El mundo observa con creciente inquietud el resurgimiento de un viejo fantasma: la partición de Europa como botín de una guerra geopolítica. Mientras los analistas se enfocan en Ucrania, fuentes cercanas a Donald Trump y Vladimir Putin sugieren que la verdadera negociación no gira en torno a Kiev, sino a una reorganización total del continente. En esta tesis, defendida con intensidad por periodistas como Jorge Fontevecchia y Marcelo Longobardi, la clave no está en la anexión rusa de territorio ucraniano, sino en un nuevo reparto de poder que podría reducir a la Unión Europea a su mínima expresión.
Desde hace años, se especula sobre la relación ambigua entre Trump y Putin. Lo que parecía una simple sintonía entre líderes de derecha ha tomado un cariz más oscuro: una estrategia coordinada para debilitar la OTAN y desintegrar Europa. La visión trumpista considera que una Europa fuerte es una amenaza para el poderío estadounidense, mientras que para Putin, el resurgimiento de la URSS solo sería viable si Europa Occidental se fragmenta y su unidad política colapsa. El Brexit fue solo la primera estocada en este juego de ajedrez, y ahora, según fuentes de inteligencia, el plan va mucho más allá: una Europa dividida en esferas de influencia como en la Guerra Fría.
La alarma no es solo periodística. El escritor Javier Cercas, en su artículo «Nuestra patria es Europa», advierte que la única forma de resistir este embate es reforzando la unidad continental. Europa, dice Cercas, no es solo un mercado, sino un proyecto político y cultural que garantiza la paz y la estabilidad desde la Segunda Guerra Mundial. Su advertencia no es menor: la amenaza de una nueva Yalta, con Trump y Putin como arquitectos, podría significar la disolución de un bloque que, si actuara unido, podría ser la primera potencia mundial.
Los indicios de esta conspiración están en el aire: la intención de Trump de desfinanciar la OTAN, su desprecio por la Unión Europea y su histórica simpatía por líderes autoritarios. Mientras tanto, Putin avanza en Ucrania con la certeza de que, si Trump vuelve a la Casa Blanca, tendrá vía libre para redibujar las fronteras de Europa sin interferencias. El pacto tácito entre Washington y Moscú no busca solo redefinir los límites del poder global, sino también instaurar un modelo de gobernanza donde las democracias liberales pierdan peso frente a liderazgos autocráticos.
Lo que Fontevecchia y Longobardi han puesto sobre la mesa no es solo una hipótesis, sino una advertencia que Europa no puede ignorar. Si el continente no reacciona con rapidez, podría encontrarse nuevamente dividido entre dos potencias que lo ven no como un actor, sino como un terreno de disputa. La historia ya nos enseñó que el precio de la fragmentación europea es demasiado alto. La pregunta es: ¿habrá líderes dispuestos a evitarlo?