“Cuando las estadísticas pierden la vergüenza: el INDEC de Lavagna juega con el termómetro para negar la fiebre”

“Cuando las estadísticas pierden la vergüenza: el INDEC de Lavagna juega con el termómetro para negar la fiebre”

La recesión, en el lenguaje económico estándar, tiene una regla simple: dos trimestres consecutivos de caída de la actividad. Eso es lo que miran inversores, organismos multilaterales, bancos y consultoras. En Argentina, ese termómetro se llama EMAE, el Estimador Mensual de Actividad Económica, elaborado por el INDEC. Y lo que acaba de ocurrir con esa serie no es un tecnicismo inocente: es una decisión que huele a manipulación política, aunque se la disfrace de “revisión estadística”.

Según reveló una investigación periodística, el INDEC corrigió los datos de actividad de meses previos de manera tal que, por una décima, se evitara que el acumulado marcase recesión técnica. No hubo conferencia exhaustiva, no hubo paper metodológico detallado, no hubo explicación clara hacia el conjunto de la sociedad y la comunidad técnica. Hubo, sí, un resultado “más prolijo” para el relato oficial: la economía no estaría, formalmente, en recesión. El papel aguanta todo; los bolsillos, no.

Marco Lavagna no dirige cualquier oficina: conduce el organismo que, en democracia, debería ser sinónimo de neutralidad y profesionalismo. Pero llega a esta polémica con un prontuario institucional complicado. El Censo 2022 tuvo demoras significativas en la entrega de resultados finales, problemas de carga, inconsistencias reportadas por provincias y municipios, y un nivel de opacidad que generó críticas tanto de especialistas como de la prensa. Hoy los datos definitivos existen, pero el proceso fue torpe, tardío y lejos de los estándares de calidad que un país serio debería exigirse. Que el mismo aparato estatal que manejó así el Censo ahora “ajuste” el EMAE justo cuando la economía se desploma, no es un detalle menor.

Aquí la discusión no es solo económica; es moral e institucional. Un INDEC que corrige series clave sin una explicación robusta y transparente no solo alimenta sospechas de maquillaje: erosiona el último piso de confianza que queda entre el Estado y la sociedad. Si los datos oficiales empiezan a parecer un documento de campaña antes que un espejo de la realidad, la Argentina se transforma en lo peor de los mundos: un país pobre, endeudado… y además poco creíble.

Para los inversores, esto tiene un nombre concreto: riesgo estadístico. Nadie pone dinero a largo plazo en un país donde los números macro pueden “acomodarse” según la coyuntura política. El antecedente de la destrucción del INDEC en los años del IPC truchado fue carísimo: se bloquearon series, se rompieron contratos de confianza, se judicializaron bonos atados a inflación. Hoy, cuando el mundo mira otra vez a la Argentina con desconfianza por la caída del crédito prometido desde Wall Street y el Tesoro de EE.UU., jugar con el EMAE es dinamitar la poca credibilidad que queda.

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También es un golpe directo a la ciudadanía. Si el Estado le miente o “le edita” la realidad a su propio pueblo, ¿cómo puede pedir sacrificios, paciencia o apoyo a reformas duras? ¿Con qué cara se reclama esfuerzo cuando el organismo que mide la realidad económica parece más preocupado por evitar el titular “recesión” que por describir con crudeza lo que pasa? Un país adulto necesita datos duros, aunque duelan, no estadísticas anestesiadas.

Es clave entender además que muchas de las distorsiones que hoy se denuncian son herencia de un desguace silencioso de años: subfinanciamiento crónico, pérdida de cuadros técnicos, precariedad en sistemas de captura de datos y decisiones políticas que fueron erosionando la reputación del INDEC mucho antes del gobierno actual. El problema no empezó con Lavagna, pero hoy él es el responsable máximo. Y frente a este contexto, su obligación no es “acomodar” la serie para que el Ejecutivo zafe de una recesión técnica, sino blindar la integridad metodológica del organismo, cueste lo que cueste en términos políticos.

La población tiene todo el derecho a indignarse. Cuando se ocultan números, cuando se corrigen series sin explicación, cuando se estira hasta el ridículo el límite de lo “técnico” para convertirlo en un acto político, Argentina se vuelve un país bananero sin necesidad de selva tropical. Se pierden oportunidades de inversión, se enturbian las negociaciones con organismos internacionales y se rompe la posibilidad de que provincias, municipios, empresas y familias planifiquen con alguna base sólida.

No se trata de demonizar las revisiones estadísticas: en todo el mundo se corrigen datos a medida que ingresa nueva información. La cuestión es otra: la oportunidad, la magnitud y la falta de explicación robusta y oportuna. Cuando la rectificación llega justo para evitar que un número dispare la palabra “recesión” en todos los portales, el problema deja de ser técnico para transformarse en político. Y cuando al frente del organismo hay alguien con una trayectoria de demoras, opacidad y gestión discutida, las dudas se multiplican.

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Si Argentina quiere dejar de ser un laboratorio de frustraciones, tiene que empezar por algo básico: decirse la verdad a sí misma. Sin estadísticas confiables, no hay política económica posible, ni Estado serio, ni contrato social que aguante. El INDEC no puede ser un taller de chapa y pintura para gobiernos en problemas. Y Marco Lavagna no puede seguir actuando como si la confianza pública fuera un recurso infinito. Porque no lo es: cuando se rompe, no se recompone con una corrección de Excel.

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