“Cuenta regresiva al abismo: si Caputo no consigue dólares, el martes puede empezar la verdadera corrida”

“Cuenta regresiva al abismo: si Caputo no consigue dólares, el martes puede empezar la verdadera corrida”

El país amanece otra vez mirando el reloj. No es un feriado cambiario más: es la pausa tensa antes de que vuelva a abrir el mercado y se sepa si el ministro de Economía tiene, o no, los dólares para patear la bomba unos meses más. Con reservas netas del Banco Central profundamente negativas y un Tesoro exhausto, la palabra “corrida” dejó de ser un fantasma académico para convertirse en un riesgo concreto.

La secuencia es conocida. Primero se prometió un salvataje de 20.000 millones de dólares que venía con sello norteamericano y bendición electoral. Después, el “rescate histórico” se transformó en un repo con bancos internacionales. Ahora, ese crédito emblemático se redujo a una serie de llamados desesperados a entidades más chicas, tratando de rascar 5.000 millones de donde sea. La épica de campaña terminó en mendicidad financiera.

Mientras tanto, el termómetro de la desconfianza no miente: el riesgo país sube, los bonos se caen y cada día hace falta más peso para comprar el mismo dólar financiero. Traducido: el mundo mira a la Argentina como a un deudor crónico que vuelve a la ventanilla sin plan, sin moneda y sin reservas. No es ideología, es calificación de riesgo.

El dato clave es sencillo y brutal: en enero hay vencimientos por unos 4.800 millones de dólares. Si Caputo no consigue financiamiento, si no usa los swaps disponibles o si la política externa sigue quemando puentes con China y otros socios, la única “caja” inmediata son los depósitos privados y los fondos de los jubilados. El solo hecho de que esa opción se mencione en voz alta alcanza para encender todas las alarmas.

De allí nace la palabra maldita: corrida. Una corrida bancaria no empieza con colas kilométricas, empieza con algo más silencioso: empresas que adelantan compras de dólares, ahorristas que desarman plazos fijos, exportadores que demoran liquidaciones, supermercados que remarcan preventivamente. La presión sobre el tipo de cambio no espera a que el gobierno reconozca el problema; actúa antes.

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Por eso el martes, cuando reabran los bancos y los mercados, la pregunta será una sola: ¿Caputo consiguió los dólares o no? Si la respuesta es “no” o si aparece un anuncio confuso, las tensiones cambiarias pueden dispararse. No porque lo digan los analistas de televisión, sino porque el sistema entero entiende que sin reservas ni financiamiento solo queda la salida inflacionaria: más devaluación, más suba de precios, más pobreza.

La sociedad tiene derecho a saber que el problema no es técnico sino político. Se eligió romper puentes con China, se salió del BRICS por ideología, se apostó todo a la foto con Trump y al titular fácil del “rescate histórico” que nunca llegó. La campaña se financió con promesas que hoy se pagan con riesgo real sobre el ahorro de la clase media, el poder de compra de los salarios y el futuro de los jubilados.

La corrida, si llega, no será culpa de un “mercado malo” que ataca a un gobierno heroico. Será la consecuencia directa de un experimento económico que vive pateando vencimientos a 60 días, quemando el Fondo de Garantía de Sustentabilidad y usando los dólares del país como si fueran fichas de casino. Cuando el veraz financiero de la Argentina marca que ya casi nadie le quiere prestar, el próximo en pagar la cuenta es el ciudadano de a pie.

El verdadero dilema desde mañana no es sólo si habrá corrida o no. El dilema es si este gobierno está dispuesto a decir la verdad, mostrar los números completos y asumir un giro de 180 grados en su política económica y externa, o si volverá a esconderse detrás de relatos de campaña y enemigos imaginarios. La cuenta regresiva ya empezó. Lo único que falta saber es quién va a poner el cuerpo cuando se acabe la última ficha de este casino llamado deuda.

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