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Trump, el inesperado sepulturero del Tea Party Hernán Sarquis (LPO, México DF)

El magnate se apropió de la agenda ultraconservadora para revertirla: su mega plan de infraestructura que disparará el déficit.
Cuando Barack Obama tomó las riendas de los Estados Unidos en enero de 2009, la economía del mundo se encontraba al borde del colapso por la explosión de la burbuja inmobiliaria que los banqueros venían inflando desde una década atrás. La falta de regulación a Wall Street resultó en inversiones multimillonarias en productos inservibles y sin valor, particularmente hipotecas de alto riesgo cuyos deudores (la clase media estadounidense) podían dejar de pagar de un momento a otro y perder sus casas.
Las medidas de rescate anunciadas por Obama, que incluyeron un estímulo de casi un trillón de dólares para reactivar la economía, le dieron fuerza a un movimiento ultraconservador dentro del Partido Republicano que tenía años gestándose con el apoyo de los multimillonarios hermanos Koch: El Tea Party.
Para las elecciones de 2010 se calcula que este movimiento, nombrado así en honor a la revuelta del té de Boston durante el inicio de la guerra de independencia de Estados Unidos, estaba detrás de las candidaturas de 138 candidatos al Congreso. Se calcula que 32% de los candidatos a diversos puestos de elección popular se llevaron triunfos para el Tea Party.
El movimiento defiende la reducción de la deuda externa; reducción del presupuesto federal; están en contra del sistema de salud universal y en general son una versión más extrema de los principios del Partido Republicano. Una facción del movimiento en un principio abogaba por dejar fuera los temas de las libertades civiles (aborto, legalización de las drogas, oposición al matrimonio gay, etc.), sin embargo, con el tiempo el movimiento fue fortaleciéndose con posturas socialmente conservadoras como contrapeso a las políticas progresistas de la administración Obama.
Aunque para 2012 el movimiento se había debilitado, figuras como Ted Cruz, Marco Rubio y Michelle Bachmann seguían manteniéndolo vigente. El texano Cruz, aunque no nació del movimiento, sí adoptó sus posturas más extremistas. Es reconocido como el autor del boicot al presupuesto de 2014 que en octubre de 2013 provocó la suspensión de todos los departamentos del gobierno federal durante 15 días, medida que fue criticada por facciones más moderadas del Partido Republicano.

Para muchos analistas el triunfo de Donald Trump se trató de la evolución natural de este movimiento. Los candidatos originales del Tea Party solían ser empresarios, dentistas, abogados, y en general líderes en sus comunidades, no políticos de carrera.
Sus triunfos fueron la primera expresión electoral del hartazgo con el establishment político. Resulta irónico que una de las promesas de campaña que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca fue su plan de inversión en infraestructura para renovar lo que calificó como caminos y aeropuertos dignos del tercer mundo. Por supuesto una inyección así sería de un impacto enorme para el empleo y la economía de las clases bajas que los votaron, pero iría en contra de todo lo que el Tea Party defendía, ya que significaría una deuda federal enorme para el país y la utopía del déficit cero.
Esta semana los demócratas le tomaron la palabra y anunciaron que presentarían un plan de inversión en infraestructura por el trillón de dólares que el presidente prometió. El principal asesor de Trump en el tema, Richard le Frank, trató de poner paños fríos: “Creo que va a haber un tira y afloja con los conservadores en el Partido Republicano que están preocupados por el déficit, frente al presidente que está preocupado por crear empleos”.
El sepulturero del Tea Party
El triunfo de Trump en sí mismo representa el fracaso del movimiento libertarian en Estados Unidos. Para muchos analistas quedó claro que la fuerza del Tea Party en 2009, después del triunfo de Obama, respondió a un asunto más bien social y no tanto presupuestal. Parece que los mismos votantes blancos enojados que en su momento apoyaron las medidas de austeridad fiscal extrema defendidas por el Tea Party, en realidad estaban defendiendo el estatus de las clases blancas y no un modelo económico en particular.

Si el modelo de Trump de inyectar billones a la economía tiene éxito, será una prueba más de la desconexión entre los líderes del Partido Republicano y sus votantes. Durante años creyeron que lo que importaba para el electorado conservador era la defensa de la portación de armas, la reducción del déficit y la deuda, el gobierno federal reducido y menos impuestos.
La campaña de Trump en 2016 les quitó el antifaz: ni siquiera son los principios cristianos ni la responsabilidad fiscal. Para sorpresa de pocos, lo que les importa es la economía de sus familias.
Y muchos de los líderes más enfáticos de ese fiscalismo ortodoxo como el líder de la Cámara de Representantes, Paul Rayn, ahora se disponen toda sonrisas a aprobar un gasto en obra pública que triplicará al propuesto en su momento por Obama y que rechazaron por representar un holocausto fiscal.