Al peronismo le aguardan más derrotas, aunque Milei naufrague, debe recuperar coherencia y hoy se encuentra lejos

 Al peronismo le aguardan más derrotas, aunque Milei naufrague, debe recuperar coherencia y hoy se encuentra lejos

Un ejemplo prístino del efecto regresivo —podría decirse que libertario— de la medida estelar del candidato y ministro Sergio Massa durante la campaña, la eliminación total del impuesto a las Ganancias (ingresos) para los asalariados, es provisto por un diputado peronista tucumano. Aclaración: no es un legislador que dejó sus convicciones a las puertas del despacho de un gerente ultraderechista sin alma, sino un firme opositor al paleolibertario.

Por Sebastián Lacunza // La pérdida por coparticipación del impuesto a los ingresos que se aplicaba a los sueldos más altos equivale para Tucumán a $100.000 millones, dos masas salariales mensuales de los empleados públicos de la provincia. La otra cara de la moneda es que los empleados tucumanos de la cúspide salarial que dejaron de tributar el impuesto son unos 2.000, en una población de 1,7 millones de habitantes.

El Jardín de la República no puede ofrecer más claridad sobre la transferencia de ingresos de pobres a ricos que representó la eliminación del impuesto a los altos ingresos (800.000 asalariados, 4% de la fuerza laboral argentina), un gravamen que rige en todo esquema tributario mínimamente progresivo. Camino a la primera vuelta, Massa creyó ver una pícara oportunidad para exponer a la oposición ante sus contradicciones (el macrismo y la UCR sostenían la prédica demagógica contra ese impuesto desde hace rato) e hizo aprobar la reforma con los votos del peronismo, la izquierda trotskista («el salario no es ganancia») y Javier Milei y los suyos.

El costo de la eliminación fue de un billón de pesos anuales a valores de septiembre pasado, unos US$ 2.800 millones de dólares. Ya fue explicado en este medio. Prescindiendo del objetivo de la solvencia fiscal, ese monto habría servido para sacar de la indigencia a dos millones de niños, con un aporte de unos $40.000 mensuales (de septiembre) por cabeza. Puestos a desfinanciar al Estado, había alternativas más altruistas.

No hay ningún criterio de equidad sostenible en la medida adoptada por el ministro de Economía de Alberto Fernández. En Francia y en Alemania, el piso a partir del cual se paga el impuesto a los ingresos de las personas físicas es menor a € 1.000 por mes, el valor de un alquiler de un departamento mínimo, al contrafrente y tercer piso por escalera en un monoblock de las afueras de París. Luego actúan las exenciones y compensaciones, que son amplias, y los porcentajes de cobro iniciales son bajos, pero la base es la citada. El peronismo disparó el piso en Argentina al cuádruple de ese monto.

Massa terminó la campaña y se dio el beneficio del silencio. Arbitra en política con bajo perfil y comenzó a trabajar para Greylock Capital, mientras baraja otras ofertas de fondos extranjeros. El gobernador salteño, Gustavo Sáenz, su candidato a vice en 2015 y padrino de quien fuera su secretaria de Energía (Flavia Royón, hoy, en Minería), es un mileísta convencido. El tercero en el Palacio de Hacienda durante el año y medio de Massa, Leonardo Madcur, fue a parar a la representación argentina ante el Fondo Monetario Internacional (FMI). Acaso la furia filtrada por el organismo multilateral por el incumpimiento de las metas de la segunda mitad de 2023 y la negociación a cara de perro que dijo haber sostenido Massa no hayan sido tales.

Los funcionarios se reacomodan, pero al Estado le quedó el agujero de Ganancias. A Milei, a Myriam Bregman o al propio Massa les habría resultado muy difícil repararlo, como se está viendo.

Sería injusto atribuir la exclusiva responsabilidad del desaguisado a la vocación electoralista de Massa. También les cabe, por caso, a Alberto Fernández, que lo promulgó, y a Cristina Fernández de Kirchner, quien ordenó a La Cámpora acompañar en el recinto, sin peros, ni cartas, ni filminas, ni ironías lacerantes, ni Máximo Kirchner y Mayra Mendoza subidos a un para-avalanchas.

Mayor peso es atribuible a diputados de provincias altamente dependientes de los impuestos coparticipables, como las del Norte. Levantaron la mano para favorecer a las clases medias altas de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza y la Patagonia, a costa de los changuitosa de sus distritos. Ahora esos mismos diputados y senadores penan para que sus provincias recuperen los fondos coparticipables perdidos. Un pastel para un Presidente que no oculta el goce que le genera el sufrimiento de los pobres que se quedan sin comedores populares, asistencia social y empleo, porque “no hay plata”. El festival de Ganancias terminó siendo una extorsión útil para que le aprueben la ley ómnibus, lograr superpoderes y lanzar un nuevo ciclo de fuga y misterio.

El diputado tucumano que calculó el costo de la reforma de Ganancias para su provincia va a revertir su voto de septiembre y se apresta a levantar la mano para reestablecer el impuesto a los ingresos, si es que el proyecto, que acaba de ser retirado por Luis Caputo, finalmente se concreta. No será el único. Su coterráneo Agustín Fernández, el peronista jaldista que esbozó excusas inverosímiles para justificar su aval al dictamen de la ley ómnibus, dio en la tecla con un punto. Son muchos los diputados peronistas de las provincias que no van a obedecer una eventual orden del bloque de rechazar la reversión de lo votado en septiembre. De hecho, en el bloque celebraron que la defección en el dictamen del ómnibus se haya limitado a Agustín Fernández, porque muchos sospechaban que otros legisladores peronistas podrían haber dado un paso similar.

De modo que la aventura electoralista de Massa fue inocua para sus fines (el levantamiento de Ganancias beneficio a trabajadores de sueldos altos que, muy presumiblemente, prefirieron votar a quien les garantizaba más libertad para desentenderse del prójimo), perjudicial en lo fiscal y una trampa política. Así las cosas, el peronismo expone posturas enfrentadas sobre el gravamen a los ingresos.

En el multitudinario acto del miércoles en la Plaza de los Dos Congresos, uno de los dos oradores, Pablo Moyano, dio la nota por dos motivos. En su pobre discurso, lejano de la altura que imponía el éxito y la diversidad de la convocatoria, hizo una gracia sobre tirar a Caputo al Riachuelo. Los fariseos de la República que votaron a un violento a cada instante como Milei se tomaron de eso para poner el grito en el cielo. Y luego, el secretario adjunto de Camioneros metió la cuña por “el impuesto a los trabajadores”. Es decir, Ganancias.

Por supuesto que corresponde afinar el lápiz en cuanto a las escalas del gravamen y profesiones que se ejercen en condiciones adversas —acaso los camioneros sean un ejemplo—, como sostienen ciertos tributaristas. Ocurre que en un contexto en el que el salario y las jubilaciones pierden valor a pasos agigantados y el Gobierno libertario timbea con fines dolarizadores, las urgencias son otras. El segundo orador, Héctor Daer, acertó al tomar los amplios reclamos de las decenas o centenares de miles a los que se estaba dirigiendo bajo el sol, y de millones que adhirieron al paro.

Entonces, si la restitución de Ganancias llega al recinto —hay razones para pensar que sería factible, porque la urgencia no es sólo de los gobernadores, sino también de la meta del déficit cero—, encontrará a la bancada peronista con los massistas, los diputados vinculados a gremios de altos ingresos (bancarios, judiciales, camioneros) y algún otro conservador camuflado votando en contra, y a los de las provincias más pobres haciéndolo a favor, por necesidad.

Se verá después si esa divisoria de aguas se traduce en una cuña por la que entre el tándem Milei-Macri-cordobesismo-Pichetto-UCR, especializado en hacer la del tero. Se pelean on the record y acuerdan off the record, entre gallos y medianoche en Recoleta.

El cuadro Ganancias es uno de varios que muestran la inconsistencia que le quitó la voz al peronismo, porque no puede dar un paso sin tropezarse. ¿Dónde están las manos que denuncian la intención de reducir el impuesto a los bienes personales (riqueza) que pretende llevar a cabo Milei, con total descaro para su prédica de que “no hay plata”? Se escucharon más opositores peronistas contrarios a la suba de retenciones —aprovechando otra contradicción de la ultraderecha que se iba a cortar el brazo en tal caso— que a la neutralización de un impuesto al patrimonio de los ricos, incluso offshore. Tampoco hubo palabras para denunciar la cancelación del derecho a buscar justicia ante una ejecución por “gatillo fácil” y otros dislates que procuran consagrar la ley del más fuerte en materia penal. Si no lo hace el peronismo (el FIT sí lo hace), ¿quién?

Martín Llaryora dio muestras del doble estándar con el que se maneja en estos temas. Durante la campaña, se mostró con la madre de Blas Correas, un joven de clase media que murió acribillado por la Policía cordobesa, en un caso que conmovió a la provincia. En función de colaborador de Milei, ya anunció que apoya la ley ómnibus tras el retiro del «paquete fiscal» anunciado por Caputo el viernes.

El asunto retenciones ofrece otro capítulo de incoherencia en Unión por la Patria. Bien implementados, con tratamientos disímiles según el bien, volumen y productividad de la región en cuestión, los aranceles a la exportación tienen un efecto virtuoso para la recaudación (redistribución), mitigan el alza del precio de los alimentos y combaten al monocultivo más rentable. Son contadas las voces del peronismo capaces de argumentar en esa línea. Por lo general, prima la vaguedad y el perfil bajo ante la andanada antirretenciones alimentada por la pauta publicitaria y el lobby sojero que puebla en Congreso con bancas propias o delegadas. El citado Llaryora y Maximiliano Pullaro, “la nueva política”, hablan como si fueran dueños de mil hectáreas en la zona núcleo, sin réplica.

El peronismo no abunda sobre Ganancias, ni Bienes Personales, ni retenciones. A veces no tiene altura para oponerse y mucho menos para apoyar medidas progresivas que Milei y Caputo impulsan como si se cortaran un brazo.

Entre el desvarío prodéficit fiscal —vía subsidios regresivos— de Cristina Fernández de Kirchner (tarifas, zonas frías de gas y muchos más), la arbitrariedad de Máximo para amonestar, el Massa liberal, el embajador Daniel Scioli y el lugar vacante que dejó Alberto Fernández cuando le tocó presidir un país, nadie sabe realmente qué esperar de ese sector.

El silencio autoimpuesto de los artífices del Frente de Todos es comprensible, pero Shila Vilker, directora de la consultora TresPuntoZero, advierte que “los que hablan” —Juan Grabois y Axel Kicillof— están edificando su imagen. No sólo se trata de abrir la boca. Además, se requiere coherencia con una línea de pensamiento que podría llamarse “progresismo popular”, menos temerosa de desagradar a los celadores del discurso público. También habla Guillermo Moreno, al que Indalo le cedió todos sus parlantes, pero es tan bajo el piso del que parte un candidato tan poco votado, que la cuesta se le hace demasiado empinada para ser tomado en serio.

Argentina vive una situación inédita, con un Gobierno que despierta y blandea los demonios de la derecha. Milei es un Presidente popular y divisivo, sostienen los encuestadores al unísono.

Con la inflación disparada, los ingresos lastrados, el autoritarismo como estandarte y una clamorosa impericia para lograr sus objetivos —acaso el déficit que primero cobran los propios—, Milei parece haber perdido unos pocos puntos desde la segunda vuelta del 19 de noviembre, que serían fácilmente recuperables si endereza el barco.

Sea bajo una hipótesis de que al paleolibertario le salgan las cosas bien o mal para sus objetivos (en cualquier caso, pésimo escenario para el país), cualquier opción peronista, nacional y popular, de izquierda o progresista deberá recuperar la palabra. ¿Servirá hacer neoliberalismo y punitivismo de buenos modales, cuando Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Rodrigo de Loredo, Paula Olivetto, Miguel Ángel Pichetto, Llaryora y Pullaro pujan por ese espacio, hasta el punto de dejarse humillar? “Déjese ayudar, Presidente”.

Un tema que no define elecciones, pero sí edifica el espíritu, podría ser la masacre que está llevando adelante Israel en Gaza, que motivó que la Corte Internacional de Justicia le demandara al país asiático que impida acciones de genocidio en el territorio palestino y que Gobiernos de Chile, Colombia, Brasil y España señalaran que el Ejército que responde a Benjamín Netanyahu está cometiendo crímenes de lesa humanidad (más de 26.000 muertos, 12.000 de ellos niños, 64.000 heridos, 1,8 millones de desplazados, la mitad con hambre diaria).

De las huestes peronistas, se conoce la opinión de Massa: coincide con la de Milei y la ultraderecha global. El resto, con Grabois como excepción, ni se molestó en ocuparse del tema.

La consultora Zubán, Córdoba y Asociados preguntó al respecto. El 48,3% se declaró muy entre las opciones de desacuerdo con la respuesta militar israelí al ataque terrorista de Hamás, el 29,7% dijo estar de acuerdo, y 22,2% no supo qué responder. Esta mayoría no encuentra correlato con el aval explícito o indiferencia de la dirigencia política argentina ante la ofensiva del gobierno ultranacionalista israelí, con el aditamento de que es factible pensar que el minoritario segmento “a favor” votó mayoritariamente a Milei.

Nadie puede exponer su propia torpeza en defensa propia, pero no se trata sólo de viveza inconducente de corto plazo, sino de razones más profundas.

Milei avanzó por la exacerbación del egoísmo y la frustración ante años de estancamiento, aunque tuvo un aliado fundamental en los puntos de fuga del peronismo. El extremista encuentra eco cuando contrasta las proclamas del “Estado presente” con hospitales con listas de espera eternas, barrios degradados que no terminan nunca de levantarse, o servicios que no se dan por abusos de empleados públicos mal pagos, mal controlados y peor incentivados. Ni hablar de los bolsos millonarios de trasnoche del secretario que se ocupó de la vivienda social los 12 años de los gobiernos de los Kirchner, o del yate, las Louis Vuitton, las mansiones y las novias de Martín Insaurralde.

El Presidente se vale de ese cuadro para tratar de exterminar el Estado que sí funciona: el que realiza operaciones complejas y gratuitas en hospitales públicos como pocos países en el mundo, el de la matrícula escolar primaria cercana a 100%, el que lanza satélites al espacio, el del sistema científico y universitario estatal más prestigioso de América Latina, el de los medicamentos gratuitos a jubilados y la cobertura de pensiones superior a 90% de los adultos mayores. El mandatario ultraderechista apunta a la esencia de un país y habilita con impudicia los negocios financieros y privatizadores para quienes lo auspician. La inconsistencia del “Estado presente” puede salir carísimo.

La libertad avanza a los ponchazos, pero no puede dejar de hacerlo. Sergio Morresi, uno de autores del libro Está entre nosotros —De dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir, señala que el Presidente ultra está urgido por mostrar que el ajuste es “socialmente soportable y económicamente redituable en un plazo más o menos corto”, pero a la vez, está impedido de soltar la motosierra en este momento.

“En la búsqueda de mantener un horizonte con sus votantes, el ajuste aparece como necesario. No tiene tanto que ver con una relación política o económica, sino con una posición ideológica determinada. Se vino para hacer esto”, sostuvo el docente de la Universidad del Litoral, autor de varios libros sobre la derecha argentina, en diálogo con los periodistas Pablo Maas, Mabel Thwaites Rey y Silvia Naishtat en Radio con Vos.

La desmesura para aplicar recortes y en la forma de enunciarlos, la penalización y el sufrimiento de sectores descriptos como “parásitos” confronta principios humanos y democráticos elementales, pero es evidente que el ascenso de Milei dialogó con un clamor social. “Prevalece la idea de que el sacrificio requiere sufrimiento y tiene que doler, no necesariamente a quien la enuncia. Hay una lógica sacrificial como parte de una especie de fe a la espera de que dé frutos”, amplió Morresi.

Algunos vislumbran que Milei chocará con la resistencia social en otoño, cuando haya batido un cuatrimestre récord de inflación, la trama social empiece a resquebrajarse más aceleradamente y Caputo ensaye un nuevo salto devaluatorio, si es que no se tienta con saltar al abismo de la dolarización.

Otros estiman que el pulgar se pondrá para abajo en un año, con dos dígitos de desocupación, inflacíón menor a la actual, pero alta, y una red de contención social desarticulada por completo. Hay quien evalúa que la marea en contra llegará en seis o siete años, cuando la trama de intereses corporativos y financieros que rodea al mandatario habrá gozado de años de crecimiento y quedará expuesta en contraste con traumas sociales irresueltos.

Todo ello puede pasar antes o después a la luz del precario armado político basado en gerentes, gurúes, lobistas y una tarotista a los que no se les conoce la voz. Hablando de voz, la que dejó conocer Milei en entrevistas recientes dio motivos adicionales para la incertidumbre.

Una nueva era del “Estado presente” será posible sólo si esa premisa vuelve a encontrar significado, desprendida de sus vicios, con intérpetes ética y políticamente autorizados.

SL/DTC

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