Una sugestiva llamada de Trump disgusta a China

 Una sugestiva llamada de Trump disgusta a China

Emilio Cárdenas || La Nación || Entre los distintos temas de política exterior que Donald Trump abordara específicamente durante su reciente campaña electoral, el de la relación de su país con China ocupa un lugar central. Ocurre que, de alguna manera, la política comercial del gigante asiático es la razón principal de las propuestas proteccionistas de Donald Trump que, entre otras cosas, apuntan a gravar con derechos de importación del orden del 45% el acceso de los productos chinos al mercado norteamericano, lo que podría ciertamente derivar en una guerra comercial que hasta ahora siempre ha podido ser evitada.

Por ello una sorprendente llamada telefónica que tuviera lugar el viernes pasado agitó inmediatamente el ambiente en China. Y generó reacciones y comentarios ansiosos de disgusto, incluyendo desde la agencia oficial de noticias «Xinhua», vocero del gobierno chino. Porque con ella se volvió a poner sobre la mesa una larga y sensible disputa aún no resuelta, que estaba semi-aletargada: la que enfrenta a China con Taiwán.

Me refiero a la conversación que Donald Trump mantuvo -inesperadamente- con la presidente de Taiwán, Tsai Ing-wen, quien fuera electa este año encabezando a un partido político -el Demócrata Progresista- que propugna abiertamente la independencia de Taiwan respecto de China. La llamada en cuestión fue iniciada por la presidente Tsei, pero es bien difícil suponer que ella no hubiera sido previamente acordada entre ambos líderes. Es más, hay quienes afirman que había sido discreta y cuidadosamente planeada.

Taiwán, recordemos, está separado de China desde 1949 cuando el ejército comunista al mando de Mao Zedong derrotara al nacionalista comandado por el General Chiang Kai-shek, quien se refugió en Taiwán que desde entonces se ha gobernado a sí mismo. Ambas partes consideran, por igual, que tienen derechos soberanos que cubren la integridad territorial de China, en su totalidad. Para las dos se trata, entonces, de un tema realmente existencial.

Esa disputa se transformó en uno de los temas centrales de la Guerra Fría en Asia. La Unión Soviética reconoció a la República Popular China, mientras que los Estados Unidos apoyaron a Taiwán.

No obstante, aceptando la realidad, la banca de las Naciones Unidas (con su derecho de veto) pasó a manos de la República Popular China en 1971 y, al año siguiente, los Estados Unidos reconocieron explícitamente a la República Popular China, con el llamado «Comunicado de Shangai».

En 1978, bajo la presidencia de Jimmy Carter, el país del norte reconoció a la República Popular China como «la única China». Sin por ello abandonar a su suerte a Taiwán, a la que desde entonces apoyaron militarmente y mantuvieron como a una contraparte cercana y funcionalmente independiente. La relación de intimidad continuó a través de mecanismos diplomáticos «ad-hoc», que hasta emiten visas y prestan toda suerte de servicios consulares.

Desde 1992, ambas potencias adoptaron semi-oficialmente la llamada política de «una sola China», diseñada entonces por Henry Kissinger, quien (a los 93) años, ha vuelto a estar muy activo en el tema y acaba de visitar al presidente Xi Jingping en Beijing. Kissinger es considerado como un asesor muy escuchado por Donald Trump.

Con el largo tiempo transcurrido desde 1978, no es demasiado sorprendente que, en Taiwán, particularmente los más jóvenes defiendan la que entienden es su propia identidad: la «taiwanesa». Ocurre que Taiwán, a diferencia de la República Popular China, hoy aloja a una democracia vibrante y a una sociedad abierta y moderna.

La conversación telefónica a la que nos hemos referido no modifica la política mencionada, ni la alude. Pero parecería abrir un interrogante acerca de cómo será la relación hacia adelante. Genera entonces incertidumbre y una cuota de fragilidad. Todo lo contrario a la previsibilidad.

Para hacer las cosas más complejas, Donald Trump se refirió a su conversación con la presidente de Taiwán como una que fuera mantenida con «la presidente» de esa nación. Y se preguntó, no sin alguna razón, cómo se puede tratar de impedir que el presidente electo norteamericano hable por teléfono con la Jefa de Estado una nación a la que su país vende constanteente toda suerte de pertrechos militares de última generación, con el propósito ostensible de asegurar su defensa.

Es cierto que reconocer el carácter de presidente de Tsai no está muy distante de aceptar y tratar a Taiwán como nación independiente. El diálogo de Donald Trump y la presidente Tsai augura una relación distinta entre ambas partes después de nada menos que 37 años de un «status quo» cuyo protocolo Donald Trump acaba, a su manera, de quebrar.

Por esto en Taiwán se habla ya de un cambio «histórico» de dirección en su relación bilateral con los Estados Unidos. Y es posible que así sea.

Queda visto que, aún antes de acceder al poder, Donald Trump está provocando preocupaciones. No sólo respecto de Taiwán. También con relación al controvertido presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, un hombre acusado de violar los derechos humanos de su pueblo, con quien Trump ha mantenido otra inesperada conversación telefónica. Y a Nawaz Sharif, a quien prometiera visitar Pakistán, un país sospechado de tener vínculos cercanos con grupos del terrorismo islámico, ante el comprensible asombro de muchos, incluyendo a la India.

El tema de China, sin embargo, tiene otro perfil, también complejo. El de la belicosa y desafiante Corea del Norte y sus ambiciones de todo orden que, sin el concurso de China, difícilmente podrá ser encarrilado por la comunidad internacional.

Por esto, todo lo que tiene que ver con la relación entre los Estados Unidos y China es un tema particularmente delicado, en el que cada paso o señal no pueden perderse de vista. Porque como señala el mencionado Henry Kissinger en su reciente libro sobre China, la relación entre los Estados Unidos y China es simplemente «esencial para la paz y estabilidad del mundo». Para la Argentina, que ha estructurado una «relación estratégica» con China, la prudencia debe ser la regla en la cuestión de Taiwán.

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