Tarjetas al rojo vivo, heladeras vacías: el “plan motosierra” que endeuda a las familias y no baja la inflación

Tarjetas al rojo vivo, heladeras vacías: el “plan motosierra” que endeuda a las familias y no baja la inflación

En la Argentina de 2025 la escena se repite: familias que piden aumento del límite de la tarjeta para comprar comida, que prenden la calefacción “un ratito” para ahorrar gas, que patean el pago de la prepaga o del alquiler porque antes hay que llenar la mochila de los chicos. No es un estilo de vida: es supervivencia financiada.

Economistas y bancos ya reconocen que los hogares están usando cerca del 40% de sus ahorros para vivir mes a mes, mientras el endeudamiento con tarjeta y créditos de consumo crece a tasas de dos dígitos. Esa combinación —ahorros que se evaporan y deuda cara que se acumula— tiene un límite físico: cuando se terminan los pesos guardados y la tarjeta llega al tope, lo que colapsa no es una estadística, sino la vida cotidiana.

Al mismo tiempo, el consumo se derrumba. El sector público está en modo “contracción total”: ajuste de obra, recorte de programas, transferencias congeladas a provincias y municipios. Del otro lado, el consumo privado también se achica: salarios que corren detrás de los precios, paritarias que llegan tarde y horas extra que empiezan a desaparecer en fábricas, comercios y servicios. Cada hora extra que se pierde son pesos menos en el bolsillo y ventas menos en el almacén de la esquina.

La promesa oficial era clara: “matar la inflación, cueste lo que cueste”. La realidad es más cruel: vamos por varios meses consecutivos de inflación en alza, en un contexto de actividad rota, importaciones abiertas, cierre de empresas y destrucción de empleo. Es la peor combinación macro posible: recesión con precios en aceleración. Se repite la lógica de otras etapas de nuestra historia: dictadura, convertibilidad, experimento macrista. Se congela el salario, se libera todo lo demás… y la inflación, lejos de disciplinarse, encuentra nuevos canales para seguir castigando.

En este escenario, el endeudamiento de las familias funciona como un “colchón tóxico”: amortigua el golpe hoy, pero multiplica el daño mañana.

  • Las tarjetas funcionan como línea de crédito para pagar alimentos, tarifas y medicamentos a tasas usurarias.
  • Los bancos hacen negocio con los mínimos y refinanciaciones, mientras las deudas se capitalizan.
  • La economía real, con consumo público y privado contractivos, se queda sin motor: sin demanda interna no hay inversión productiva posible.
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La secuencia es clara: sin recomposición de ingresos ni creación de empleo privado, la demanda doméstica no crece; sin demanda, el empresariado no invierte; sin inversión no mejora la productividad; sin productividad, cualquier intento de “desinflación” sostenido en la recesión se vuelve frágil y socialmente explosivo. Eso no es un plan de estabilización: es una bomba de tiempo.

Del otro lado del mostrador, las PyMEs y comercios sienten el impacto de lleno. Caída de ventas, aumento de costos dolarizados, alquileres y servicios por las nubes y un sistema financiero que ofrece crédito a tasas imposibles. Cuando el único que “pone el hombro” es el consumidor endeudado, el circuito se agota rápido: cierran negocios, se pierden puestos de trabajo y la base de contribuyentes se achica, justo cuando el Estado decide retirarse de la salud, la educación y la protección social.

El gobierno apuesta a que, tarde o temprano, la “confianza empresarial” y algún flujo de capital financiero externo hagan el trabajo sucio: que los dólares lleguen solos, que la inversión aparezca por arte de magia y que, desde arriba, algo derrame. Pero la inversión extranjera directa está lejos de mostrar ese entusiasmo y, mientras tanto, la macro se sostiene con recortes, deuda cara y liquidación de patrimonio público.

En el medio de esa ingeniería de planillas Excel está la gente:

  • Jubilados que ajustan medicamentos para estirar la mínima.
  • Trabajadores formales que ven licuadas paritarias en cuestión de semanas.
  • Trabajadores informales que no tienen ni paritaria ni obra social.
  • Jóvenes que encadenan changas y apps de reparto para no caer del todo.

La política económica actual parte de una premisa peligrosa: que se puede asfixiar indefinidamente el mercado interno sin pagar costos sociales y sin generar crisis política. La experiencia argentina demuestra lo contrario: cuando el ajuste se descarga siempre en el mismo eslabón —las familias que viven de su trabajo— la crisis no estalla en el Excel; estalla en la calle.

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Si no hay un cambio de rumbo contundente —recomposición real de ingresos, alivio del endeudamiento familiar, políticas activas de empleo y un esquema de precios e impuestos que no castigue al que produce y trabaja— la próxima gran crisis no va a tener como disparador un salto del dólar, sino algo más silencioso y más grave: millones de hogares sin ahorros, con las tarjetas reventadas y la heladera vacía.

Ahí ya no habrá relato que alcance ni enemigo interno al que culpar. Solo quedará claro que el ajuste que se vende como “inevitable” no fue otra cosa que una decisión política de sacrificar a la mayoría para proteger a unos pocos.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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