“Nos usan para la foto y condenan a nuestros pibes: Velázquez desnudó en el Congreso la inmoralidad de un sistema que descarta a la juventud del interior”

“Nos usan para la foto y condenan a nuestros pibes: Velázquez desnudó en el Congreso la inmoralidad de un sistema que descarta a la juventud del interior”

En un Congreso anestesiado por discursos previsibles, la intervención de Dante Velázquez, intendente de La Quiaca, sonó como un cachetazo a la comodidad del poder. No habló para agradar, habló para incomodar. “Estoy cansado de que los intendentes pongamos la cara y después no pase nada”, lanzó, dejando en evidencia que los jefes comunales del interior son convocados para la foto institucional pero excluidos a la hora de las decisiones que definen el reparto de recursos.

Velázquez expuso con crudeza lo que muchos prefieren callar: mientras se discuten tecnicismos sobre IVA, coparticipación y regímenes especiales, en la primera línea del territorio se gestiona con lo que queda, se apagan incendios sociales todos los días y se contiene una bomba silenciosa: la pobreza juvenil. No se trata solo de falta de plata: se trata de un sistema que expulsa a los jóvenes del acceso al estudio, a la movilidad social y a la posibilidad de proyectar una vida digna en su propio lugar.

Desde la puerta norte de la Argentina, La Quiaca no es una metáfora: es frontera real, con tensiones geopolíticas, contrabando, desplazamientos poblacionales y abandono histórico. Velázquez recordó que los intendentes son el kilómetro cero del Estado, los que reciben al desesperado, al que perdió a un familiar, al que no tiene trabajo, al que no puede más. Pero a la hora de la caja, de los impuestos, de las decisiones estratégicas, el sistema los relega a un lugar ornamental.

En ese contexto, el intendente denunció la erosión sistemática del poder municipal: Nación concentra, las provincias negocian y los municipios quedan atrapados en la trampa de la dependencia. Sin herramientas tributarias, sin coparticipación actualizada y con normas que se dictan desde Buenos Aires sin mirar el mapa real del país, los intendentes administran miseria mientras se los responsabiliza por todo lo que no se resuelve arriba.

Lejos de refugiarse en la comodidad del slogan, Velázquez fue contundente y honesto:
Me siento muy orgulloso de ser peronista”, afirmó, pero aclaró que su lealtad no es con ninguna cúpula sino con su pueblo. Por eso se declaró dispuesto a acompañar una reestructuración justa de tributos e impuestos, siempre que eso signifique recursos concretos para los municipios más castigados y no otro rediseño para que la torta se reparta entre los mismos de siempre.

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Uno de los puntos más fuertes de su exposición fue la denuncia de la inmoralidad de la pobreza juvenil. Velázquez señaló que el sistema actual está produciendo algo todavía más grave que la pobreza tradicional: chicos que no acceden a la educación superior, que no pueden sostener la escuela por falta de recursos, que quedan atrapados entre la informalidad, la migración forzada o la resignación. A esa generación, dijo entre líneas, se la está descartando en vida.

El intendente enlazó esta realidad con la historia económica y política argentina: durante décadas, el interior bajó su producción al puerto, vio cómo el valor agregado se construía lejos y volvió en forma de productos carísimos, mientras los territorios de origen quedaban sumergidos. Hoy el riesgo es repetir el mismo esquema con otra escala: los recursos, la logística, la infraestructura y la conectividad se concentran; las periferias aportan territorio y sacrificio, pero no capturan beneficios.

Velázquez también puso sobre la mesa un reclamo concreto: si se va a discutir el IVA y el régimen tributario, esa discusión debe contemplar un plus estructural para las zonas de frontera y los municipios más vulnerables. No como dádiva, sino como reparación mínima por los costos adicionales de vivir, producir y gestionar en territorios de altura, con climas extremos, menos oportunidades y más responsabilidades de control y seguridad.

El cierre de su intervención fue una invitación a dejar de negar las raíces. Reivindicó el Éxodo Jujeño, reclamó que algún día sea reconocido como feriado nacional y recordó que la Argentina existe porque hubo pueblos que aceptaron dejar todo para que la patria no desapareciera. Desde esa memoria, citó el espíritu sanmartiniano: la historia tiene que empezar a escribirse desde los pobres, los hijos de los pobres, los pueblos originarios y todos aquellos que se niegan a volver a ser esclavos de un sistema que los usa, los agota y luego los descarta.

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En medio de un país que vive entre corridas financieras, recortes y discursos vacíos, la voz de Velázquez ordenó la discusión en un eje simple y brutal: o construimos un federalismo real, con poder fiscal y político para los municipios, o seguiremos condenando a generaciones enteras a ser extranjeros en su propia tierra. No se trata solo de cuentas públicas: se trata de la dignidad de los jóvenes que hoy, en La Quiaca y en todo el interior profundo, miran al Estado y se preguntan si hay lugar para ellos en este país.

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