Esta noche, con el cierre de la inscripción de los frentes electorales en Jujuy, se define el tablero político que marcará el futuro inmediato de la provincia. No es un simple trámite administrativo; es la antesala de una batalla clave, en un contexto nacional adverso y un clima de desafección con la política tradicional que golpea de lleno a las estructuras del oficialismo y la oposición convencional. La Argentina amanece hoy con otro cimbronazo económico que deteriora aún más la ya frágil confianza en la dirigencia. Si la crisis económica es el síntoma, el problema de fondo es el agotamiento de un modelo político que ya no da respuestas. Jujuy, lejos de ser una excepción, es el reflejo más crudo de esta decadencia.
El hartazgo social no es un dato menor. Es una energía latente, a la espera de un canal político que la interprete y la transforme en acción. Los jujeños ya no creen en las promesas recicladas ni en los liderazgos que, con distintos colores, han perpetuado un modelo feudal, centralista y prebendario. La provincia ha sido testigo de una administración que, bajo el disfraz de la modernización, solo ha fortalecido las viejas lógicas de poder, concentrando negocios y servicios en manos del Estado y un puñado de privilegiados. Un modelo que, en lugar de abrir camino a la iniciativa privada y el desarrollo, la estrangula con regulaciones, clientelismo y corrupción.
En este contexto, la pregunta clave es si Jujuy asistirá al nacimiento de un cisne negro político o si, una vez más, se resignará a la oferta electoral de siempre, con rostros conocidos, discursos vacíos y las mismas recetas fracasadas. El desafío no es menor: la provincia necesita un espacio político que no solo denuncie el pasado, sino que proponga un futuro creíble, basado en un modelo que rompa con la dependencia del Estado como eje absoluto del poder y la economía.
La crisis de representatividad es evidente. Jujuy, como el país, padece un divorcio brutal entre la política y la ciudadanía. El relato de la «modernización» ha terminado por ser un eufemismo de más concentración de poder, más burocracia y más negocios para los mismos de siempre. El electorado no solo está cansado, sino que se encuentra en un estado de rebelión latente, buscando quién exprese esa demanda de cambio profundo, real, sin maquillajes. En este escenario, la Libertad Avanza, que irrumpió con fuerza en 2023, parece estar transitando la misma metamorfosis que sufrió el resto de los partidos tradicionales: la cooptación por sectores enquistados en el poder, la falta de un plan consistente y una dirigencia más preocupada por sostenerse que por transformar.
¿Habrá en Jujuy una opción genuina que canalice este momento histórico? ¿O seguiremos presos de la oferta política de siempre, condenados a una democracia de baja intensidad, donde votar es un acto de resignación más que de elección? La inscripción de los frentes revelará esta noche el menú electoral, pero la verdadera batalla será quién logra convencer de que el cambio no es solo un eslogan, sino un proyecto concreto, sólido y posible.
El 2027 puede parecer lejano, pero la construcción del futuro empieza ahora. Quien logre articular un programa de transformación real, con bases en la iniciativa privada, el empoderamiento ciudadano y la descentralización del poder, podrá instalar un nuevo paradigma en la provincia. No basta con criticar el pasado; hay que trazar un camino hacia adelante. Jujuy tiene la oportunidad de demostrar que no está condenada al feudalismo crónico ni al clientelismo que sofoca cualquier intento de autonomía social y económica.
El reloj avanza y la incertidumbre es total. La oferta política de esta noche marcará el punto de partida de una carrera crucial. Si Jujuy encontrará su cisne negro o si quedará atrapada en el eterno retorno de los mismos de siempre, lo sabremos pronto.