San Pedro de Jujuy y San Salvador ya pusieron en palabras lo que todos ven en la calle: la economía se desangra, la producción se frena y los comercios bajan persianas. El intendente Julio Bravo describió la caída de OTITO, la asfixia de las pymes, el cierre de casas de línea blanca, despidos en bancos y servicios financieros, como proliferación de emprendedores callejeros A su lado, “Chuli” Jorge asintió en televisión y admitió que el escenario para la capital jujeña es exactamente el mismo. Hasta pronosticaron que 2026 será peor. La pregunta es inevitable: ¿van a conducir la crisis o van a limitarse a relatarla?
Porque la apertura indiscriminada de importaciones golpea a las empresas radicadas en San Pedro, pero también desnuda otra falla estructural: municipios que, salvo honrosas excepciones, se acostumbraron a ser ventanilla de quejas y no motor de soluciones. OTITO no solo pierde competitividad frente al producto importado; pierde también una red de protección política que debería estar golpeando todas las puertas para sostener empleo y mercado interno.
Bravo reconoce que fue a golpear al Ministerio de Producción y no encontró hasta ahora una salida. Traducción: la Provincia también está ahogada, agotada, peleando por sus propios recursos. Pero si todo se reduce a un “no hay plata” dicho en cadena de intendencias, Jujuy se encamina a un desguace silencioso de su tejido productivo y social. La crisis existe, es real, pero administrar la escasez no alcanza: hay que cambiar el guion, no solo leerlo.

Mientras tanto, dos intendentes jujeños eligieron otra ruta. Dante Velázquez, de La Quiaca, y Luciano Moreira, de Monterrico, fueron al Congreso de la Nación a poner el cuerpo en la Comisión de Asuntos Municipales, donde se discute el Presupuesto y la reforma tributaria. No fueron a llorar en cámara: fueron a exigir correcciones de asimetrías, a plantear que los municipios son el kilómetro cero de la política pública, que sin recursos en los territorios cualquier relato de “orden macroeconómico” es una burla.
El contraste es brutal. En un extremo, intendentes que declaran por TV que “esto va a ser peor” y se resignan a esperar que la Nación o la Provincia hagan el milagro. En otro, jefes comunales que asumen que, si no se plantan en la mesa grande, sus pueblos van a quedar fuera de juego. La dirigencia municipal está frente a una prueba de fuego: o se comporta como primera línea de defensa de sus vecinos, o pasa a ser parte del paisaje del ajuste.
La juventud mira todo esto con una mezcla de bronca y apatía. ¿Hay destino para un pibe de San Pedro, de Alto Comedero o de La Quiaca si la única noticia son cierres, despidos y servicios que se van? ¿Puede Jujuy ofrecer algo más que la invitación permanente a emigrar a otra provincia o a otro país? La respuesta no depende solo de Milei o del gobernador: depende, y mucho, de la creatividad y el coraje político de intendentes y concejales.
Porque si los municipios se limitan a administrar la recesión, a recortar servicios y a llorar en los medios, estamos frente a una abdicación silenciosa de las intendencias tal como las conocimos. Una renuncia de hecho a ser el primer nivel de gobierno, el más cercano al vecino. Y cuando los que están más cerca del problema dejan de pelear por soluciones, la democracia local se vacía de sentido.
Es momento de que los Concejos Deliberantes de Jujuy salgan del piloto automático. No alcanza con declarar “emergencias” en serie. Hay que legislar incentivos para el comercio local, alianzas con universidades y técnicos, consorcios productivos, bancos de herramientas, plataformas de venta regional, acuerdos fiscales inteligentes. Si no hay ideas nuevas, el ajuste nacional se transformará en una bomba social en cada barrio.
La crisis no es excusa para cruzarse de brazos; es precisamente el motivo para cambiar la forma de gobernar. Velázquez y Moreira mostraron otro camino: ir a donde se discuten los recursos y exigir respeto por la autonomía municipal. Bravo y Chuli tienen ahora una oportunidad: dejar de ser comentaristas del derrumbe y convertirse en arquitectos de la reconstrucción. El tiempo corre, y los jóvenes jujeños no pueden seguir pagando con su futuro la cobardía del presente.
