“Tu sueldo se evapora: el nuevo saqueo global que licúa a la Argentina y condena al NOA a la supervivencia”

“Tu sueldo se evapora: el nuevo saqueo global que licúa a la Argentina y condena al NOA a la supervivencia”

Por Jorge Lindon // Cada vez que vas al súper, cargás la SUBE, pagás la luz o comprás un kilo de carne, sentís la misma pregunta quemándote por dentro: ¿en qué momento mi dinero dejó de valer? No es solo una sensación: es la foto de una época.

Estamos viviendo la combinación perfecta entre endeudamiento global récord, deterioro de los salarios y encarecimiento brutal de los servicios esenciales. Y Argentina, lejos de ser la excepción, es el espejo deformado donde el mundo ve su futuro más oscuro… acelerado.

Un planeta quebrado… y un país al límite

El mundo está sentado sobre una montaña de deuda que supera varias veces lo que produce en un año. Los principales motores de esa bola son Estados Unidos y China, pero el modelo se replica en todos lados: estados, empresas y familias viven financiando hoy con ingresos de mañana.

Argentina entra a esta película con un prontuario propio:

  • Es uno de los países más endeudados con el FMI.
  • Ajusta tarifas, devalúa, congela salarios y recorta gasto social para “cumplir metas” que no terminan de ordenar nada.
  • Convive con una inflación estructural que licúa cualquier mejora nominal.

Mientras tanto, el norte global discute si el costo de vida “cómodo” para una familia de clase media es 100.000 o 140.000 dólares al año. Nosotros en el NOA discutimos si alcanza para llenar la heladera tres veces al mes.

Por qué sentís que vivís para pagar cuentas

Lo que está pasando no es solo “inflación” a secas. Es algo más profundo:

  1. Los servicios esenciales se comen tu ingreso.
    En todo el mundo –y en Argentina todavía más– salud, educación, vivienda, transporte, cuidados, impuestos y tarifas crecen por encima de los salarios. No porque consumamos lujos, sino porque vivir mínimamente digno es cada vez más caro.
  2. El efecto Baumol en versión brutal criolla.
    Hay sectores –ropa, electrónica, electrodomésticos– que bajan de precio relativo porque la tecnología abarata la producción. Pero un médico, una maestra, una enfermera, un colectivero o un albañil siguen necesitando tiempo humano. Esos servicios no pueden automatizarse sin perder calidad.
    El resultado: lo que realmente importa para vivir –cuidarte, educarte, moverte, habitar– sube más rápido que tu sueldo.
  3. En Argentina, además, el impuesto inflacionario.
    No es solo que los servicios suben: tu moneda se derrite. El peso no es unidad de ahorro ni de referencia estable. Trabajás en pesos, pagás en pesos, pero pensás en dólares sin tener dólares. Es una trampa psicológica y material: siempre llegás tarde, siempre perdés.
  4. La política y el empresariado siguieron manejando como si fuera 1990.
    Mientras el mundo entra en la era de la inteligencia artificial y la transición energética, acá se siguió apostando a:
    • Renta financiera fácil,
    • Ajuste eterno para “ganar confianza”,
    • Extractivismo sin estrategia de valor agregado,
    • Y una economía cada vez más concentrada, donde unas pocas corporaciones fijan precios y condiciones de vida.
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El NOA como laboratorio del fracaso

En el NOA, todo esto pega más fuerte:

  • Tarifas caras y servicios pobres. Pagamos energía, transporte y telecomunicaciones como si viviéramos en un país rico, con salarios de país empobrecido.
  • Estado local desfinanciado y capturado. Municipios atados a coparticipaciones imprevisibles, sin margen de maniobra, y una clase política que mira encuestas, no balances sociales.
  • Juventud expulsada. El sueño del pibe jujeño, salteño o tucumano no es emprender en su tierra, sino juntar para el pasaje e irse. La movilidad social ascendente se mudó al aeropuerto o a la terminal de colectivos.

Hablan de “libertad de mercado” donde la única libertad real es la del capital para entrar, exprimir y salir. El resto son discursos.

¿Se terminó el Estado de bienestar? ¿Murió el peronismo?

La pregunta es incómoda, pero hay que hacerla sin maquillaje:
¿sigue siendo posible un modelo de justicia social en este contexto?

  • Si el Estado solo se concibe como pagador de deuda y garante de rentabilidad para unos pocos, el bienestar es imposible.
  • Si el peronismo –y cualquier fuerza que se diga nacional y popular– se limita a administrar el ajuste con lenguaje emotivo, se vuelve decorado, no alternativa.

No: no murió la idea de justicia social. Lo que murió –o está agonizando– es la versión cómoda de creer que se logra con parches, bonos y discursos mientras se acepta sin discusión el esquema global de endeudamiento eterno y extractivismo barato.

Entonces, ¿qué hacemos?

No hay soluciones mágicas ni un “botón de reseteo” planetario. Pero sí hay ejes concretos para recuperar algo de control sobre nuestras vidas:

  1. Reordenar prioridades del Estado.
    • Primero: alimentación, salud, educación, vivienda y trabajo.
    • Recién después, los compromisos financieros, renegociados con firmeza y no como súbditos.
  2. Reforma tributaria real, no slogans.
    • Menos presión sobre el consumo básico y las pymes.
    • Más carga sobre grandes patrimonios, renta financiera, monopolios y actividades que extraen recursos sin dejar desarrollo.
  3. Defensa estratégica de servicios esenciales.
    Salud, educación, agua, energía básica y conectividad deben ser tratados como derechos, no como “negocios regulados”. Si el mercado quiere operar ahí, que lo haga, pero bajo reglas públicas claras y duras.
  4. Economía local y regional con inteligencia.
    En el NOA necesitamos:
    • Agregar valor a la producción agrícola y minera.
    • Apoyar cooperativas, economía del conocimiento, turismo integrado, cadenas cortas de producción y consumo.
    • Usar la tecnología para abaratar costos y fortalecer redes locales, no para reemplazar trabajo digno por precarización de plataformas.
  5. Alfabetización económica ciudadana.
    La peor derrota es no entender el partido. Necesitamos que el vecino de Perico, de Palpalá, de Orán, sepa qué es una tasa de interés, un bono, un presupuesto, un acuerdo con el FMI, para no comprar más espejitos de colores.
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No es el fin de la historia, pero sí el fin de la inocencia

Tus billetes valen menos. Tu tiempo de trabajo compra menos vida. Eso es real.
También es real que no estamos condenados a soportar en silencio.

Lo irreversible no es la pobreza: es el modelo que nos empobrece si no se lo discute.
La justicia social no murió: está huérfana de dirigentes a la altura y de un proyecto que mire más allá del calendario electoral.

En este domingo áspero, entre boletas de luz, changuitos flacos y salarios adelgazados, queda una certeza incómoda pero necesaria:

Si no rediseñamos el sistema que destruye nuestro dinero y nuestro tiempo, el futuro será un lujo de pocos y una condena para el resto.

La pregunta ya no es si el peronismo sobrevive o si el capitalismo se “humaniza”.
La pregunta es otra, brutal y urgente:

¿vamos a seguir aceptando que la economía sea una máquina de licuar vidas, o vamos a exigir que vuelva a ser una herramienta para vivir mejor?.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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