El último fin de semana largo dejó una señal clara: la ocupación en Jujuy cayó, los hoteles trabajaron a media máquina y la caja del turismo apenas alcanzó para cubrir costos. Lo que muchos operadores intuían ahora tiene confirmación numérica a nivel nacional: el turismo externo se desploma y la balanza de divisas por turismo arrojó en octubre un déficit cercano a los 365 millones de dólares, con más argentinos viajando al exterior que extranjeros ingresando al país. Esa tendencia pega de lleno en una provincia que hizo del turismo su bandera… pero que hoy parece conformarse con discursos y fotos, sin política anticrisis.
Jujuy debería estar en “modo urgencia”. En cambio, está en piloto automático. No hay campaña agresiva de promoción en mercados vecinos, no hay incentivos serios para aerolíneas ni paquetes integrados con el NOA, no hay un plan de alivio fiscal para prestadores que están al borde del cierre. Los municipios turísticos se las ingenian como pueden, pero el diseño estratégico —que es competencia del Gobierno provincial— brilla por su ausencia.
La ecuación es brutal: menos extranjeros, menos consumo, menos empleo. El turista internacional es el que más gasta por día y el que derrama en toda la cadena: hoteles, restaurantes, guías, artesanos, transporte, espectáculos, ferias regionales. Si ese flujo se corta y el Estado no actúa, lo que sigue es la cronología de un derrumbe anunciado: primero se ajusta personal, luego se cierran servicios y, al final, se venden o abandonan emprendimientos que tardaron años en construirse.
Lo más grave es el silencio oficial. No hay un diagnóstico público, no se convoca a cámaras empresarias, municipios ni universidades para repensar el modelo turístico en un contexto global adverso. Jujuy compite con provincias vecinas y países limítrofes que sí están moviendo fichas: ajustes impositivos, acuerdos de conectividad, campañas específicas para nichos (turismo aventura, religioso, gastronómico, cultural). Aquí, nada que se parezca a una mesa de crisis.
El turismo no es solo fotos en redes: es empleo directo e indirecto, es cadena de valor territorial, es marca provincia. Cada turista que no llega es un taxi menos que trabaja, una mesa vacía en un comedor familiar, una habitación oscura en un pequeño hotel, un guía sin salida al cerro, un artesano que guarda su producción porque no hay a quién venderla. Eso se traduce en menos recaudación, menos consumo local y más recesión.
Frente a este cuadro, la pasividad es una forma de abandono. El Gobierno provincial está obligado a presentar ya un plan de contingencia:
- alivio tributario temporal para prestadores registrados,
- promoción específica en mercados de proximidad (Bolivia, Chile, Paraguay, Brasil),
- acuerdos con operadores y plataformas digitales,
- integración real de eventos culturales y deportivos para romper la estacionalidad,
- y una fuerte campaña para sostener el turismo interno jujeño, que hoy también está golpeado por la pérdida de poder adquisitivo.
Si no se mueve la aguja ahora, el verano y Semana Santa llegarán con menos turistas, más cierres de negocios y un daño estructural que llevará años revertir. El turismo jujeño no puede convertirse en otra víctima silenciosa de la recesión y la improvisación. Hace falta decisión política, escucha activa y una hoja de ruta concreta. Lo que está en juego no es una estadística: es el futuro económico de miles de familias que viven —o vivían— del visitante que hoy ya no llega.
