El Engaño austríaco: El Modelo de Milei y la Carne Viva del Colapso Productivo

El Engaño austríaco: El Modelo de Milei y la Carne Viva del Colapso Productivo

El gobierno insiste en una narrativa épica: la «destrucción creativa» como un fuego purificador que, tras arrasar el entramado productivo, hará nacer un nuevo capitalismo argentino. Es un relato seductor, prestado de manuales teóricos (**), pero que choca con la crueldad de una realidad donde solo queda la primera palabra: la destrucción. Y esta es irracional, nefasta y mide su avance en empresas cerradas y puestos de trabajo evaporados.

El núcleo de este dogma es el modelo de equilibrio general, una abstracción que exige supuestos tan extremos que rayan en la fantasía. Requiere, por ejemplo, que la nueva economía genere empresas al mismo ritmo frenético en que se liquida a las antiguas. Los datos desmienten el cuento: ya se perdieron más de 20.000 empresas y casi 300.000 empleos formales en pocos meses. La muerte es veloz; la creación, un espejismo.

El modelo también presume una milagrosa reconversión laboral y una movilidad geográfica quimérica. Espera que un obrero textil de Avellaneda, sin crédito y con una familia que alimentar, se transforme de la noche a la mañana en un técnico calificado para Vaca Muerta o se mude a la Patagonia. Es una teoría escrita desde un escritorio, que ignora la carne, los lazos comunitarios y la desesperación concreta de quienes quedan fuera del sistema.

Uno de los supuestos más delirantes es que Argentina puede transformarse para competir en manufacturas con gigantes como China. Esto olvida que China subsidia masivamente su oferta, mientras que aquí, las pymes que sobreviven enfrentan tasas de interés siderales y un crédito inexistente. Se les exige una hazaña olímpica: nadar contra la corriente global con las manos atadas y los pies hundidos en un ecosistema de tercer mundo.

El resultado es un industricidio inmoral. No es un ajuste doloroso pero transitorio; es la desarticulación programada de capacidades productivas que tomarán décadas en recuperarse, si es que alguna vez se recuperan. No se puede crear trabajo al ritmo que se destruye cuando se aniquila el crédito, se estrangula la demanda interna y se entrega el mercado interno a la importación sin contrapartida alguna.

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La ironía más grotesca se encuentra en la alianza geopolítica que pregona el gobierno. Mientras aplica un Darwinismo social brutal en el mercado interno argentino, su aliado principal, Donald Trump, es un proteccionista extremo de la industria norteamericana. Milei desarma a su país frente a un mundo que, incluyendo a su faro ideológico, juega con las reglas del realismo económico más crudo: subsidio, protección y America First.

La «reconfiguración productiva» tiene, además, un límite político explosivo: el impacto distributivo. Cuando los sectores afectados —pymes, asalariados, regiones enteras— alcancen una masa crítica de descontento, las presiones para revertir el proceso serán incontenibles. El gobierno apuesta a que el ajuste sea tan rápido que no haya tiempo para la reacción organizada. Es una apuesta temeraria sobre el lomo de una sociedad al borde del colapso.

Estamos ante la aplicación de un laboratorio teórico sobre una sociedad viva, un experimento cuyas variables de control —crédito, tipo de cambio, demanda— están todas manipuladas para generar una implosión. No es Schumpeter; es una distopía donde la destrucción no tiene nada de creativa, sino que es un fin en sí mismo, una fe fanática en que del cementerio industrial nacerá, por generación espontánea, un milagro.

El frío equilibrio de los modelos no contempla el calor de la protesta, la fragilidad de las cadenas de pago ni el grito de una familia que no llega a fin de mes. El verdadero «equilibrio» que se avecina es el de una balanza social rota, y su estallido pondrá fin a la ficción teórica de un gobierno que confundió Argentina con una hoja de cálculo.

(**) Schumpeter: El teórico de la tormenta creativa que Milei malinterpreta

La figura intelectual que el gobierno invoca para justificar el caos actual es Joseph A. Schumpeter, economista austriaco del siglo XX. Su célebre concepto de «destrucción creativa» describe cómo las innovaciones radicales —nuevas tecnologías, mercados, formas de organización— arrasan inevitablemente con industrias y prácticas obsoletas, impulsando el crecimiento capitalista a largo plazo. Sin embargo, Schumpeter nunca propuso esta tormenta como una política de Estado acelerada por decreto; la veía como un proceso orgánico y descentralizado del mercado, no como una terapia de shock aplicada sobre el esqueleto productivo de una nación. La tragedia argentina es que el gobierno tomó la metáfora de la tormenta y, olvidando la «creación», se obsesionó con el hacha de la «destrucción».

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