Aranceles para Trump, libre mercado para Milei: la hipocresía blindada de la derecha mediática

Aranceles para Trump, libre mercado para Milei: la hipocresía blindada de la derecha mediática


Una vez más, los medios de derecha en Argentina se superan en incoherencia. Esta vez, celebran con entusiasmo la restitución de las facultades arancelarias de Donald Trump por parte de la Corte de Apelaciones de EE.UU., aplaudiendo con vehemencia una medida que va en línea directa con el proteccionismo económico. ¿El problema? Que esos mismos medios militan, sin matices, una retórica ultraliberal en Argentina, donde la sola mención de aranceles es condenada como pecado capital contra el dogma mileísta de la “libertad de mercado”.

Estamos frente a una contradicción flagrante, de las que ya no escandalizan porque forman parte del paisaje: mientras en EE.UU. los aranceles son vistos como una herramienta legítima de defensa nacional, aquí se los demoniza como rémoras “estatistas”. Lo que en Trump es pragmatismo geopolítico, en cualquier otro país (y especialmente en Argentina) es «populismo berreta». En esa lógica torcida, la soberanía comercial está reservada a las grandes potencias. Nosotros, los periféricos, debemos rendir culto al libre comercio absoluto… aunque eso implique destruir industrias, devastar empleos o ceder soberanía alimentaria y tecnológica.

La doble moral de los voceros del orden

¿Dónde queda entonces el supuesto compromiso con la coherencia doctrinaria? En el basurero de la utilidad política. La derecha mediática argentina no defiende ideas: defiende intereses. Y en ese juego, todo vale. La contradicción no incomoda. Por el contrario, es parte del negocio: mientras se exalta la “mano firme” de Trump para proteger a su industria frente al ascenso de China, se castiga a cualquier argentino que proponga alguna forma de regulación o defensa nacional como un “zurdo nostálgico del Estado”.

Se elogia el “America First”, pero se exige “Argentina Never”. Es un absurdo que, sin embargo, tiene consecuencias reales: desde la caída sistemática de nuestras pymes hasta la dependencia alimentaria y energética. Mientras tanto, los que deberían alertar sobre este desbalance –los intelectuales del establishment, los economistas televisivos, los editorialistas de barricada– miran para otro lado o simplemente repiten el guion dictado por las fundaciones ultraliberales globales.

Milei: una doctrina sin Estado propio

En el centro de esta incoherencia aparece Javier Milei, el libertario que predica la apertura comercial más radical del planeta… justo cuando los países que admira refuerzan sus barreras. El mundo real no responde a las abstracciones teóricas de von Mises. Ni EE.UU., ni Alemania, ni Corea del Sur ni Japón llegaron al desarrollo sacrificando su industria en el altar del libre comercio. Todos usaron y siguen usando herramientas estatales, aranceles, subsidios y políticas activas. Pero aquí, en la trinchera sur del capitalismo periférico, se castiga cualquier intento de proteger el entramado productivo como una herejía kirchnerista.

La contradicción no es menor. Mientras Milei sostiene que “el comercio debe ser libre sin intervención estatal”, sus voceros celebran que Trump recupere facultades para imponer aranceles sin pasar por el Congreso. ¿Entonces? ¿La libertad de mercado es buena solo para los países débiles? ¿O la política comercial es buena cuando la ejerce un líder de derecha global, pero mala cuando la sugiere un productor pyme del NOA?

La gran estafa moral

Esta es la verdadera estafa: no la del populismo, sino la de un liberalismo trucho, incoherente, acomodaticio y funcional al coloniaje. Un liberalismo que no libera, que no protege, que no genera oportunidades sino que revienta los motores productivos internos. Un liberalismo de remeras negras y editoriales indignados, que exalta al “mundo libre”… pero que jamás denuncia que en ese mundo, los Estados regulan, deciden y se blindan con políticas activas.

En el fondo, esta derecha no cree en la libertad. Cree en la obediencia a una arquitectura internacional de poder que ya definió su lugar: Argentina como granja, como cantera, como proveedor barato de materias primas, sin industria, sin universidades críticas, sin ciencia, sin creatividad.

¿Qué nos queda?

Nos queda una opción: despertar. Denunciar la hipocresía. Salir del catecismo colonizador que nos vende como vanguardia un modelo que no aplican ni los que lo diseñaron. Reivindicar la soberanía no como palabra muerta, sino como práctica política concreta. Exigir a nuestros dirigentes que dejen de copiar a ciegas y comiencen a pensar con cabeza propia.

Porque mientras Trump sube los aranceles, acá nos hacen tragar la motosierra.

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