“Blindados made in USA: por qué hoy es más estratégico comprar Stryker que seguir vendiendo humo industrial”

“Blindados made in USA: por qué hoy es más estratégico comprar Stryker que seguir vendiendo humo industrial”

La discusión sobre los Stryker arrancó torcida: se vende como “entrega de soberanía” lo que, en rigor, es el resultado lógico de 30 años de desguace acumulado. Argentina pasó de fabricar vehículos blindados competitivos en Latinoamérica a no poder sostener en serie ni mantenimiento profundo sin depender de repuestos importados y presupuestos que nunca llegan. Esa destrucción no empezó hoy: viene de privatizaciones, cierres, congelamiento de inversiones y uso político del sistema de defensa.

En ese escenario, el actual gobierno se encuentra frente a una disyuntiva incómoda pero real: o espera una década a “reconstruir la industria” sin equipamiento moderno en las unidades, o compra hoy un sistema probado, interoperable con los socios que se supone serán centrales en la política exterior. ¿Es lo ideal? No. ¿Es coherente con el estado real del aparato productivo militar? Sí.

Además, la operación no se hace “por la ventana”. Existen caminos jurídicos preestablecidos para este tipo de adquisiciones:

  • Ley de Defensa Nacional y reglamentaciones complementarias, que establecen roles y planificación estratégica.
  • Programas tipo Foreign Military Sales (FMS) de EE. UU., que son esquemas gobierno–a–gobierno, con precios y condiciones estandarizados y supervisión del Congreso norteamericano y controles administrativos argentinos.
  • Intervención de organismos de control y, en muchos casos, necesidad de información al Congreso local cuando hay impacto presupuestario relevante.

No es un vale todo: hay un marco legal y administrativo que obliga a justificar técnicamente por qué un sistema, por qué ese proveedor y en qué condiciones financieras.

El punto que más ruido genera es simbólico: “antes los hacíamos acá y hasta Brasil nos compraba”. Es cierto que hubo épocas en las que Fabricaciones Militares, TAMSE y otros polos industriales produjeron sistemas respetables. Lo que nadie dice es qué gobiernos recortaron presupuestos, frenaron modernizaciones, paralizaron líneas, tercerizaron componentes críticos y usaron a esas empresas como cajas políticas. Defender hoy “lo que fuimos” sin hacerse cargo de quién lo destruyó es, como mínimo, hipócrita.

También hay que aclarar otra cosa: la compra de Stryker no impide, por definición, relanzar una agenda de defensa con contenido nacional. De hecho, muchos países combinan equipamiento importado en segmentos críticos con desarrollo local en otros (municiones, electrónica, mantenimiento, modernización, simuladores, doctrinas, software). El verdadero problema no es comprar afuera, sino no aprovechar esa compra para exigir transferencia de conocimiento, participación de talleres locales, acuerdos de mantenimiento y formación técnica.

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Mientras tanto, el frente interno exige una respuesta: ¿cómo se atienden las misiones de defensa, apoyo a emergencias y compromisos internacionales con vehículos obsoletos, parque heterogéneo y disponibilidad operativa bajísima? En el corto plazo, la única forma de recomponer capacidades es con equipamiento ya desarrollado. Pretender lo contrario es vender épica industrial sin fábrica, sin presupuesto y sin ingenieros jóvenes quedándose en el país.

Esto no exonera al gobierno actual de responsabilidades. Si la compra de Stryker es solo una foto geopolítica sin plan de defensa integral, será otro parche más. Pero si se la inscribe en una hoja de ruta que incluya: revisión de la matriz industrial, fortalecimiento de I+D local, recuperación gradual de Fabricaciones Militares y acuerdos claros de offsets, puede ser un puente entre la indefensión presente y una autonomía futura más realista.

Lo que sí conviene desmitificar es el relato de quienes, desde la comodidad de sus curules o sus sets de TV, se rasgan las vestiduras por un “desmantelamiento” que ellos mismos ejecutaron cuando gobernaron: cerraron proyectos, ajustaron presupuestos, rifaron conocimiento y hoy simulan sorpresa porque el país no puede, de un día para el otro, sacar de la galera una línea de blindados modernos.

Discutir los Stryker vale la pena, pero con información completa: con números de mantenimiento, plazos de entrega, posibilidades de participación local y un debate honesto sobre cómo llegamos hasta acá. Lo que no sirve es la nostalgia selectiva que convierte en héroes industriales a quienes vaciaron las fábricas, ni la caricatura de que todo lo nacional es perfecto y todo lo importado es traición.

En defensa, como en economía, el peor error es negar la realidad. Hoy la realidad es que Argentina necesita equipamiento moderno, carece de una industria lista para entregarlo en tiempo y forma, y enfrenta riesgos concretos en un mundo cada vez más inestable. Comprar blindados afuera no es rendirse: es admitir que, mientras dormíamos la siesta del desguace, otros avanzaron. El desafío verdadero empieza después: que esta compra no sea el punto final, sino el punto de partida para que nunca más tengamos que elegir entre soberanía de cartón o seguridad alquilada.

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