Mientras el mundo asiste con estupor a la sucesión de crisis en múltiples frentes, un mensaje resuena con fuerza desde Moscú: la humanidad está al borde de una catástrofe global. No se trata de una declaración apocalíptica aislada ni de retórica política hueca, sino de una alerta lanzada por el vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, Dmitry Medvedev, en un contexto donde las tensiones entre potencias nucleares, la fragmentación del orden internacional y la expansión del conflicto en Medio Oriente configuran un escenario extremadamente volátil. Al mismo tiempo, Estados Unidos, bajo el peso de su política exterior frágil y contradictoria, enfrenta fricciones internas en su alianza con Israel, mientras China redefine silenciosamente las reglas del tablero global. En este triángulo de potencias, la guerra, la presión diplomática y la reconfiguración estratégica emergen como ejes de un nuevo orden incierto.
Rusia: el regreso del lenguaje nuclear
La advertencia de Medvedev en el Foro Jurídico Internacional de San Petersburgo no es casual. Desde 2022, Moscú ha recuperado el uso activo del lenguaje nuclear como forma de disuasión y presión. La mención al adelanto del Reloj del Juicio Final –un símbolo creado por científicos del Boletín de los Científicos Atómicos para alertar sobre la proximidad de una catástrofe global– apunta a un clima de inseguridad multilateral creciente, donde los canales de diplomacia se erosionan y el derecho internacional se debilita frente al uso de la fuerza. El conflicto en Ucrania, lejos de una resolución, se ha transformado en una guerra proxy entre Rusia y la OTAN, con armamento occidental cada vez más sofisticado cruzando las fronteras. En este escenario, la narrativa de Moscú es clara: el peligro para la humanidad proviene del colapso del equilibrio estratégico entre potencias nucleares.
Estados Unidos-Israel: el ocaso de una alianza incondicional
Por otra parte, un dato que revela una inflexión en la política exterior estadounidense proviene de Donald Trump. Según reportes de Axios, el exmandatario y actual favorito del Partido Republicano para las presidenciales 2024 está “profundamente frustrado” con Benjamin Netanyahu. Más allá del tono personal que ha caracterizado históricamente su vínculo con Israel, Trump observa –con un ojo en las encuestas y otro en las imágenes de niños palestinos mutilados por las bombas– que la guerra en Gaza puede convertirse en un lastre electoral para su regreso a la Casa Blanca. Su presión para finalizar el conflicto no solo responde a cálculos de campaña: también refleja el creciente desgaste de la política exterior norteamericana, atrapada entre el lobby sionista y la presión popular global por los derechos humanos. La “relación especial” entre Washington y Tel Aviv comienza a mostrar grietas que hasta hace poco eran impensables.
China: el ascenso silencioso y la diplomacia de los hechos consumados
En contraste con la retórica incendiaria de Rusia y las contradicciones de EE.UU., China opera desde las sombras, pero con una agenda firme. Mientras las potencias occidentales se sumergen en guerras y disputas ideológicas, Beijing amplía sus alianzas estratégicas en Asia, África y América Latina. Su estrategia consiste en evitar los escenarios bélicos directos, tejer acuerdos comerciales ventajosos y construir una red de dependencias económicas que reemplace el viejo dominio militar estadounidense. Cada acción china –desde su reciente mediación entre Irán y Arabia Saudita hasta su expansión en infraestructura tecnológica global– demuestra una voluntad de convertirse en árbitro silencioso del siglo XXI, sin necesidad de disparar un misil.
Multipolaridad o caos: el dilema inminente
Lo que emerge de estos movimientos es la consolidación de un sistema internacional post-hegemónico, donde ninguna potencia logra imponer unilateralmente su visión del mundo, pero todas buscan sobrevivir en una competencia descarnada. El viejo orden liberal basado en normas, instituciones y equilibrio está siendo reemplazado por una lógica de supervivencia geoestratégica, donde la ley es reemplazada por la fuerza, y la diplomacia por la presión directa. En este marco, el rol de actores intermedios –como Turquía, Irán, India o incluso Brasil– gana peso, pero también complejiza la posibilidad de consensos multilaterales duraderos.
Conclusión: entre la catástrofe y la oportunidad
Cuando Medvedev advierte sobre una catástrofe global, no lo hace como provocador, sino como intérprete de un clima internacional asfixiante. La simultaneidad de guerras, el colapso del diálogo entre potencias y el avance de proyectos autoritarios constituyen un cóctel peligroso. Pero toda crisis encierra también una posibilidad: redefinir las reglas, reconstruir la confianza global y establecer un nuevo contrato geopolítico donde la paz no sea una excepción sino una prioridad estructural.
La pregunta no es si habrá un nuevo orden mundial, sino quién lo diseñará y a qué precio. Y en esa disputa, la Argentina y América Latina deben dejar de ser espectadores pasivos para convertirse en actores lúcidos de un tiempo tan incierto como decisivo.