Por Jorge A. Lindon
Hay traumas que definen la identidad profunda de una sociedad. No hablo de estadísticas, hablo de cicatrices. En Argentina, hay dos que atraviesan generaciones como cuchillos invisibles: la inflación y el dólar. Dos palabras que desvelan, condicionan, manipulan y deciden elecciones. No son sólo variables económicas: son símbolos psicosociales, núcleos traumáticos que duelen, que angustian, que paralizan o impulsan según quién los toque y cómo.
Milei entendió esto como pocos. No porque haya leído a Lacan, sino porque supo leer el resentimiento popular. Vio en la multiplicidad de tipos de cambio y en la inflación desbordada de 2023 no solo una catástrofe económica sino una oportunidad política. Y la aprovechó con una narrativa quirúrgica: “Yo te voy a curar”. No lo hizo. Tapó la herida, la ocultó, la anestesió, y hoy celebra indicadores como quien celebra la fiebre baja de un paciente al borde de la inanición.
La baja de la inflación no es un milagro, es un coma inducido. El dólar planchado no es síntoma de salud, sino de intervención constante. El consumo se derrumba, las pymes cierran, la gente no compra porque no puede, no porque no quiere. La estabilidad, si se puede llamar así, es hija del miedo y de la parálisis. En los cementerios no hay inflación, pero tampoco hay vida.
En nombre de la lucha contra esos traumas, Milei ejecuta una cirugía sin anestesia. Pero el dolor no desaparece, solo cambia de lugar. Los salarios son los primeros mutilados. El poder adquisitivo está hoy por debajo de los años ’90, cuando Menem y Cavallo vendieron el mismo espejismo: dólar barato, inflación cero, país quebrado. Ya vimos esa película, y termina mal. Siempre.
El gobierno celebra números, pero olvida cuerpos. Los cuerpos que ya no compran medicamentos. Que comen menos. Que trabajan más y viven peor. Que tienen miedo. Milei no estabilizó nada: congeló el espanto.
Y frente a eso, ¿qué hace la oposición? Poco y nada. Su silencio o su tibieza permiten que el trauma se profundice. ¿Dónde está el plan para reconstruir el salario? ¿Dónde está la hoja de ruta para recuperar la soberanía monetaria? ¿Dónde está la voz que mire a los ojos al pueblo y diga: “no solo entiendo tu dolor, sé cómo sanarlo”? Hasta ahora, no se ve.
El gran drama argentino no es solo Milei. Es que hoy no hay alternativa a la vista. Ni en el gobierno, que simula tener un plan. Ni en la oposición, que simula tener memoria. La inflación y el dólar siguen siendo los dos tótems que deciden nuestra suerte, porque nadie se anima a tocarlos de verdad. Se los reprime, se los manipula, se los usa como anzuelo electoral, pero no se los transforma. Y así seguiremos repitiendo el trauma hasta que alguien se atreva a enfrentarlo desde otro paradigma.
No alcanza con repudiar este modelo. Hay que construir otro. Uno que abrace el trabajo, el salario, el arraigo productivo, la moneda nacional y la dignidad. Uno que entienda que los traumas no se apagan: se sanan, se elaboran, se trascienden. Y para eso se necesita política con mayúscula: la que no administra ruinas sino que construye futuro.
¿Emergerá esa alternativa? Todavía no. Pero emergerá. Porque esta sociedad, castigada pero no vencida, ya conoce la diferencia entre estabilidad real y maquillaje de cementerio. Porque, como enseña la historia, después de cada ajuste feroz nace una nueva esperanza. Y cuando eso ocurra, que nos encuentre lúcidos, organizados y valientes.