre,
no hay forma de sostener legitimidad social ni base productiva.
El presidente, en cambio, apuesta a una sola variable: aguantar el tipo de cambio como sea, cuidar la “foto” del dólar y mostrar orden “contable”, aunque alrededor queden fábricas cerradas, comercios vacíos y pymes en terapia intensiva.
Su mensaje es transparente y cruel:
“Si tu empresa no aguanta la competencia externa, reconvertite; si te quedás sin trabajo, arreglate.”
Ese es el punto neurálgico: no hay plan de transición, no hay programas de reconversión productiva, no hay políticas activas de empleo. Solo hay serrucho, ajuste y fe ciega en que el mercado, por generación espontánea, creará algo nuevo. Mientras tanto, la realidad muestra otra cosa: desempleo en escalada, consumo desplomado y un país que se achica.
El plan básico: anclar el dólar, importar barato y licuar salarios
El “plan Milei–Caputo–Karina” cabe en tres líneas:
- Anclar el dólar con control de cambios férreo y mano de hierro sobre el Banco Central.
- Destruir demanda interna vía caída del salario real, ajuste a estatales y jubilados, recorte brutal a provincias y licuación de gasto.
- Tolerar –o promover– un tsunami de importaciones, que abarata parte de la góndola a costa de arrasar con la industria local.
El resultado es una economía que se vuelve shopping de productos extranjeros, sin estrategia industrial y sin horizonte para el empleo argentino. No hay política de sustitución inteligente, no hay créditos productivos, no hay coordinación con gobernadores para armar cadenas de valor.
Solo hay una consigna: abrir, endeudarse y rezar.
Mientras tanto, la presión cambiaria se “administra” con el látigo fiscal: menos obra pública, menos transferencias, menos subsidios, menos inversión. El ajuste cae siempre en el mismo lugar: sobre el que vive de un recibo de sueldo, una changa o una jubilación mínima.
Transferencia de ingresos: de los de abajo a los de arriba
La dinámica es clarísima:
- Se achica la masa salarial de estatales y privados.
- Se planchan paritarias reales.
- Se recorta poder de compra de jubilados, beneficiarios sociales y trabajadores formales.
¿A dónde va todo eso?
A sostener rentas financieras, a pagar intereses, a mejorar balances de grandes jugadores, a garantizarle a los acreedores externos que “Argentina cumple”. El esquema es tan viejo como brutal: ajuste abajo, fiesta arriba.
Un modelo que no genera empleo decente, que no defiende el tejido industrial y que no devuelve dignidad en forma de trabajo es un modelo abominable, aunque cuadren los Excel y aplaudan los fondos de inversión.
Washington, el verdadero respaldo
Este gobierno no se sostiene por su sensibilidad social ni por sus resultados en la economía real. Se sostiene porque:
- Washington lo respalda mientras pague,
- El Tesoro norteamericano lo usa como experimento,
- Y parte del establishment financiero lo ve como un gestor útil para asegurar cobros, privatizaciones baratas y negocios energéticos y mineros.
La pregunta es sencilla:
¿Cuántas veces más puede Argentina vivir de rescate en rescate?
Cada salvataje externo patea la crisis hacia adelante, pero la hace más grande. Cada nuevo bono, cada nueva deuda en dólares, es otra vuelta de tuerca sobre las generaciones que vienen.
¿Y el electorado?
Hay una parte del electorado que sigue bancando este esquema aunque su bolsillo diga lo contrario. No por ignorancia, sino por desesperación y por odio a lo anterior.
Ese es el drama político de este ciclo: una porción de la sociedad elige un programa que:
- No le mejora el salario,
- No le garantiza empleo,
- No le cuida la salud ni la educación,
- No contiene a sus hijos,
- Y solo le ofrece como horizonte “aguantar” hasta un futuro milagro que nunca se explica.
Ese voto no es “liberal”, es suicida si el gobierno no corrige el rumbo y si la dirigencia opositora no construye una alternativa que combine estabilidad macro con sensibilidad social y proyecto productivo.
Más Kuka que los Kuka… pero sin humanidad
Milei terminó abrazando herramientas que demonizaba: cepo, controles, deuda (la que generó Mauricio Macri), guiños a capitales amigos y rescates externos (Macrismo). En eso, se parece más a los K y a Macri que a Friedman.
La diferencia es que lo hace sin amortiguadores sociales, sin paritarias fuertes, sin obra pública, sin programa de integración laboral, sin mirada federal real.
Tan grande fue el “riesgo Kuka” que el presidente terminó infectado en algunos procedimientos en la macro, agrvándolos con prácticas del macrismo que también condenó en el ayer, pero sin el mínimo reflejo de sensibilidad social. Y un gobierno que ajusta sin red, endeuda sin límites y gobierna mirando más a Washington que al conurbano, al NOA o a la industria nacional, tarde o temprano se queda sin pueblo, sin legitimidad y sin futuro.
