La bomba estalló en Washington, pero la onda expansiva se siente con crudeza hasta en los surcos de caña, las fincas tabacaleras y las economías regionales del Norte argentino. Donald Trump acaba de lanzar un misil comercial de proporciones descomunales: aranceles del 30% a Europa y México, 35% a Canadá, y un ultimátum que sacude los cimientos del comercio global. La jugada es brutal, impiadosa y encierra una advertencia al planeta: América First no ha muerto, solo se recarga.
Y en este tablero en llamas, la Argentina observa, entre incrédula y vulnerable, cómo la celebrada firma del tratado de libre comercio con la Unión Europea podría terminar siendo un canto de sirena. Porque si Europa se atrinchera, el acuerdo UE-Mercosur puede implosionar antes de desplegar sus alas. Y si eso ocurre, el golpe al Norte argentino será severo.
El NOA, en la línea de fuego
Para las economías regionales del NOA, que esperan abrirse al mundo con productos como el tabaco jujeño, los vinos salteños, los cítricos tucumanos y las legumbres de Santiago del Estero, una guerra comercial global es una sentencia anticipada. Los mercados se encarecen, los cupos se restringen, y los grandes jugadores —Brasil incluido— buscarán reacomodar sus fichas con brutal realismo: vender al mejor postor, aunque eso signifique pasar por encima de sus socios regionales.
¿Qué significa esto en términos concretos? Que si la Unión Europea entra en modo defensivo, lo primero que hará será congelar acuerdos nuevos como el del Mercosur. Y sin ese acuerdo, el Norte argentino pierde una ventana estratégica para exportar con ventajas. Lo que iba a ser una palanca de crecimiento puede terminar como un espejismo diplomático.
El efecto Brasil y la traición silenciosa
Brasil también está en la mira de Trump. Las represalias arancelarias no distinguen entre aliados políticos y adversarios ideológicos. Si Lula responde con medidas similares —como ya amagó con aplicar aranceles espejo— el Mercosur podría desintegrarse como un castillo de naipes. Y si Brasil decide encerrarse, arrastra al resto. Especialmente a la Argentina, que no está en condiciones de negociar por su cuenta con los gigantes globales.
Para el NOA, esto representa más que un traspié comercial. Representa la fragilidad de su inserción internacional, la dependencia estructural de un bloque regional que pende de un hilo, y la urgencia de repensar su política de desarrollo desde una óptica autónoma, inteligente y soberana.
¿Libre comercio o libre fragilidad?
Mientras el gobierno nacional celebra acuerdos multilaterales que ahora crujen bajo el peso de una nueva guerra comercial, la realidad en las provincias del norte es muy distinta. La apertura sin planificación ni blindajes termina exponiendo al productor local a los vaivenes de intereses geopolíticos ajenos. Sin cadenas logísticas fortalecidas, sin infraestructura acorde, sin protección ante las crisis externas, el NOA es un rehén de los pactos firmados en salones alfombrados de Buenos Aires.
¿Quién protege al pequeño productor ante un derrumbe en los precios internacionales? ¿Quién contiene el impacto si las exportaciones se desploman o si Europa cierra sus puertas por presión estadounidense? Nadie.
Un llamado a la resistencia estratégica
Este no es un momento para el aplauso ingenuo ni para la neutralidad tecnocrática. El Norte argentino necesita levantar la voz, exigir autonomía en las decisiones comerciales, y articular un plan regional frente a los cimbronazos internacionales. Si Europa cae, si el Mercosur se rompe, si el mundo se fragmenta, debemos estar listos para sobrevivir con nuestras propias reglas.
Porque si el siglo XXI estará marcado por guerras comerciales, el NOA no puede seguir actuando como espectador.